Él era lo mejor que tenía y más que eso, era el amor de mi vida, mi mejor amigo, el único que con solo mirarme hacía que me sintiera en paz, tranquila, como si todo estuviera bien.
Y lo mejor de todo es que era mío, ese ser tan elegante y precioso, era mío.
Tenía una mandíbula fuerte y su porte aunque dócil, era orgulloso. Cuando se enderezaba, con la cabeza en alto y la mirada de un líder, me hacía sentir maravillada, vanidosa al saber que ante todos él me pertenecía.
Tan hermoso, sus ojos tenían un color verde tan bonito que cuando me veía reflejada en ellos no podía más que llenarme de amor.
Su pelo era de un castaño bastante peculiar, casi naranjo y muy suave, tenía algunos mechones blancos que llamaban la atención, yo solía bromear diciendo que se estaba volviendo viejo, pero la verdad es que solo lo hacían ver más bonito de lo que ya era.
Todo el que lo veía lo decía. “Es hermoso”, podía escucharlos susurrar, a veces lo gritaban, los niños se acercaban y lo abrazaban, y él lo permitía sonriendo.
A mí no me molestaba, ni siquiera cuando las otras chicas lo miraban con tanto anhelo, ni siquiera cuando era él el que se acercaba cuando alguien le llamaba la atención.
No me molestaba, porque sabía que al final del día él seguía siendo mío, regresaríamos a casa juntos y nos tiraríamos sobre la cama a acariciarnos.
Sus caricias siempre fueron tiernas, llenas del más sincero cariño. Él me amaba y yo lo amaba a él. Le gustaban los besos y que le acariciara el pelo, le gustaba que lo abrazara y tocara su estómago, o que jugara con sus uñas.
Y él era juguetón, recuerdo que desde pequeño le gustaban las mordidas, mordía mis manos y mis mejillas y yo en venganza mordía suavemente sus orejas. Y él me sonreía, con sus sonrisas siempre tan sinceras, con su cariño siempre presente.
No le gustaba hablar, pero siempre respondía a mi llamado, cuando se enojaba gruñía o me ignoraba, y se recostaba en el sillón para luego darme la espalda.
Y era celoso, no le gustaba que llevara gente a casa, aunque quería mucho a mi familia. Me hacía sentir protegida y segura.
Él nunca se fijaba en mi aspecto, aunque estuviera recién levantada y con baba seca en mi cara, él me miraría con todo ese amor y me besaría, me abrazaría y me daría los buenos días con esos enormes ojos verdes.
Él era lo que toda mujer querría. No me juzgaba ni hacia caso a lo que otros decían, yo era lo único que importaba, y él era lo único que amaba. Me hacía feliz, eramos felices.
Tenía sus defectos, como que no le gustaban los baños pero amaba jugar bajo la lluvia y ensuciarse, o que cuando alguien no le agradaba era demasiado agresivo. Tampoco limpiaba ni recogía su desastre y se comía todo lo que encontraba.
Pero podía soportarlo, porque al final del día, nos bañaríamos juntos, él se mantendría tranquilo a mi lado y me acompañaría hasta que terminara de recoger.
Él me respetaba, nunca me había humillado y me hacia sentir bonita y querida. Me acompañaba a todos lados y me protegía sin importar nada.
Yo realmente lo amaba, y él me amaba a mi. Él era perfecto, yo lo sabía, y así como yo me dí cuenta de ello, también supe que no era la única en quererlo.
Pensé que se quedaría a mi lado, pensé que estaríamos juntos toda la vida, que mis hijos lo amarían y él los amaría, que los criariamos juntos y formaríamos una familia.
Pero la vida es cruel, y aunque nuestro destino era estar juntos, se empeñó en separarnos, en alejarlo de mi.
Porque sí, él era perfecto, y yo lo amaba, y sé que él me amaba a mi. Pero a veces los instintos son más fuertes que uno.
Él era mejor que cualquier persona que haya conocido antes, y su amor tan grande me hizo creer que se quedaría por siempre.
Pero ahora entiendo. Uno no puede luchar contra su naturaleza. Y sus sentidos se vieron nublados cuando ella apareció.
Todo fue una trampa, y la culpo, a ella, porque te alejó de mi, a ellos, porque lo planearon todo y te lastimaron. Y me lastimaron.
Me lastimaste, porque yo te amaba, y me fuiste arrebatado. Y ahora la muerte se empeña en llevarte. Y dime ¿qué hago yo ahora? Te amo y me amas, lo sé y lo sabes.
Perdón, porque prometí cuidarte, y ahora no puedo hacer más que ver como te desvaneces frente a mi.
Ay mi amor, ay mi vida, ay mi chico. Mi pobre perrito, con tus ojos verdes y tu pelo blanco y café. Ya no te veré jugar y mover tu cola, ya no limpiaré tus desastres, ya no podré estar contigo. Ya no podré.
Tus besos y mordiscos se van ¿y yo qué hago, sino llorar? Te amo, mi dulce, dulce perrito, y sé que tú me amas, aunque ahora mis lágrimas me nublen la vista y mis manos tiemblen al tocarte.
Eras fuerte, resististe muy bien, aún con todos los golpes y mordiscos, regresaste a casa, al final del día vuelvo a tenerte en mis brazos, pude verte una última vez. Y aún en tu estado, con la sangre saliendo de tu cuerpo, sigues siendo hermoso, como la primera vez que te ví.
Te amo, mi dulce perrito, y sé que tú me amas a mi, así que por favor espérame y a dónde sea que vayas yo te acompañaré.
Ahora déjame darte un último beso antes de que vayas a dormir.