Miércoles, 16 de enero
La baba caía por sus labios hasta caer en su almohada, y leves ronquidos brotaban desde su garganta. Cupido la observó con curiosidad, sin duda, Keylin no se veía como aquellas las Diosas de su mundo, que despertaban sin ojeras y sin algún rastro de haber dormido.
¿Cuánto tiempo más iba a mantenerse dormida? Se preguntó el pelirroso.
Keylin se removió en su lugar, se sentía incómoda. Como si alguien la estuviera examinando bajo un microscopio, entreabrió los ojos, y su primera imagen borrosa era Cupido con un pijama parecida a la de ella, su pierna derecha estaba sobre las de él.
¡Qué maravilla! Nadie podía presumir que había amanecido en los brazos de Cupido.
Espera, ¿por qué él estaba en su cama?, ¿no conoce lo que es el espacio personal? Ni siquiera se acuerda de haber dado permiso que él se echara a su lado.
Intuitivamente, extendió las piernas y con ellas empujo a Cupido lejos de su cama, antes de caerse de la cama, el chico de ojos púrpura se levantó para fulminarla con la mirada.
—¡Vaya forma de empezar el día; que te tiren de la cama! —respondió con sarcasmo, leyendo una vez más sus pensamientos.
Keylin bufó en señal de protesta, para luego apretar su almohada sobre su cara ¿Por qué no había aprendido a mantener sus pensamientos para ella misma? Además, era culpa de él, en ningún momento lo invitó a dormir con ella.
—¡Levántate, por favor! —ordenó con una voz mucho más gruesa y ronca—, ¿no notas algo diferente en tu visión?
¿Visión, por qué iba a ser diferente?
Ella murmuró un par de palabras inaudibles, manteniendo sus ojos cerrados, abrazando con más fuerza la almohada. Parecía que, si la soltara, se la iban a arrebatar y a destruir, como si fuera la cosa más valiosa en el mundo.
Pero el valor de las cosas se las da uno, con el cariño y necesidad que tenemos. Y ella, necesitaba satisfacer su sueño con una almohada.
—Keylin —advirtió severo una vez más.
—Estás peor que mi mamá, ni mi madre me hacía eso —aquejó, suspiró para sentarse en su lugar.
Al abrir los ojos por completo, se encontró con que estaba rodeada de muchos hilos rojos, eran incontables. Intentó tocarlos, pero su mano lo atravesó, soltó un gemido de decepción.
—Solo los ves, no puedes tocarlos. Imagínate, luego ni podrás levantarte de tu cama —respondió Cupido con obviedad—. Además,
Aun así, aquellas palabras le entraron por un oído y le salieron por el otro. Empezó a visualizarse jugando con el hilo, en busca de dos personas que están predestinadas a estar juntas. Algo tan absurdo, supongo yo, porque casi tiene treinta años. Y en esos instantes parecía una niña de cinco años.
—Pareces una niña de cinco años, en fin, pero esos hilos van a desaparecer de tu visión, si no, no te harías nada—Mishka repitió las palabras del narrador.
Keylin lo miró con rencor y despistadamente alejó sus manos del cordón. Hoy tenía tanto que hacer, ¿por qué demonios seguía en la cama? Tenía que arreglarse e ir a las oficinas de su editorial, pues la semana pasada les había informado que el miércoles estaría por ahí.
Aunque no había previsto que Cupido iba a proponerle una aventura, mucho menos que estuviera con ella. Decidió que la mejor opción por el momento sería enviar un mensaje, para posponer su visita a su editorial.
—Entonces..., ¿me vas a ayudar en esta misión, pero te vas a quedar pegado a mí como la mugre con la uña? —Los ojos de la castaña deslumbraron con tal potencia que podía dejar ciego a cualquiera.
—No —río con ironía—. Yo solo te voy a acompañar, prefiero estar contigo a que con mi madre. Estar escuchándola hablar de su belleza. Y no, ni se te ocurra preguntarme sobre mi mamá —inquirió al ver que la mujer a su lado iba a abrir la boca, pero la cerró inmediatamente —. Además, sí soy como la mugre en la uña.
—No te iba a preguntar nada sobre tu mamá en lo absoluto, sino sobre tus pestañas, hacen muy lindo el color justo a las pestañas. Y me pregunto, si tienes el poder o la habilidad de transformarte en lo que tú quieras, ¿por qué la primera vez que nos conocimos eras un bebé? —formuló rápidamente, para rectificar a Cupido que no estaba pensando en preguntarle sobre su mamá.
Y durante la noche tuvo un recuerdo sobre la primera vez que ellos dos se vieron, ella huyó de él. Eso era lo correcto, después de todo se encontraba en un país que no era el de ella, era de noche y estaba completamente sola.
Aunque su lenguaje corporal indicaba todo lo contrario, pues jugaba con su corto cabello nerviosamente y tampoco podía sostenerle la mirada por más de tres segundos consecutivos. Cupido optó por dejarlo ahí y no rondar en el aspecto.
—Pues así es mi aspecto normal, con cabello "normal" un color rojizo. Pero un día, en su comunidad noté que había muchas fotos de mí, bueno no de mí tal cual. Sino de Cupido, y me dio curiosidad. Al ver que todo el mundo me imaginaba como bebé, pues decidí hacerlo, con el cabello rosa y todo, para adentrarme al personaje. Ahora me lo dejo así porque realmente me gusta, siento que mi piel se ve con mucha más vida —explicó, mirándola fijamente a los ojos.
Se levantó de la cama, extendió su cuerpo de un lado al otro para hacer tronar los huesos de los brazos y piernas. Extendió sus maravillosas alas para no tenerlas entumecidas. Keylin imitó su acción y miró su atuendo.
—Bien, me arreglaré, mientras tanto, tú puedes hacer la comida, ¿o no sabes qué hacer? —Miró hacia el techo, recordando la incómoda escena donde él le dio billetes inservibles al repartidos de pizzas, eso le decía que podía no conocer todo sobre el mundo exterior.
Cupido la miró juntando sus ojos, con una expresión seria. Uno de sus estatutos más recalcados que tenía, era no abusar de su poder, y mucho menos con una mortal, porque lo creía demasiado tonto como para no poder hacer el desayuno.