Capítulo 10. Magia blanca.

De rodillas en el mismo lugar de todos los días, Danner miraba a los gatos alimentándose. Sus lenguas producían un sonidito ameno a sus tímpanos, a su vez, Pandeoro se había sentado a su lado, siendo más cercano con él que nunca.

No podía explicar el cambio, desde que retornó se volvieron amigos, hasta se le sobaba en las piernas. Estaba contento, pasó mucho tiempo intentando ser amigo del gato sin resultado positivo.

—Eres una cosita muy linda.

Pandeoro ronroneó amistosamente cuando lo acarició.

El incidente de la criatura había sido zanjado. La chica fue puesta en su casa después de borrarle los recuerdos relacionados con la magia, pero Danner sabía que no podían borrarle la revelación que tuvo, eso era algo que se imprimía desde la carne, pasando por los nervios y huesos para colarse en su alma.

No sabía de ella, esperaba estuviese bien, era un deseo personal.

Tan pronto como acabó el caso decidió regresar. Elena y Lorah quisieron convencerlo para que se quedase, pero desestimó la idea, no había espacio para él en esa gran mansión, aunque, sí que había espacio en su casa para la pintura de su madre.

Lo colgó en la sala, era grande y ocupaba casi toda la pared, por lo que tuvo que encogerlo con magia. Se veía bonito, le gustaba levantarse en las mañanas, beber una taza de café y mirar a su madre por unos segundos, en su mirada siempre sintió ella estaba orgullosa de él.

Estaba haciendo lo posible por llevarse mejor con sus hermanas; Lorah, Grace y Elena se disculparon; con Priscila, no se volvió a ver ni para despedirse, no había necesidad de forzarla.

—La comida está servida —anunció Oliver, saliendo de la casa.

Se veía tan apuesto con una sudadera gris, una camiseta blanca básica y su cabello recogido. Tenía dos platos con comida humeante en sus manos, los puso en la mesa que instalaron en el porche para sentarse a ver el atardecer.

Oliver tenía tres meses de vacaciones porque nunca las tomó desde que comenzó a trabajar.

Danner no sabía qué harían cuando acabase su tiempo libre, pero ya verían, estaba contento de tenerlo.

—Huele bien.

—Todavía me pregunto como sobreviviste tanto tiempo si eres tan malo para cocinar.

—No me critiques —pidió, sentándose y agarrando una cuchara.

Oliver le sonrió y por extraño que fuese, la sonrisa del hombre parecía una fantasía, te hacía viajar a otro sitio y te alteraba las emociones. Lo quería, y esperaba descubrir más de sí mismo estando a su lado, deseaba muchas cosas con Oliver.

—No lo hago, pero tengo mis reservas.

—Bah.

Danner se llevó la comida a la boca, Oliver sí que era bueno cocinando.

Pandeoro se subió a la mesa e indiscriminadamente manoteó el vaso de Oliver, tirándolo al piso.

—Eh.

Danner lo amonestó, pero el gato no estaba aceptando al otro brujo muy pronto.

—¿De nuevo? —replicó Oliver, espirando.

El gato se tiró de la mesa y se fue, no sin echar una mala mirada al rubio.

—Ya te aceptará.

—Lo dudo mucho, me odia.

—Nadie puede odiarte a ti —prometió Danner, corriendo su asiento para acomodarse al lado del hombre—, él es… posesivo.

Oliver pasó su brazo por encima de su hombro, de improvisto lo besó, tierno, delicado y cariñoso, justo como era él.

—Lo entiendo, cuando te miro, entiendo porque me odia, yo también me odiaría si un tipo llegase de la nada a mimarte.

Danner se rio bajo, se recostó en el hombre, ignorando brevemente los alimentos. Oliver lo apretujó, besándole en la frente dos veces.

—Danner.

—¿Mm?

—Algún día todo estará bien —dijo de improvisto—, sea lo que sea, lo trabajaremos, estoy seguro de eso.

—Sí, también creo eso —susurró y atrapó una mano ajena—, Olli, algún día, todas las heridas que tenemos sanarán, no tengo dudas.

—Sí, yo también lo creo…

El brujo no acabó su frase, se puso de pie y gritó.

—¡Oye, devuélveme mi billetera!

Pandeoro llevaba el objeto en su hocico, tan pronto como oyó la voz huyó más rápido en la pradera, Oliver saltó la baranda y fue tras él, mientras Danner soltaba sinceras carcajadas.

Nunca en su vida había sido tan feliz.

FIN.