El carretón de los perros contentos.

El carretón de los perros contentos.

El bowlevard Hidalgo terminaba convirtiéndose en la avenida Tiburcio Garza Zamora, cruzaba el centro de la ciudad o el 300, como le decían los taxistas de la base Reynosa, bordeando el canal de Anzaldúas hasta que llegaba al bowlevard Luis Donaldo Colosio, situado al Este de la ciudad, amplia y desolada vía que continuaba bordeando el largo canal de Anzaldúas por varios kilómetros, que llevaba directo al puente internacional Reynosa-Pharr; en Texas, y que solamente en las horas pico se miraba concurrida, a esa hora, las 22:00 de aquél frío martes de febrero, el casqueteo de aquel caballo galopando sobre el asfalto, mientras jalaba un rústico carretón de basura, se escuchaba tétrico entre el zumbar del gélido viento de aquél paisaje desolado, tripulado por un extraño personaje que cubierto con gruesos telares, encapuchado y cubriendo su rostro con una gruesa bufanda, tal vez porque esa era la mejor manera de soportar aquél frio cortante, que lo conducía por aquel largo bowlevard; Billy Rojo, aunque ya había visto muchos carretoneros por aquella vía que era la que recorría todos los días para llegar a su hogar, ese lo hizo bajar la velocidad de su Pointer, ya que aquel carretón construido con la parte trasera de una vieja pick up, montada sobre un par de ejes automotrices y 4 disparejas llantas de auto con rines, llamó su atención por la belleza del equino que lo jalaba, aunque también era muy común ver esos viejos y rústicos carretones tirados por caballos, que se dedicaban a transportar la basura de los vecindarios a los vertederos sanitarios de la ciudad, aquel caballo parecía un auténtico pura sangre, ganador de cualquier carrera o excelso semental que cualquier criador de caballos pagaría lo que fuera por él, de color azabache, con largas y brillantes crines, una mancha blanca en su frente que parecía una estrella, lucia su fina y bien marcada musculatura producto de la mejor alimentación y el mejor entrenamiento, mientras tiraba alegremente y con brío de aquel viejo y pesado carretón lleno de basura, el conductor lo miró fijamente mientras se le emparejaba y Billy lo saludó nervioso al verse descubierto, pero no aumentó la velocidad, ni se retiró, ya que al ver por los retrovisores las luces de un grupo de autos que se acercaban rápidamente, encendió sus luces preventivas, ya que el carretón era acompañado por una manada de alegres perros callejeros que corrían al par del galopar del caballo, y digo manada, porque eran más de 10.

  - ¡Siempre he creído que en este mundo no hay criatura más feliz que un perro de carretonero!

Pensó para sus adentros mientras tal vez, aquél extraño personaje de los arrabales, adivinó sus intenciones protectoras porque levantó una mano sin voltear a verlo, haciendo un apenas perceptible ademán de saludo, los autos pasaron con ciertas precauciones al ver las luces preventivas de la unidad 042 y Billy, adivinando que aquel carretón de basura iba a cambiar de carril para tomar la desviación hacia la izquierda para dirigirse hacia “La Nopalera”, una colonia popular de pepenadores, que era donde comúnmente se dirigían los carretoneros de aquella zona de la ciudad que bordeaba el canal de Anzaldúas, redujo la velocidad colocándose a medio bowlevard para proteger a los perros que también cruzaron el bowlevard Colosio, mientras él tomaba la desviación hacia la derecha en el mismo crucero, hacia la colonia “Unidad Obrera”, que era donde vivía con su madre, la señora Gloria Arellano, olvidándose del carretón de los perros contentos y el caballo con porte de campeón, en unos cuantos minutos llegó a su casa donde vivía con su madre.

  - ¡Game over, 42!

Dice por medio del radio para anunciarle a las operadoras que dejaba de trabajar.

  - ¿Qué es eso de game over, 042? ¡Ya le dije que la clave para salir de turno es 91, que significa que se pone fuera de servicio! –dice Delta Verdín, como regañándolo.

  - ¡Ya sabe que mi clave de despedida es! Game over, así que buenas noches, 42 –dice Billy con acento divertido.

  -02-042. (Enterada unidad 042)

Dice la operadora un segundo antes de apagar el radio, entró a su casa para saludar de beso en la mejilla a su mamá, que desafortunadamente sufría de una enfermedad de los riñones, pero que con tratamientos y diálisis podía llevar una vida más o menos normal.

  - ¡Ya llegué, jefa!

Le dice Billy aventando las llaves del taxi en el comedor, al tiempo que se quitaba el largo gabán de color beige, la Señora al escucharlo se levantó de la sala donde se pasaba el tiempo viendo noticieros y novelas en la televisión y se dirigió a la cocina, para servirle de cenar a su hijo en lo que salía del baño.

Al mismo tiempo del otro lado del bowlevard Colosio, el conductor del carretón de los perros contentos, también llegaba a una casa que al parecer estaba hecha de pedazos de madera y cartones, debajo del puente internacional a la ciudad de Pharr; Texas, su casona era la última y más alejada de aquél arrabal, donde nadie se acercaba, porque aquellos perros que contentos lo acompañaban en su diaria jornada recogiendo basura, se transformaban en feroces perros guardianes que no permitían a nadie acercarse, haciendo de aquella zona de la colonia nopalera, un territorio muy difícil de explorar.

  - ¡Ya deja de ver tus noticieros de guerra, jefa!

Le dice Billy a su mamá, sentándose a la mesa del comedor.

  - ¿Y qué otra cosa quieres que vea? Si son las únicas noticias que dan. –le contesta doña Gloria mientras le servía su cena.  -Además, ya se acabó la novela.




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