Martes, 12 de febrero
Se había levantado con el pie izquierda esa mañana, su cuerpo estaba tan rígido que rodó por la cama hasta caerse de la cama donde se impactó con el frío del suelo. Su mala suerte apenas estaba iniciando, pues el gas se le había acabado, por lo que tuvo que ducharse con agua congelada. Lo que si estaba caliente era el café que tomó un sorbo sin corroborar que estaba a una temperatura adecuada.
No encontró su ropa interior que la hacía sentir sexy. Sentía la extraña necesidad de sentirse bien consigo misma, porque todo a su alrededor no estaba funcionando. En su mente, para arreglarlo, debía de iniciar con su propia persona. Sin embargo, todo le estaba resultando al revés.
Lo único que no había hecho mal era conducir de su departamento a la oficina, aunque la radio parecía querer ponerla triste con las canciones de desamor, por lo que tuvo que pagarla para no contagiarse de dicha tristeza.
El edificio de su editorial estaba abierto, el personal le dio una cálida sonrisa mientras que ella solo pudo brindarle una torcida. Camino hacia el elevador y antes de presionar el botón, la voz gruesa de su asistente inundó sus oídos con un grito para detener el elevador.
Ella fingió no escucharlo mientras presionaba histéricamente el botón de cerrar la puerta. No obstante, hoy no era su día, ya que cuando las puertas se estaban deslizando para cerrarse, el hombre interpuso la mano para evitar el cierre.
—¡Hey! ¿Por qué querías cerrar las puertas en mi cara? —cuestionó fingiendo indignación.
—¿¡Yo!? Yo nunca haría eso —mintió con nerviosismo—. Ah, es que vi mal el botón. Perdón, tal vez pueda que necesite lentes para ver mejor. —Arrugó su nariz sin ser capaz de mirarlo a los ojos por más de dos segundos.
Maldito Weslay infiel, esas eras las palabras que hacían eco en la cabeza de la morocha.
Perfecto, ellos no eran una pareja. Sin embargo, no entendía el motivo que le doliese tanto, debido a que se sentía como una infidelidad verlo el día anterior tan radiante y elegante con una mujer que no era ella.
¿Y por qué le estaba tomando la mano si no eran nada?
—Puedo recomendarte un oculista para que te haga el examen de la vista —sugirió el rubio, ajeno del torbellino de sentimientos del cual Keylin estaba atravesando.
—Sí. —Mordió su lengua para no decir todo lo que estaba pensando—. Después.
El asistente observó el perfil de su jefa, la mirada la tenía endurecida fija en las puertas del elevador ¿Por qué parecía que quería matar a todo el mundo?
Ya tenía un rato sintiéndose extraña ¿Tendrá problemas o es que va a llegar esos días peligrosos para las mujeres?
El rubio permaneció en silencio hasta llegar al último piso, la primera en salir fue Keylin. Sus compañeros de trabajo estaban charlando cuando le dieron la bienvenida a su jefa, ella regaló una sonrisa forzada mientras continuaba caminando hasta llegar a su oficina.
Dejó la bolsa en una mesita para rodear el escritorio y dejar caer todo su peso sobre la silla giratoria. Encendió la computadora, definitivamente necesitaba trabajo para aliviar su mal humor. Vio el itinerario que se reflejó sobre su computadora, por lo que lo revisó, abrió sus ojos con sorpresa al ver que hoy iba a ir un nuevo escritor a firmar contrato para la publicación de su libro.
Al menos tenía trabajo para ese día, continuó revisando sus pendientes para iniciar.
No notó que su celular empezaba a vibrar, lo cual la sacó de su concentración, así que se levantó para sacar su celular de la bolsa, lo que la sorprendió fue que era un mensaje de Jimmy, el asiático con el que había cenado ayer. Su mensaje la agarró desprevenida, pero le deseaba un bonito inició de día.
Jimmy era un hombre agradable, pero no había llegado a su vida en el momento correcto.
Respondió el mensaje por cortesía y luego colocó el celular en modo avión para que nadie la molestase, así que volvió a regresar a su asiento para continuar trabajando en sus tareas.
Perdió la noción del tiempo, pero se desconcertó cuando alguien llamó a su puerta un par de veces para después entrar sin su autorización. Se adentró el rubio con melena alborotada, le regaló una de sus mejores sonrisas ya que Keylin seguía con su semblante serio.
—Hola Keylin, ¿cómo estás?
—Bien —respondió seca, sin dar la mano de que se extendiese la conversación— ¿Necesitas algo más? —continuó, sin posar sus ojos en él.
Weslay suspiró con pesadez, pensando que la mejor opción sería dejarla tranquila por el momento, así que giró su cuerpo por un milímetro, se detuvo con el pensamiento de que cabía la posibilidad de estar atravesando un mal momento, y a nadie le gustaría estar solo. Por lo que se giró nuevamente en dirección hacia ella para sentarse en la silla que estaba al frente del escritorio con una velocidad que no le dio oportunidad de decir algo.
—¿Qué es lo que necesitas? —insistió Keylin con una postura erguida, con la mirada fija en la computadora.
—No, ¿qué es lo que necesitas tú? Estoy trabajando, y la verdad no me encuentro de humor —replicó déspota, colocando dos dedos en su frente mientras apretaba los ojos con fuerza.
—Ayer estabas triste, y hoy estás fúrica sin razón —bufó el rubio con fastidio, dejando caer su espalda en el respaldo con una posición informal.
¿Y a él que le importaría ella? Debería de estar prestando más atención en esa pelinegra de ayer y no en ella. Al fin y al cabo, ellos dos solo eran jefa y asistente.
Jamás debió de cruzar esa delgada línea entre ambos, porque terminaría mal, muy mal.
—Pues no sé, las hormonas. —Agitó la mano sin querer explicar a profundidad—. Pero, no es algo en lo que te debe de incumbir.
—Key, es que eres mi amiga y me preocupo por ti —refutó, elevando un poco la voz con los labios curvados hacia abajo.
Ese era justo el maldito problema, que ella había malinterpretado toda su relación.