Arick
El lado de la cama de Luna estaba frío cuando desperté. Un suave hueco en las sábanas era el único testimonio de su presencia reciente. Su aroma, una mezcla embriagadora de frambuesa y flores silvestres, aún persistía en la almohada, y me quedé un momento más, aspirándolo profundamente, aferrándome a la calidez de su cercanía. Luego, con un suspiro resignado, me levanté. Hoy era el día de campo de la guardería, un evento que ella esperaba con ilusión.
Tras una ducha rápida y un cambio de ropa, bajé a desayunar. Encontré a Rhysand y Damon en la cocina, ambos con expresiones ligeramente adormiladas. "Parece que nuestras chicas nos abandonaron a nuestra suerte," comenté con una sonrisa socarrona mientras me servía una taza de café. Rhysand asintió con un gruñido divertido. "Mujeres... siempre con sus prioridades." Damon, sin embargo, permaneció en silencio, su mirada perdida en la taza de café.
El trabajo en mi despacho me absorbió rápidamente. Los informes de las patrullas fronterizas, la revisión de los acuerdos con las manadas aliadas... la rutina habitual. Las horas pasaron volando, y cuando levanté la vista, el reloj marcaba las dos de la tarde. Fue entonces cuando lo vi: un sobre de color oscuro sobre mi escritorio, destacando entre los pergaminos y las tabletas. No tenía remitente, ni sello, ninguna indicación de su origen. Una punzada de inquietud me recorrió al tomarlo.
Al abrirlo, el olor metálico me golpeó primero. Sangre. Unas pocas palabras estaban garabateadas con lo que parecía ser sangre seca: "Ella será mía". Firmado simplemente: Black. Un escalofrío heló mi sangre, una furia fría comenzando a hervir en mis venas.
En ese instante, sentí la repentina agitación en el lazo con Apex. Su lobo estaba inquieto, alarmado. "Arick, algo anda mal con Luna. Búsquela. Rápido". La urgencia en su conexión me puso en alerta máxima.
Llamé a Rhysand de inmediato, mi voz tensa. "Rhysand, algo ha pasado. Ven conmigo a buscar a Luna y Aurora. Ahora. Vamos al claro donde hacen las actividades de los niños."
Rhysand no dudó. Reunió a varios guerreros en un instante y salieron corriendo, sus formas lobunas desapareciendo en el bosque. Mi propio lobo aullaba de ansiedad en mi interior, impulsándome a seguirlos.
Mientras corríamos, vimos a las cuidadoras de la guardería acercándose a la manada a toda velocidad, con los niños aferrados a sus pelajes. Una de ellas, con el rostro pálido y los ojos llenos de terror, nos gritó lo que había sucedido: renegados, un humano... un ataque.
La furia se apoderó de mí, un fuego consumidor que me hizo correr aún más rápido. Cuando llegamos al claro, la escena era dantesca. Aurora estaba sentada, agarrando su pierna con una expresión de dolor, la tela de sus pantalones oscurecida por la sangre. Y en el centro, Luna. Estaba cubierta de sangre, sus manos... sus manos estaban manchadas de rojo. Acababa de romper el cuello de un hombre lobo.
Nada más importó. La abracé con fuerza, sin importarme la sangre que manchaba mi ropa. Ella se aferró a mí, temblando ligeramente. Sus ojos plateados se encontraron con los míos, y la primera palabra que salió de sus labios fue: "¿Los niños? ¿Están bien?"
"Están seguros, mi Luna," le aseguré, mi voz áspera por la preocupación. "Están a salvo en la manada."
Nos encaminamos de vuelta, el silencio entre nosotros cargado de la violencia que acabábamos de presenciar. Pero en mi mente, una sola idea ardía con una claridad implacable. Black. Él estaba detrás de esto. La nota, el ataque... todo apuntaba a él. La rabia fría se solidificó en una determinación férrea. Lo que había comenzado hace tanto tiempo... terminaría ahora. Lo encontraría. Y lo destruiría. Definitivamente.
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Editado: 19.07.2025