El beso de la muerte

CAPÍTULO 4

A menudo el sepulcro entierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd.

Mi vida no ha sido para nada como la imaginaba de niña.

Para empezar estoy sola, luego de la muerte de mis padres me fui a vivir con mis tíos, la última familia que me quedaba.

No era muy feliz que digamos, al menos al inicio y al final, pero hubo un tiempo intermedio, mi tía Madeleine me trataba como la hija que nunca pudo tener y yo intentaba quererla como la mamá que perdí.

Nunca fui tan unida a mi mamá cómo lo era con mi papá, él era mi héroe y yo era su pequeña luciérnaga, creo que por eso se me hizo difícil ver a Esteban como una figura paterna pero lo intenté.

Madeleine era una mujer que sin importar cuántos desplantes le hice al inicio, me cuidó con paciencia y amor.

Gracias a ella soy lo que soy hoy en día y no me arrepiento de haberla llamado mamá.

La primera vez que la llamé así tenía 12 años, antes de eso ella era solo Made. Recuerdo que me había comprado un nuevo vestido, ella siempre dijo que era muy inteligente para mi edad y debo decir que aunque había suficiente dinero para cumplir todos mis caprichos, no pedí más que lo necesario, ya hacían mucho cuidando a una pequeña huérfana. Siendo una prestigiada neuróloga y un reconocido abogado no era de extrañar que el dinero jamás faltara y aun con todas sus ocupaciones, siempre tenían tiempo para mí, su pequeña sobrina, su pequeña hija.

Cuando la palabra “Mamá” salieron de mis labios me puse totalmente roja con los ojos y la boca bien abierta, la quería como a una y siempre me cuidaba pero no tenía idea cómo reaccionaría, sabía que no podían tener hijos por eso no quería lastimarlos. Solo se me salió.

Y es que las mejores cosas salen así, natural, sin planearlas.

Le pedí perdón tantas veces mientras ella solo me miraba con lágrimas en los ojos y una sonrisa temblorosa.

Solo me abrazó y me dijo -  De nada lucecita -

"De nada lucecita"
"De nada luciérnaga"
"De nada mi luz"

Y fue en ese momento, en sus brazos, que luego de muchos años al fin sentí que era realmente feliz.

Solo duró dos años antes de que un conductor ebrio decidiera que una mujer tan buena, que mi mamá tenía que irse.

Otra vez.

Y empezó mi miseria.

Con mi vieja amiga la muerte de compañía.

Y mi tío Esteban de verdugo.




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