El día martes cumplía con mi rutina semanal de ir a la tienda del pescadero, pero el conglomerado de gente moviéndose de aquí allá me impedía el paso, uno que otra se detenía a mirarme con cierto fastidio al escuchar el estruendo que ocasionaba mi auto. Ni siquiera me atrevía a hacer sonar el claxon, como dije el ser notado en aquel lugar no era una de mis sensaciones favoritas.
La gente parecía más apurada en sus quehaceres que de costumbre, las mujeres iban de aquí para allá con un montón de telas en sus delicados brazos. Reconocí a la costurera siendo perseguida por una docena de chicas que rogaban un minuto de su atención. Para ese momento la pobre mujer tendría un sinnúmero de vestidos que hacer.
Me tome el tiempo de observar un poco a la gente de la ciudad, todos parecían alegres y bastantes festivos, el humor de ellos contrastaba con el clima, al menos hoy no había llovido, pero el cielo rugía de vez en cuando, tal vez por eso las mujeres lucían tan azoradas, no querían mojar las condenadas telas. Un par de mujeres pasaron cerca del auto comentando que la temática de la fiesta seria parecida a la de un carnaval veneciano, enserio, por allí se mezclaba bastante de la cultura Europea, castillo inglés, baile italiano y colonizado español.
Entretanto que miraba la problemática panorámica y pensaba el modo de salir de aquel atasco, una hermosa mujer de ondulados cabellos negros paso por enfrente de mi auto. Me quede viéndola un momento ya que se me hacia conocida de algún lado, ella pareció notarme y se volvió hacia mí, soltó una sonora carcajada, seguro que la saque de su ensoñación con el sonido del auto. Aquí las personas parecían vivir de ese modo, cada uno en su propio mundo sin preocuparse por interactuar o saber de los demás, perfecto para mí y para esta historia cuyo autor no desea ser conocido.
Me sorprendió cuando la vi acercarse a la puerta del conductor, un profundo olor a almizcle me inundo los sentidos cuando ella se inclino hacia la ventanilla y el viento movió sus cabellos.
Me dirigí a la pescadería, apague mi auto y fui a la parte de atrás para sacar los recogido en la maleta. Tome todo en una mano y me adentre en el lugar, para ser casi la hora del medio día se encontraba algo solo y me sorprendí cuando vi los estantes refrigerantes igual de vacios. Escuche un ruido de la parte del cuartucho que cumplía la función de oficina y de allí salió el dueño, un hombre alto y corpulento de unos 60 años, su rostro ya se veía algo arrugado y tenía la piel tostada, según me había contado el mismo, solía vivir en la zona costera del país — Un verdadero puerto, Sr. M, con el sol a todo brillo y los cientos de barcos que anclaban para descargar su mercancía. Y le vista del mar ¡bellísimo! No como el triste laguito de aquí—. Parecía recordar ese lugar con mucho afecto, tuvo que emigrar de allí después de la muerte de su esposa hace ya quince años, la tristeza lo tenía consumido y decidió que el ambiente del lugar no combinaba con su estado de ánimo y por eso vino a parar en un lugar más lóbrego que el.