Miércoles, 13 de febrero
Keylin delineaba con la yema de su dedo índice la invitación de la boda de Elijah. Se inclinó un poco hacia delante, curvando su espalda, descansando los codos sobre sus rodillas. Sonrió irónica, ya que de los dos pases que la había dado su nuevo escritor nada más tenía uno, porque su asistente se había autoinvitado, por lo que le robó uno antes de que ella pudiese negarse a tiempo.
Observó hacia el techo con el ceño fruncido, recordando aquel extraño momento del día anterior.
El moreno cerró la carpeta para entregársela a Keylin que por el teléfono mandó a hablar a Weslay, debido a que necesitaba hacerle una copia al contrato. El rubio golpeó un par de veces antes de entrar, preguntando con una voz sumamente formal que era lo que necesitaban, su jefa dio breves instrucciones. — ¿Necesitas algo más? —inquirió Weslay, a un costado del hombre que se mantenía sentado en frente de la morena.
—No, eso sería todo, muchas gracias. —Rechinó sus dientes sin poner un ojo en aquel hombre.
Por otra parte, Elijah le entregó la carpeta amarilla al asistente con una entusiasta sonrisa que no se le podía borrar ni con un borrador. Weslay posó sus ojos sobre los sobres dorados que estaban en el centro de escritorio, despertando en él la curiosidad.
—¿Qué son esos sobres? —preguntó Weslay, indicando con su barbilla la dirección.
—Son míos, estoy invitando a la editora a que vaya al día de mi boda en dos días, vaya la redundancia. —Infló sus mofletes para contener una carcajada por las cosas más hilarantes que soltaba su boca.
—¿Te casas? ¡Felicidades! —clamó con furor, curvando sus labios en una gigantesca sonrisa, mostrando sus dientes.
—¡Gracias! —Empujó la silla hacia atrás con las piernas para levantarse, palmó la mano con el asistente para terminar en un abrazo corto— ¿Te gustaría ir? Digo, para que vayan ambos. —Señaló a la mujer que estaba detrás del escritorio sin despegar sus ojos de los hombres, estupefacta sin saber cómo interrumpir.
Seguramente a él le gustaría ir con su novia y no con su jefa, o al menos eso fue lo que pensó Keylin en ese instante, quedando boquiabierta ante tales pensamientos.
—Sí, me encantaría ir a tu boda, muchas gracias —confirmó Weslay, acercando al escritorio para tomar uno de los pases—. Bueno, ahorita regreso que necesito ir por la copia del contrato.
Keylin suspiró con fastidio regresando a la realidad, dejó caer todo el peso de su espalda sobre el respaldo del sillón. Tal vez no debería de asistir a la boda del hombre de su vida.
¿Qué se supone que debería de hacer con eso?
Resopló alzando los brazos al aire con despecho una vez más, esperó unos minutos hasta que el sonido del timbre la hizo estremecer su cuerpo.
Se levantó con pereza, arrastrando sus pies con torpeza hasta la entrada donde dejó su mano unos segundos sobre el pomo antes de abrir la puerta. Se encontró con la grata sorpresa de Logan del otro lado, sin pensarlo dos veces se arrojó a sus brazos, alzando las piernas en el aire hasta enroscar una detrás de la pierna del moreno.
—¡Vaya, que bonito recibimiento! —musitó el moreno, acariciando su espalda con delicadeza.
Ella apretó con fuerza su espalda, dando el mensaje que en serio necesitaba el abrazo para calmar un poco el torbellino de emociones del que estaba atravesando.
—Pensé que estabas ocupado —reprochó, soltándose con lentitud de su mejor amigo—, y que por eso no ibas a venir.
Logan no había mentido, su trabajo como arquitecto era tedioso, sin contar que debía de cuidar al bebé de su vida. Aunque, escuchar ese timbre desganado de Keylin, tomó la decisión de hacerse un tiempo para ella.
—Sí, lo sé. Mason sé quedó con los niños y yo necesito un poco de tiempo. —Se agachó para recoger la bolsa de mandado roja del suelo que había soltado cuando la morocha se había lanzado a sus brazos—. He traído tu helado favorito de fresas con chocolate líquido, y nuestro disco favorito de Luis Miguel.
Keylin abrió sus ojos con sorpresa, arrebatando la bolsa de tela de Logan para revolver en el interior de ella, sujetando el estuche del disco de uno de sus cantantes favoritos, herencia de su mamá. Lo había dado por perdido cuando hizo la mudanza de la casa de sus pares a su actual apartamento.
—No puedo creer que tengas el disco, yo ya lo había dado por hecho que estaba en el bote de basura. —Forzó una carcajada.
Ese disco representaba el primer curita para unir los trozos de un corazón roto, así que su labio inferior empezó a temblar.
Sus ojos se inundaron de lágrimas, que amenazaban a salir con el nudo instalado en el pecho. Los últimos días habían sido una tortura, primero Cupido había desaparecido sin dejar rastro alguno y no sabía si iba a volver a verlo.
Después, Weslay aparentemente tenía a alguien importante en su vida.
Para rematar, había encontrado a ese hombre ideal que se casaba mañana.
Vaya que tenía una pésima suerte para el amor.
Logan al verla tan vulnerable, le acarició el brazo antes de acercarla hacia él para volver a abrazarla. Ella escucho el latido de su corazón para calmar su respiración agitada. Keylin apretó los ojos otra vez para dejar escapar las gotas que se deslizaban por sus mejillas, pero se adherían a la playera del hombre.
—Te mojé un poquito —bromeo ella, aferrándose a la playera de Logan, pero creando una distancia y limpiar con una mano las gotas—. Gracias.
Logan se inclinó un poco para depositar un beso en la frente con cariño, haciéndole saber que la apoyaría en todo lo que ella necesitaba.
—¿Quieres empezar a cantar Luis Miguel? Acuérdate que mi español en todas sus canciones es excelente —carcajeó, rodeando la cadera de la mujer para caminar hacia la sala.
Logan no iba a presionarla para comentarle sus inquietudes, ella lo haría cuando fuese el momento adecuado.