El beso de la muerte

CAPÍTULO 2

La muerte es dulce; pero su antesala, cruel
- Camilo José Cel

Tenía 5 años la primera vez que me quedé observando una mariposa.

Es un ser enigmático ¿sabe?

Pueden vivir máximo un mes con suerte y la mayor etapa de su vida son una oruga, una fea oruga que solo se alimenta esperando convertirse en un bonito ser a la espera de la admiración de muchos, una definición un tanto vanidosa, pero ¿quién sabe?

Creo que acabo de definirme o al menos lo que solía ser, mucho tiempo atrás, antes de lo que pensaba sería él. Pero para hablar de eso debo retomar la historia mucho antes.

Años atrás donde mi mayor preocupación era saber si iríamos al parque o al cine.

10 años antes de conocerlo

19 de febrero del 2009

Vivía en una linda casa, no éramos millonarios pero jamás faltaba el plato de comida en la mesa, mi papá era profesor en varios colegios, profesor de matemáticas, y mi madre era ama de casa, por problemas de salud que en ese tiempo no entendía no podía salir a trabajar.

No tenía hermanos, no los necesitaba ¿Para qué? Amaba ser hija única así tenía la total atención de mis padres.

Qué tonta era, sí tuviera hermanos no estaría tan sola ahora.

Estaba sentada en la mesa del comedor terminando mis tareas y desde ahí podía ver un pésimo programa de cocina que mi mamá adoraba ver. Cuando el reloj marcó las 6 de la tarde, me levanté corriendo porque sabía lo que eso significaba.

-ILAY NO CORRAS-

-Perdón mami-

Baje la velocidad y llegué caminando hacia la puerta.

Me encantaba esperar a mi padre, mi mejor amiga Lucy decía que parecía un perro esperando su amo, no sabía que era un amo pero no sonaba bonito.

Escuché las llaves abriendo la puerta y espere para saltar.

-Ya llegué- dijo mi papá

-Papiiii -

Salto a sus brazos y alcanza a alzarme antes que caigamos los dos.

- Hola luciérnaga, ¿Cómo la pasaste hoy?- dice el mientras nos dirigimos a la cocina, saluda a mi madre de un beso mientras ella sirve la comida - ¿tú Madre se portó bien contigo? - dice mientras me deja en el suelo.

- Gracias por lo que me toca cariño - dijo mamá con esa pequeña mofa que hace cuando finge estar enojada, arruga la nariz y frunce el ceño.

- Cuando quieras princesa - y con eso él sabe que ya ganó.

- Tonto, siéntense los dos, ya voy a terminar de servir así que Ilay retira los libros, Dante quita el maletín de la mesa que ejemplo le estás dando a la niña-

-No soy una niña mami - me crucé los brazos y la mire con reproche, tenía 8 años, no 6.

-¿No lo eres? Para mí siempre serás mi bebé pero ya que insistes entonces ven y ayúdame a llevar los platos a la mesa pequeña mujercita-

Mejor me quedo callada.

Después de la cena en la cual mis padres hablaban de esas cosas de adultos como el nuevo caso de papá o la nueva receta que mamá intentaría mañana, me fui a poner mi pijama Y luego ambos me dieron el beso de buenas noches.

Ojalá me hubieran dado más besos.

Ojalá hubiera contado cuantas pecas tenía mamá.

Ojalá hubiera grabado la risa de papá.

Ojalá me hubieran leído un último cuento pero estaba tan cansada que me dormí enseguida.

Ojalá hubiera dormido una última vez con ellos.

Ojalá los hubiera abrazado más fuerte.

Pero el ojalá y el hubiera no existe.

Pero aun así, ojalá no hubieran muerto esa noche.




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