Deseando poder encontrarme con Carlo para contarle todo esto, entré en casa, y para mi sorpresa, no había nadie. Carlo todavía no había vuelto. Cerré la puerta con el pie intentando no desperdigar todo el pescado maloliente que cargaba en mis manos. Lo tiré haciéndolo caer en la encimera de la cocina, y fui corriendo a poner la toalla en la lavadora. Cogí una pinza y me la puse en la nariz, preparado para lo que podría ser otra “operación” marina. Cogí el cuchillo y lo deslice por todos y cada uno de los peces que había pescado aquella mañana, dejándome ver casi por completo su interior. Me esperaba ver lo que había visto, pero creo que podéis entender que era bastante extraño encontrarse restos de carne en el interior de estos habitantes marinos. En uno de ellos, pude extraer carne y algo de piel; en los otros, carne y pelos largos de colores mayoritariamente castaños. Sinceramente, no sabía que pensar. ¿Por qué los peces comerían carne? ¿Cómo esta había carne en el fondo del mar? ¿Por qué razón estos peces habían muerto? Me lavé las manos justo a tiempo para coger el móvil, que estaba vibrando dentro de mis pantalones.
-¿Si?
-¿Me has llamado? –Respondió la voz ronca de Javier.
Un rastro de felicidad inexplicable barrió mi expresión facial, seguramente por darle una explicación a todo aquello y saciar mi curiosidad.
-Sí, hola. ¿Estabas durmiendo? –Pregunté solo por modestia, intentando disimular mis ansias de descubrimiento.
-Un poco. –Ironía. –Pero no te preocupes, si me has llamado es porque necesitarás algo, ¿no?
-Exacto. –Me aclaré la garganta.- ¿Sigues teniendo tus conocimientos biólogo-marinos?
Conocía casi a la perfección a Javier. Él también era un chico muy curioso y este tipo de preguntas hacían que algo despertase en su interior, como en mi caso. Casi pude oír como sonreía a la otra parte del teléfono.
-¿Qué necesitas?
Apenas un minuto más de conversación, y colgamos. Todo ya había quedado más que claro, y sin desvelarle nada de nada, quedamos en que él estaría en mi casa en menos de media hora. Y así fue.
El timbre sonó mucho antes de lo que me esperaba. Corrí hacia la puerta y la abrí. Delante de mí, estaba Javier, vestido casi como un militar, con una mochila y con libros en la mano. Entró en mi casa enfilándose y sin decir nada, y dejó todas sus cosas en la mesa de mi salón. Segundos más tarde, me miró.
-¿Y bien?
Lo llevé hacia la cocina. Y él pudo divisar todo lo que había encima de la encimera.
-Has ido a pescar. –Pudo deducir fácilmente. -¿Y?
Sin decir palabra, metí la mano en el interior de uno de los peces y él puso una mueca de lo que podía ser asco. Saqué la mano y como me esperaba, estaba llena de sangre y enredada de pelos.
-¡Joder! –Gritó antes de alejarse hacia el salón.
Yo, no pude disimular una risa que no tenía ningún sentido que saliera por mi boca, pero sabía que esa era la reacción que justo estaba esperando que él tuviera. Creo que después de todo esto, él se sentó en el sofá y estuvo unos minutos sin decir nada.
-¿Qué coño es eso?
Le conté que había pasado, desde que me había ido a pescar hasta que había decidido llamarlo a él minutos atrás. Tragó saliva y respiró fuertemente, hasta que decidió dirigirse a la cocina. Se paró dos metros antes de llegar a la encimera y me alargó la mano, y pude entender que era porque necesitaba taparse la nariz con algo, así que le di una pinza, que poco después apretaba sus fosas nasales. Cogió el cuchillo y trazó un corte mucho más largo a cada uno de los peces. Cogimos un plato y fuimos destripando a cada uno de ellos, aguantándonos más de una vez las ganas de vomitar. Cuando acabamos, nos dimos cuenta de todo aquello a lo que nos enfrentábamos.
Editado: 13.09.2018