¡Fijaré aquí la eternidad de mi descanso
y libraré a mi pobre cuerpo hastiado
del maligno poder de las estrellas!
¡Ojos, mirad por última vez!
¡Brazos, dad vuestro último abrazo!
Y labios, puertas del aliento, ¡sellad con un beso
un trato perpetuo con la ávida Muerte!
(William Shakespeare, Romeo y Julieta)
Un frío pozo se me había formado en el estómago, como si la mentira gozara de un cuerpo análogo al de un martillo. En cambio, una sonrisa cruel desfiguró la máscara de serenidad de Samvdlak.
–El rey Adar, la reina Saashia, la ex reina Adele –recitó mientras se pavoneaba a mi alrededor con pasos lentos, hasta que se detuvo y su sonrisa pasó de cruel a sugestiva–, el pequeño Égliot.
“Los conoce a todos”, pensé con un espasmo.
Samvdlak le seguía la pista a cada miembro de mi familia y sabía exactamente con qué amenazarme. Probablemente también tenía en la mira a Kevyn, a Mélanie y a los demás. Mi madre. Égliot. ¿Sería capaz de matar a una anciana? ¿Y a un infante? El hermano de Seth tenía tan solo ocho años, hacía casi nada había dejado de ser una criatura.
“Mató a Amalia cuando era tan solo una niña”
Me obligué a no cerrar los ojos, pero las lágrimas me desbordaron los párpados. Odiaba escuchar sus nombres en la boca del príncipe, pues tenía una voz muy poderosa, que me impelía a no sobrepasar mis límites por temor a lo que era capaz de hacer sin siquiera moverse. Samvdlak podía matarlos a todos.
Iba a matarlos a todos.
–Piénsalo –continuó, sin perder esa expresión desafiante–. Es lo único que importa, ¿verdad? Las personas que amas estarán a salvo. ¿No es eso lo que quieres? ¿No es eso por lo que estás hoy aquí parada?
Incapaz de hablar todavía, lo miré con hostilidad. Me había dado en mi punto débil. Pero ¿qué digo? ¡Si aquel sería el punto débil de cualquiera! Aquello era todo lo que yo habría necesitado: quizás días atrás, meses atrás, una década atrás, cuando ni siquiera Kevyn o Sazae habían entrado a mi vida. Si me hubieran ofrecido este trato en ese entonces, cuando era una niña de cinco años sola y asustada, probablemente me habrían engañado.
«Algunas cosas no han cambiado después de todo: ¿Te sientes asustada? Sí. ¿Sola? También»
“Pero no lo estoy. Ahora tengo amigos y un reino que proteger. Un mundo entero”
–Mucha gente morirá solo por mi egoísmo.
–No es egoísmo, no. ¿Quiénes son ellos? –inquirió con un tono musical–. Has pasado innumerables peligros y angustias para salvar a un montón de humanos que solo te consideran otra pieza en un juego de ajedrez. Piénsalo un momento, ¿ellos harían lo mismo por ti?
“Sazae lo dio todo por mí”, pensé, y noté una brisa fría en la nuca: era su aliento deslizando aquellas palabras hasta mis oídos, como una serpiente que lentamente se enroscaba alrededor de mi cuello. Una serpiente y un lobo. Samvdlak encarnaba ambos animales.
Quería considerarlo. Me sentía demasiado tentada a buscar los pros y los contras de su propuesta. Y temía, ante todo, que fuera a convencerme; porque, como un contrato, a simple vista se veía perfecto: una solución a todos mis problemas.
Luego estaban las líneas pequeñas.
Necesitaba tiempo para reponerme, para reconstruir los hechos, los recuerdos de aquél último año, y para saberme segura de que todo lo que me decía era una mentira. Pero él no me lo pensaba dar.
–Recuérdalos a ellos: Amalia, tú querida hermana, Sazae, la guerrera del fuego, Anwen y Sirhan Skane. ¿Cuántas vidas más debes tomar para sobrevivir?
[– ¡Yo la maté! […] Sazae murió por mi culpa, igual que tus padres. ¡Por eso me odias!
(…) ¿No lo entiendes, Shieik? Pudiste haber tenido una vida maravillosa y normal ¡y yo lo arruiné todo! ¿Dime por qué un niño de ocho años debe enterrar a su madre solo? ¿Por qué tiene que abandonar su mundo para proteger a alguien que ni siquiera conoce? Todo eso es por mi propia debilidad, porque soy inútil y humana. ¿Dime por qué sino una niña sería secuestrada y torturada para hacerse pasar por mi sirviente? ¿Qué clase de monstruo hace eso? Te he dejado a ti solo, arruiné la vida de Sazae al necesitar su protección y ahora acabé con ella. ¡Dime, Shieik! ¡Dime cuántas vidas más tengo que tomar para sobrevivir!]
–No es cierto.
–Sabes que digo la verdad.
–Pero…
[–… ¿Crees que ellas solo pensaban en ti en el momento de su decisión? Mi madre, tu hermana y nuestra amiga murieron por lo que creían justo, por lo que ellas querían proteger.
(…) –… La muerte de mi madre no carga solamente sobre tus hombros, Elízabeth, es de todos nosotros porque amamos la vida y nuestros mundos, y estamos dispuestos a morir para protegerlos.]
– Ellos hacían lo correcto. Lo hicieron porque era lo correcto –susurré, intentando con todas mis fuerzas aferrarme a aquella idea.
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Editado: 02.12.2020