Aquella noche el frío batía la contorna con especial ponzoña. Había poca claridad y la escasa visibilidad venía de la luna. Una densa niebla bañaba aquel paraje dejado de la mano de Dios. Rondaba a capricho como un sereno cantando a viva voz cada hora de la madrugada. Incluso llegaba a cubrir a ratos los árboles, dispuestos sin más orden que el dispuesto por la propia naturaleza. Apuntaban con sus huesudas ramas al cielo y a la tierra, intentando alcanzar la bóveda celeste o la yerba a ras del suelo.
Era evidente el paso de las estaciones, sobre todo viendo al norte. Algunos troncos fueran vencidos por la gravedad, amontonándose desordenados; otros amenazaban desplomarse sin previo aviso.
Debajo de la maleza afloraban pedazos irregulares de la senda o de lo que quedaba de la misma. Olvidada y borrada tanto de la memoria como de los mapas a nadie importaba su deplorable estado. Y no era para menos pues en el mejor de los casos parecía embocar directa al infierno. Prácticamente intransitable sí, pero no dejaba de formar parte del antiguo acceso al cementerio. Allí descansaban leprosos, apestados, poseídos, no bautizados, suicidas y ateos. Sus almas repudiadas y atormentadas parecían perderse por los rincones del peñascal. Desde allí solía soplar con fuerza el viento, susurrando entre rocas y vida vegetal.
El lugar estaba acotado por la madre natura. Virgen y descontrolada, tomara posesión de lo que consideraba suyo por derecho. En cuanto al camposanto propiamente dicho no destacaba por su extensión. Abandonado a su suerte no tenía más visitantes que las fieras de la contorna. La oscuridad velada mostrábase desvelada, al menos en parte. Venus resaltaba en aquel encuadre pesado y apagado, dando al ambiente de por si tétrico una atmósfera más lúgubre que de costumbre…
Nadie en su sano juicio osaría rondarlo de noche, ni siquiera de día. Leyendas y mitos pasaban de padres a hijos provocando temblores nocturnos difícilmente soportables. Pocos en los pueblos cercanos abrían boca para mentar aquel rincón, ni siquiera cuando ahogaban sus gaznates con jarras de cerveza negra.
Había cierta rumorología al respecto; leyendas fantasiosas que buscaban asustar a los niños. Por el contrario otras parecían haber sido vividas y sufridas por testigos de asentada credibilidad. Por ejemplo el padre Sotero quien tras un mal encuentro por aquellos lares nunca volvería a ser el mismo.
Ese miedo, real o no, mantenía a raya a los lugareños. Gentes temerosas de Dios y no mucho menos de la ira de cualquier entidad que caminase como alma en pena entre tumbas malditas y credos mancillados…
Una fracción de segundo perdida en la madrugada dio pie a un potente y ruidoso motor perdido a lo lejos. Traqueteaba sobre aquel camino de cabras cubierto de maleza. Sí, claramente subía por la ruinosa senda, arrasando con lo que encontraba al paso. Desmembraba cualquier disposición de la noche, escupiendo penachos de tierra removida y guijarros. Un búho, asustado, echó a volar.
Hasta esa osada intromisión el viento empujaba cariñosamente la niebla a lo largo del altozano. Éste quedaba más allá de la línea del destartalado muro. Sin embargo comenzó a encabritarse, tal vez molesto por aquella profanación de obra y pensamiento. Agitó hasta el último hierbajo, aullando como bestia herida para luego voltear a la altura del peñascal, regresando si cabe más rabioso...
Inmediatamente después entres los matorrales hicieron acto de presencia dos refulgentes y siniestros ojos de fuego, titilando cuan estrellas. Alternaban entre el amarillo solar y el rojo sangre. Entremedio se escuchó nueva batería de aullidos que a modo de mal fario espesaron la niebla, intensificándose de inmediato la frialdad del medio.
Al dejar atrás la parte más inclinada del sendero surgieron seis potentes focos distribuidos por el frontal del todoterreno. Detuvieron el vehículo, dejando prendidos los mismos. Lo que hasta aquel momento permanecía oculto día y noche pasó a ser medianamente visible...
Un muro de piedra rústica a no más de cincuenta metros les daba las malas noches. El perfil desplomado del muro fomentaba pequeños espacios intransitables, prolongando su línea pétrea hasta donde alcanzaba la luz de los faros. Más allá la espesa vegetación impedía cualquier observación. Probablemente estaría igual o peor, acomodado en el regazo de las tinieblas.
Las puertas se abrieron. Se desplegó por doquier música rock ochentera a todo volumen. Bajaron dos hombres de mediana edad y rudo aspecto. Uno de ellos apagó la radio.
Mikel destacaba por su carácter desagradable. Larguirucho, pelo rubio corto, prominente nariz ganchuda y parche en el ojo izquierdo. Gustoso de mostrar pelo en pecho, signo inequívoco de virilidad. Calzaba botas de media caña y vestía mono de trabajo color azul, cerrado hasta arriba, no estaba la noche para virilidades. Debajo del susodicho un jersey grueso de cuello alto. También portaba un cinturón de herramientas ajustado a la cintura.
Eduardo era ligeramente más bajo pero compensaba a lo ancho. Calva franciscana, labios casi inexistentes y pómulos exageradamente marcados. Calzaba zapatos de senderismo. Completaba el atuendo con vaqueros azules gastados; camisa roja de cuello raído y un añejo jubón por encima de ésta.
Caminaron cierto trecho, tropezando o enganchándose por arriba o por abajo porque allí plantas trepadoras, raíces, piedras envueltas en musgo, ramas tronchadas y demás parafernalia imponían su ley, creando barreras impenetrables.
Portaban un par de palas plegables, dos linternas y la voluntad suficiente para no pegarse media vuelta…
Se recrearon especialmente en la escultura de piedra martilleada cruelmente por las inclemencias del tiempo. Trabajada a partir de único bloque descansaba sobre un arco de piedra gastada, presidiendo la entrada al camposanto. Plantas silvestres de corte colgante caían en cascada, cubriendo parte de la verja. A pesar de los pesares se podía leer sin grandes dificultades: “cementerio no consagrado”. Sus gastadas letras garabateadas a mano alzada parecían advertir que cualquier cosa que pasase puertas adentro, adentro se quedaría.
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suspense y misterio, terror y horror, sepulturas y profanación
Editado: 05.04.2024