Bianca despertó molesta, asustada, confundida y con lágrimas corriendo por sus mejillas. No comprendía los motivos de Graciel para proteger a Rayden. Alguien con semejante poder era un monstruo y de seguro por esa razón las personas no lo querían en el pueblo. Sin embargo, al mismo tiempo, tenía la sensación de que él no era consciente de sus capacidades, quizás a causa de la amnesia. Pensaba en ello preparándose para desayunar y tenía la intención de hablar al respecto con Graciel, pero él y Rebeca dejaron la mansión para ir a comprar víveres.
Las criadas tenían sus tareas asignadas y Bianca resolvió terminar mientras los esperaba. Desempolvaba los muebles del recibidor cuando escuchó un estruendo en el despacho y fue a descubrir qué sucedía, pues salvo que Graciel hubiese vuelto, nadie debía estar allí. Rayden recogía libros detrás del escritorio y se levantó de un salto al escuchar la puerta, fijó los ojos en ella y tras reconocerla suspiró aliviado.
—No le digas a Graciel que estoy aquí.
—¿Por qué está fuera de la cama? —interrogó tratando de mantenerse tranquila.
—Necesitaba un libro —sacudió el tomo que recogió—. Como Graciel no respondió cuando lo llamé, bajé a buscarlo. No le menciones que estoy aquí.
—Salieron a comprar víveres.
—Es bueno saberlo.
Bianca lo ayudó a sujetar los libros de la repisa, colocando en su lugar la pesada figurilla que aún estaba en el suelo. Rayden le agradeció, tomó las muletas y salió del despacho con su libro entre los dientes. Ella respiró profundo. Aunque se sentía contrariada, sabía que él necesitaba ayuda y de seguro no la pediría.
—Puedo dejarlo en la cama, joven —sugirió con amabilidad quitándole el libro—. Será más fácil.
—Gracias.
—Suba con cuidado —pidió nerviosa antes de continuar.
Como la puerta estaba abierta, dejó el libro sobre la mesa junto a los papeles. Esperó al final de la escalera para acompañarlo a la habitación y Rayden le agradeció una vez más. Terminó sus quehaceres antes de que Graciel y Rebeca volvieran y después de almorzar se dirigía a la biblioteca cuando el mayordomo se acercó.
—Gracias por tu ayuda —dijo sonriente—. El joven me ha dicho que le subiste un libro que necesitaba.
—No es gran cosa.
—Al contrario —exclamó con rapidez—. El hecho de que no te importe, incluso con todo lo sucedido y lo que has descubierto, me hace sentir agradecido contigo. Él no pide ayuda, porque se convenció de que nadie responderá y es agradable que alguien además de mí lo haga, para que cambie un poco esa idea. Presiento que aún le tienes miedo, y es un alivio saber que no vas a lastimarlo.
—No quiero hacer eso —dijo después de pensarlo.
—Me tranquiliza mucho saberlo. Debo llevarle unos documentos. Gracias.
—Un placer.
Bianca permaneció pensativa. Las palabras de Graciel la hicieron sentirse más confundida respecto a sus decisiones, pero no sabía cómo preguntar al respecto. Regresó a la cocina, se sentó en la mesa y miró a Rebeca conversar con la cocinera tratando de no pensar en nada más. Poco después, observó a Graciel entrar y unirse a ellas. Sabía que Rayden estaba solo y en su opinión, hablar con él no podía empeorar las cosas. Aunque estaba aterrada, necesitaba respuestas y él podía saberlas o no, pero no lo descubriría sin preguntar.
Permaneció inmóvil frente a la puerta entre abierta, respiró profundo y tocó, pero no recibió respuesta. Insistió una vez más sin resultado y se asomó temiendo que algo hubiese sucedido. Rayden estaba recostado en la mesa, Bianca miró hacia las escaleras para asegurarse de estar sola y entró de puntillas. Al descubrir que dormía, respiró aliviada y vio junto a él un vaso que amenazaba con caer del borde. Lo tomó resignada antes de abandonar la habitación; pensando que sin importar cuánto valor había reunido, no era suficiente para despertarlo.
Eligió un libro en la biblioteca, colocó el vaso con el resto de los trastes en la cocina y se sentó a esperar la cena. Regresó a su habitación y dejándose caer en la cama, se puso a leer con la esperanza de no soñar nada, durmiéndose a mitad de una página.
Despertó como espectadora de aquel sueño, pero capaz de percibir que Rayden permanecía inmóvil, a causa del dolor que inundaba su cuerpo. Estaba acostado sobre un mullido sofá, tenía una almohada, una manta y escuchaba el crepitar de la chimenea, que parecía cantar a dúo con la tormenta de nieve que azotaba las ventanas.
Permaneció indiferente hasta que escuchó la puerta principal y vio pasar a Graciel, quien regresó sobre sus pasos.
—Qué alegría encontrarlo despierto —dijo sentándose en la mesita de centro—. ¿Cómo se siente?
—¿Por qué aún estás aquí? —interrogó con una mezcla de preocupación y desconcierto.
—Soy un hombre adulto. Puedo elegir si me quedo o me voy —respondió con una amplia sonrisa—. Además, la gente del pueblo quemó mi casa y se robaron mis cosas. Y si eso no fuera suficiente, la nieve cubrió los caminos, dejando a Berier aislado hasta la primavera. Así que estamos atrapados.
—Lo lamento —suspiró.
Editado: 03.12.2024