El báculo mágico (#2 saga Siete Rosas)

Capítulo 20 - Todos tenemos historias tristes que contar

¡Cubre con tu mantón la sangre indómita

que sube y se amotina en mis mejillas

y dale audacia al temeroso amor

para que con pureza se abandone!

¡Oh, noche, ven! ¡Ven tú, día en la noche,

Romeo, porque brillas en sus alas

como la nieve fresca sobre un cuervo!

(William Shakespeare, Romeo y Julieta)

 

– ¿Ustedes quiénes? –pregunté.

Me arrastré por el suelo hasta tocar la reja de la derecha, la que daba a la celda que yo había presupuesto como vacía, y sentí unas pequeñas manos sobre las mías.

–Los que llegamos antes que ustedes –explicó aquella voz. Era la voz de una niña–. Me llamo Jin. ¿De qué arma hablan?

Shieik también se acercó y escuchó con atención.

–Nos referíamos a una carta –mentí.

La niña se alejó y enseguida volvió sosteniendo una brillante antorcha. Su cabello era largo, lacio y negro, y su cara redonda y tierna. Pareció dudar antes de acercarse nuevamente. Llevaba puesto un vestido viejo pero hermoso, de un azul gastado, y dos moños en la cabeza.

– ¿Jin? Soy Elízabeth. ¿Por qué estamos aquí?

Jin iba a responder, cuando un chico salió de detrás de ella. Luego otros niños más jóvenes lo siguieron, como si fuera el líder de una camada de cachorros.

–No lo sabemos; todos fuimos atrapados igual que ustedes, y ellos no nos dicen nada –respondió.

Era un joven alto y delgado, de mirada dura, y su pelo era oscuro y estaba revuelto. Tenía un aspecto juvenil, pero el trabajo de campo (su ropa rebelaba que era agricultor) lo había dotado de un cuerpo musculoso que contrastaba con aquel rostro que aún conservaba algunos vestigios de la niñez. Lo estudié con una mezcla de curiosidad y nostalgia, pues me recordaba a Seth.

Shieik, en cambio, lo miraba con el ceño fruncido.

“Siempre tan simpático”

– ¿Quién eres tú? –preguntó el frarlkunst.

 –Gabriel Reamer.

– ¿Gabriel Reamer? ¿Hace cuánto están aquí? –pregunté.

–No estoy seguro –respondió con una mueca. Desvió su mirada a un muro oculto en la oscuridad, dando la impresión de estar buscando la respuesta dentro de sus recuerdos–. Yo fui el primero en llegar a esta pocilga, al menos el primero de este grupo. No recuerdo el día exacto. Solo sé que nevaba a montones.

–Debió ser en hiems. Dígame, ¿nevaba de día o de noche?

–Los dos.

–Entonces estoy en lo cierto. La única forma de que nieve en Jolón durante el día, sería que estuvieran en pleno invierno. Eso quiere decir que está aquí desde hace… –Necesité un momento para calcular–. ¡Más de tres meses!

Él no parecía muy conmocionado.

– ¿Tres meses? Significa que estamos a mitad de la primavera.

–Así es –respondí–. ¿De dónde es usted? ¿Cómo llegó aquí?

Él inclinó la cabeza y me miró con una mezcla de congoja y enojo.

–Casi lo había olvidado, pero, ahora que sé hace cuánto tiempo pasó, recuerdo todo. Yo vivo en Arard. Trabajaba para mi padre, un campesino, arando la tierra y cuidando a los caballos, y los fines de semana en una tienda. Yo siempre he aspirado a algo más. No critico a mis padres, son gente honesta y trabajadora; pero, hablando mal y pronto, no quiero que mi vida se reduzca a cuidar equinos.

“Desde pequeño me ha interesado la medicina. Suelo… solía leer los libros de Kita Imasu y Minami Yvonnet, grandes científicos y eruditos del estudio de la anatomía humana, que se vendían en la mercantil donde trabajaba. Espero que aún los vendan. Yo asistía a una escuela pública. Marta, se llamaba la maestra, si mal no recuerdo. No sé si seguirá ejerciendo; estaba tan vieja que poco le faltaba para retirarse. Recuerdo que mi amigo Goliat y yo la volvíamos loca. Siempre estábamos ahí, dando la nota. Un día dibujamos a Marta en la pizarra sin…

Miró de soslayo a Jin y a una niña, un poco mayor que ella, que lo tenía cogido de una mano.

–Saben a qué me refiero.

Shieik y yo asentimos. Gabriel rio nervioso y prosiguió.

–Mi padre es un poco corto de vista. Piensa solo en lo básico, en lo que le alcance para tener una buena vida. Un campo que arar, una esposa que le cocine y lo reciba con un saludo amable, un hijo que herede su apellido, y eso le alcanza para ser feliz. Piensa que la medicina es un capricho y nunca se molestó en fomentarlo. Yo tampoco le di mucha importancia, hasta que cumplí diecisiete años. Entonces me di cuenta de que pronto me convertiría en un hombre y debería saber qué iba a hacer de mi vida. Presenté una solicitud para una beca en una universidad privada de medicina, porque no podíamos pagarlo, y por los pelos lo logré.

“Estaba listo para decírselo a mi padre y él lo tomó como yo suponía. Gritó, enloqueció, enfermó… En fin, terminamos peleando y él me prohibió irme a vivir a la ciudad. Esa misma noche decidí huir de casa. Para no alargar más la historia diré que pasaron muchas cosas, y terminé poniéndome en marcha para ir directo a Jaisami. Mi camino me llevó a Jolón, a la gran pradera que pasa junto a este bosque, el bosque Herzl. Ahí los malís me emboscaron y capturaron. Me llevaron ante su jefe, el hombre de los ojos rojos, que tiene un hijo, Yaro. No habló mucho, solo dijo llévenlo al agujero. Desde entonces me tienen aquí, y cada tanto traen otros críos.




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