El Castillo de los Espejos

Capítulo I

Era principio de mes de mayo, en el pueblo al  que me dirigía había una especie de chubascos, más típicos del lugar que del mes, por lo tanto al acercarme más podía notar la humedad en el aire bochornoso a pesar de encontrarse el cielo obscurecido. Llevaba cerca de tres días en un viaje hacia otro muelle pues en aquellos días no era yo nada más que un pescador  y un amigo que no veía desde hace tiempo, me había enviado a buscar para ayudarle con la pesca, el temporal  había ocasionado que un sinnúmero de peces fueran a dar a ese lado del lago. No me negué a ir, vivía yo solo en una pequeña cabaña a las orillas del conocido Lago Azul por lo tanto no me placía quedarme en medio de los estruendos que ocasionaba la lluvia, no era por miedo, más bien instinto de  supervivencia.

            El auto en que me  transportaba era un modelo chevy del 57  bastante arcaico, de  color negro, dos puertas y con fallas por todos lados, pero  conseguía llevarme a cualquier lugar al cual tuviera el deseo de ir. Si alguna  vez la gente de la ciudad había dirigido su  precaria atención hacia mí, probablemente sería por el estrepitoso ruido que ocasionaba mi automóvil al ir rodando inestablemente por la carretera aun más irregular de Ciudad  León. Había vivido tanto tiempo en ese lugar que era un hecho bastante extraño que nadie pareciera conocerme , solo  conversaba con el dueño de la pescadería local con quien no asumía más que el compromiso de venderle lo que había atrapado esa semana.

                Ahora, se que te estarás preguntando ¿Cómo puede un  pescador terminar escribiendo un libro? ¿Por qué no habla más acerca del crimen cometido y menos de la penosa soledad de su vida? Pues bien, a la primera pregunta puedo responderte con facilidad: aunque ahora sea un pecador  otrora había tenido  un trabajo menos digno que dejo en mí la costumbre de la palabra  culta  y la expresión discursiva, era secretario de gobernador. En los años de mi juventud vivía en una ciudad bastante lejana  y antaño prospera, me  había instruido con todo tipo de libros desde  poesía, pasando por novelas con un tipo de romance histórico y fronterizo, hasta llegar a la instrucción profesional de la política aunque esta no me interesara mucho. Pasaba los días leyendo en la biblioteca y fue allí,  donde vi el letrerito que  señalaba solicitar personas  con alta  capacidad intelectual, etiqueta   y protocolo.

            Me sentí tan emocionado, no tendría más que veinte años y por tanto fue fácil engañar mi frágil entendimiento, creí que sería mi oportunidad de demostrar todas mis habilidades  ¡cuánta alegría sentí recorrer todas las venas de mi cuerpo! Que iluso, ríase de mí se lo permito, la inocencia es una virtud de la que se aprovechan  los menos afortunados en la vida, estos conocen la mugre del mundo antes de tiempo y se contaminan con ella.

            Al otro día, al despuntar el alba y orgulloso de mi traje de doble botón me presente en el despacho de el Gobernador. A travesé el pasillo alargado  que  daba a una puerta de madera, al lado derecho del pasillo se encontraban dos sillas y  estaban allí dos sujetos con caras alargadas y cabello rapado, estaban vestidos de manera más sencilla que yo pero seguro igual de emocionados.  La secretaria se encontraba al final del pasillo entre montones de papeles desordenados sobre su escritorio  y con muy poco interés por  arreglarlo,  presente allí mi exiguo curriculum vitae. La secretaria me dijo que sería entrevistado luego de los otros dos sujetos, mientras esperaba sentía la ansiedad correr por mi cuerpo, como la espera se me hacia larga decidí observar el mobiliario con más calma que cuando había llegado.

El techo estaba por ejemplo, tachonado de brea seguramente para prevenir las goteras, frente  a mi había un reloj cucú  que anunciaba las 7:30 am concluí allí mi recorrido  y las siguientes dos horas estuve observando el  lento pasar del segundero y me sobresaltaba cuando el  cucú salía anunciando el cambio de hora ni siquiera note el momento en que el otro par de desdichados paso a la entrevista. Solo escuche mi nombre ser empleado con una nota de aburrimiento   y poco interés.

            Me erguí tan derecho como pude y entre por esas dos puertas escuchando el  rápido palpitar de mi corazón. El gobernador se encontraba allí, era un hombre entre los 50-60 años de piel blanca y cabello castaño entrecano, tenía mucha popularidad entre la gente, cuando vi su rostro y la mueca amarga que hizo al verme (seguramente por mi edad) me di cuenta que no era por su bonachonería por lo que era especialmente conocido. La entrevista fue dura pero gracias a la autoformación a la que me había sometido pude contestar a sus preguntas con fingida calma  y claridad. Me dijo que llamaría pronto, tuve la sensación de que había quedado complacido conmigo y  existía la posibilidad de ser contratado.



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Editado: 23.04.2018

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