El capricho de Cupido

023 I Cita sin Cupido

Jueves, 07 de febrero

Keylin echó su cabeza al respaldo del sofá de su apartamento, apretando los ojos con fuerza. Lo único que escuchaba eran los ruidos provenientes de la boca de la deidad que no paraba de masticar las palomitas de mantequilla junto con el ronroneo del gato negro que descansaba en sus piernas.

El gato negro constantemente demostraba su eterno amor a la deidad.

Suspiró con profundidad para levantarse de la cama y arrastrar sus pies descalzos hasta llegar al baño para lavarse el rostro con agua fría, quiso ver si el gato la seguía, pero no, nada más lo hacía cuando estaba hambriento, gato gandalla. Buscó entre sus cosas una mascarilla coreana que había traído de sus vacaciones, ignorando que el gato solo la utilizaba.

Abrió el paquete de aluminio color rosa para desdoblar la mascarilla que por las instrucciones era para humectar, así que sintió refrescante cuando con delicadeza la dejó caer en su rostro, tratando de extenderla uniforme, aunque no obtuvo éxito por los diferentes doblados no pudo quitar. Miró su reflejo en el espejo justo arriba del lavábamos para atar su corta melena en una baja cola de caballo, aunque algunos mechones rebeles no lograba sujetar.

Salió del baño para regresar a la sala y dejó caer todo su peso a un lado de la deidad, de lo que no fue consiente era que un tazón de palomitas estaba ahí, por lo que sentó arriba. Chilló por la sorpresa, obligándola a levantarse al instante, agachando su cabeza.

—¿Por qué has dejado las palomitas ahí? —balbuceó, intentando no hacer ninguna mueca por la mascarilla.

—¿Qué llevas en el rostro? —inquirió con curiosidad la deidad, doblando su pierna para poder girarse un poco y estar frente a frente.

Empujó un poco al gato que seguía complacido por descansar sobre su regazo, pero maulló con confusión, así que decidió darles su espacio, ya que con elegancia empezó a caminar hacia la cocina, en busca de comida.

—Una mascarilla —susurró sin mutarse mucho, prácticamente no separó los labios, así que no estaba segura si se había dado a entender.

Llevó su dedo índice hacia su boca, emitiendo un sonido gutural desde su garganta para que guardase silencio.

—Yo también quiero uno igual, que me ponga bello —imploró con una voz un poco más aguda, señalando su nariz.

Él no necesitaba ninguna mascarilla para hacer parecer que su piel era de porcelana o al menos eso fue lo que pensó Keylin.

—Sí, ya sé que no necesito ninguna de estas cosas para ser hermoso, pero sabrás que me encanta formar parte de esto, es entretenido ¿Tienes más mascarillas? —Se puso de pie y agachó la cabeza para escudriñar a la mujer con la mascarilla completamente blanca—. Va, espera. — Leyó sus pensamientos.

Se dirigió al baño, donde tenía un pequeño lote de mascarillas en una pequeña tina de metal. Tomó la verde, la que más le llamaba la atención. Dio unos pocos brincos hasta llegar otra vez a la sala.

—¿Me la pones? —preguntó en tono de súplica, mordiendo su labio inferior, agrandando los ojos cual niño pequeño—. Es que no sé.

La morocha nada más estaba escuchando lo que hacía, dio indicaciones de lavarse la cara con jabón antes de hacer cualquier otra cosa. Él siguió las indicaciones al pie de la letra. Cuando regresó a la sala, se sentó en frente de ella mientras que la morena abría un ojo para abrir la mascarilla ya húmeda. Hizo un ademán con las manos, invitándolo a acercarse a ella.

Inició al tratar de ponerla en el centro del rostro de la deidad y con cuidado de no arrugar la mascarilla, empezó a extender cada una de los lados. Le había quedado mejor la del dios a que la de ella misma. Decidió no darle importancia para volver a recostarse.

Desbloqueó la pantalla de su celular para enlazarlo con la televisión y poner esa música latina del cual era fanática para marcar el ritmo con el pie, le encantaba el reguetón por ordenarle a su cuerpo moverse o al menos intentarlo.

Antes de bloquear su celular, escuchó que le estaba llegando un mensaje, pero al tener el sonido genérico, no logró identificar de quien se trataba. Así que abrió su ojo derecho y le extraño que era un mensaje de su asistente. No tenía sentido la respuesta de a las nueve de la noche.

¿A las nueve de la noche iba a haber algo especial?

Continuó leyendo los mensajes que aparecían en la pantalla, pero estaba segura que ella no había escrito ni uno de los anteriores ¿¡Cómo es que iba a ir con él a ver una pequeña exposición de cuadros en un parque de un artista novato!? ¿Cuándo ella dijo eso?

—Fui yo —respondió Cupido con su rostro inexpresivo, se estaba tomando muy en serio el no poder mover ni un centímetro del rostro para un mejor efecto— ¿Genial? Yo creo que sí, es que creo que el día anterior le fallaste un poco, y pensé que debería de componerlo. En lugar de quedarte aquí, deberías de ir...

—Pero yo quería seguir con la rutina de piel, he estado un poco cansada en estos días —bufó, dejando caer otra vez la cabeza hacia atrás sin hacer ni un gesto—. Deberías de estar haciendo citas con el hombre para mí, no con Weslay que ya le he visto más de una vez el hilo que cuelga de su meñique.

—No lo sé, tal vez deberías de ir al parque, puede que por ahí este tu hombre.

—Ese sería un milagro ¿No vas a ir tú?

Cupido se enderezó al escuchar la última pregunta proveniente de ella, que siempre se colaba dentro de sus planes. Y ahora que la dejaba sola, le estaba preguntando si no la iba a acompañar. Las mujeres eran muy complicadas que jamás las hacías feliz.

—No, yo tengo unas cosas que resolver, pero te diviertes, aunque no mucho —advirtió con un tono de voz pícara.

—¿Me estás diciendo que el amor de mi vida está en el parque? —afirmó segura de que era un hecho, así que aplaudió con las palmas de sus manos, sintiéndose una campeona.

Tal vez hoy era el bendito día en el que el capricho de Cupido iba a llegar a su final.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.