"En toda vida, hay días de lluvia, días oscuros y días tristes y grises."
Mujercitas, Louisa M. Alcott.
Había llegado el día. Eran exactamente las cinco de la tarde, hora en la que posiblemente estaría partiendo en el bus de camino a Merrel. El viaje duraría dos horas, lo cual significaba que para las siete de la noche me encontraría en mi antiguo hogar; partiría a las siete y media al cementerio a visitar a mi padre y regresaría a casa dispuesta a dormir un poco.
Pero aquel día no había pasado nada de eso. Me encontraba en la terraza de mi trabajo, llorando sobre mi regazo sentada en la sombra, odiándome a sí misma por quedar como una hija ingrata y no visitar a mi padre, pero simplemente no sentía las fuerzas para ir una vez más a ver a aquel pedazo de concreto, además, mi madre y mi hermana se habían tomado con ligereza el asunto, lo cual me molestaba al punto de no querer toparme con ellas.
Habían pasado nueve años desde aquel horrible día, y aunque para muchos era el tiempo suficiente para poder sanar las heridas, para mí seguían sangrando aún.
Ya no era cuestión de terapia, había ido por mucho tiempo para tratar el tema con la ayuda de un profesional; simplemente se trataba del constante recuerdo de mi padre. Aquel hombre feliz y amoroso, al cual no podía simplemente ver a través de una lápida, él era mucho más que eso.
—¿Amelie? ¿Estás aquí? —La voz de Isaac se hizo presente en la terraza; era tenue y pasiva.
No respondí, me avergonzada tan solo pensar que Isaac pudiera encontrarme en aquella situación tan deplorable, así que permanecí en mi lugar, esperando que Anthonyson no notara mi presencia, aunque fue en vano, los dorados y ligeros rayos del sol provocaban que mi cabello llamase demasiado la atención.
—¿Te encuentras bien? —Se sentó a mi lado. Podía notar la preocupación en su mirada.
No hizo falta que respondiera a su pregunta, simplemente negué con la cabeza y sequé mis lágrimas con las mangas de mi camiseta.
—Hoy no amanecí tan bien.
—Lo sé. —Me dijo. —Sé qué día es hoy.
Traté de evitar su mirada. La situación era demasiado incómoda para mí, y supuse que era igual para él.
—Debería estar allá y no aquí, llorando cómo una tonta.
—Llorar está bien, Amelie. Nos hace más bien del que creemos.
Jamás imaginé que podía confiar en él cómo lo estaba haciendo. No si su padre había sido el culpable de todo; pero ahí estaba yo, conversando con Isaac cómo si se tratara de aquel viejo amigo de la escuela.
—No puedo ir a verlo. Estar ahí me trae muy malos recuerdos.
—No tienes que hacerlo si no quieres, pero pienso que es de valientes enfrentarnos a las situaciones difíciles. A tu padre le haría feliz que vayas a visitarlo, aun cuando no sea igual que antes.
—Es tarde para ir ahora. —Por dentro me lamentaba de no haber subido al bus de camino a Merrel.—Ya no hay salidas en bus hasta mañana en la mañana.
—Yo puedo llevarte. —Se ofreció Isaac. —Te llevaré hasta Merrel.
—Pero es lejos para manejar tanto.
—No si vamos juntos, además soy buen chófer.
Su comentario me había causado gracia, y casi por inercia, me vi soltando una leve una sonrisa.
—Eso no puedo negarlo. —Contesté. Isaac Anthonyson tenía aquella facilidad para mejorar mi mal humor. —Está bien. Vamos a Merrel.
...
—Te espero aquí.
Él esperaría por mí mientras sacaba algunas cosas de mi departamento; lo necesario para el viaje. Habíamos pedido permiso para salir antes del trabajo, algo que no dudaron en aceptar al tratarse de él.
—Ya estoy lista. —Hablé subiendo nuevamente al carro. —¿Tú no llevarás nada?
—No es necesario, siempre llevo ropa en el auto por si se me presenta algún viaje de emergencia.
—Que ingenioso. ¿Viajas con frecuencia?
¿Por qué de pronto me encontraba formulándole preguntas de la nada?
—A veces. Por lo general a Merrel o Inglaterra, a visitar a la familia.
Recordé al Isaac de la escuela; era muy unido a la familia de su madre, quienes vivían aún en Merrel, aunque lejos de mi casa.
—¿Tienes familia en Inglaterra?
—Sí, los Taylor. —Respondió él mientras nos introducíamos a la autopista. —Mi abuela y mis tíos viven allá. Después de dejar la universidad me mudé con ellos.
—¡¿Dejaste la universidad?! —Me sorprendió mucho el escuchar aquella confesión. Isaac había sido un cerebrito en la escuela, jamás pensé que sería tan rebelde y abandonara la universidad.
—Sí. —Afirmó riendo, quizás mi expresión de asombro le parecía graciosa. —Ingresé a la facultad de ingeniería civil, pero me di cuenta de que no era lo mío. Una noche, mientras revisaba algunas cajas de la mudanza, encontré un bosquejo de un libro que había escrito cuando estaba en la secundaria. Me enamoré de la historia; así que decidí publicarla con el dinero que había heredado de mis padres cuando murieron. Desde ese día dejé de ser Isaac Taylor y me convertí en I. Anthonyson. Pensé que era mejor usar el apellido de soltera de mi madre. Mi abuela casi se muere cuando se enteró, pero ya está superado.
—Wow. —Él realmente me había sorprendido. —¿Ese libro era Orquídea Blanca en Otoño? —Isaac Asintió en respuesta; pude notar cómo se sonrojó ligeramente.
—Sí, ese mismo.
—Lo amé. —Admití. —Es un libro excelente. ¿Por qué escogiste una orquídea blanca?
Por un momento había olvidado que Isaac era hijo de Phil Taylor. Mi modo fanática lectora había salido a tope, y de pronto, me vi envolviéndolo en muchas preguntas acerca de sus tantos libros.