"¿Por qué la negaron, si fue ella quién amó a este mundo más que nadie?"
Palabras escritas en piedra. Las encontró Isk, en su expedición a las montañas de Verra.
12,000 AÑOS DESPUÉS
Los guerreros se postraban ante Lenior, tres a su izquierda y tres a su derecha. Jamás había comprendido porque existían aquellas estatuas, pero al cruzar aquel pasillo lo comprendió. Lo hacían sentir importante.
Miró a su izquierda, luego a su derecha, y notó que la estatua que representaba a Zulir se le había dibujado con una expresión triste, y un poco más distante de los otros. Mientras que cada uno se separaba a exactamente dos metros del anterior, Zulir estaba a cuatro. Lenior se preguntó la razón, pero no tuvo a quién exponer su duda, pues estaba solo en aquel pasillo de alfombra roja y piso blanco. Miró hacia arriba y vio el techo en forma de cúpula, recorrió todo el camino hasta dar con una representación de Yaziel, cincelada sobre el marco de la puerta que estaba a punto de abrir.
"Me tomé mi tiempo, ¿eh?"
Lenior dio un gran respiro y abrió la puerta.
—Veo que no has traído a nadie de esa familia otra vez, ¿eh, Loran? —el que hablaba era un hombre de barba y cabellos rojos, Lenior pensó que sería imposible confundir a Fereniar, señor de Phirstra.
—No es como si pudiera obligarlos -le respondió el aludido, un hombre delgado, con un sombrero cónico del que le salía una cola de caballo de un negro azabache por detrás.
—Puedes y debes —repitió Fereniar, -el torneo es un símbolo de paz, y el secreto de ellos me intriga, ¿acaso planeas algo con ellos?
El señor de Agastra se rio.
—Primero pierdo mi título, mi honor y mi sombrero antes de que la vieja loca me haga caso.
Fereniar simplemente gruñó.
Cuando dejaron de discutir, ambos se dieron cuenta de la presencia de Lenior.
—Ahora que han dejado de discutir como niños, ¿pueden dejar hablar a nuestro invitado? —la que habló era Sorel, la señora de Cienna.
—Gracias, mi señora —Lenior se postró ante la mesa con dificultad.
—Vamos muchacho, sabemos a que vienes, solamente has la maldita decisión.
Tarwen, el señor de Elgonia no se distinguía precisamente por su tacto ni por su paciencia.
—Se respetuoso con él —advirtió Jazmak, el señor de Verra. —Podría matarte si él quisiera ahora mismo. No sería el primero en intentar matar a un señor, ni tampoco el primero en lograrlo, si tiene éxito.
Era cierto. Pero no lo dijo. En lugar de eso, se paró lentamente, y se sentó en el lugar que le correspondía como oráculo de la década. Los demás se pararon de sus asientos y bajaron sus miradas en señal de respeto.
Lenior miró la mesa, luego sacó una bolsa que llevaba consigo y derramó su contenido. Era solamente un montón de tierra, pero se le quedó viendo un rato que le pareció eterno; luego, comenzó a dibujar un círculo, y dentro de él, dibujó el símbolo de Yaziel, un árbol que se dividía en cinco desde las raíces y que se unían en la copa,
Entonces, cuando terminó de dibujarlo, cerró los ojos y comenzó a recitar el cántico ancestral.
-Las llamas me queman. El agua me ahoga. La tierra me traga. El aire me lleva. El rayo me alcanza. El fuego se apaga. Los mares se secan. Las montañas se derrumban. El viento cesa. El trueno descansa. Las cinco ramas se unen. Para ser una sola. Regresan a casa. Las sombras que lloran. La luz que no las alcanza. La oscuridad que las quema. El brillo que anhelan. Dime entonces. A quien libero ahora.
Entonces, sintió como la energía salía de la palma de su mano, drenando toda su vitalidad. Aquel era el destino que se le había impuesto como oráculo de la década. No sintió tristeza, pues toda su vida fue preparada para aquel momento, incluso sintió una vaga felicidad. En el último momento de su vida, Lenior no sintió arrepentimiento por nada. No era tan joven como había dado a entender Tarwen. Parecía más joven de lo que en realidad era, eso también era parte de su entrenamiento. Sin duda había vivido más que todos los presentes en la sala juntos. Había nacido, crecido y finalmente, ahora podría morir. Se podría reunir con su esposa y sus hijos, que habían partido antes que él. La vaga felicidad se convirtió entonces en alegría pura, y sonrió ante su destino.
"Fue una buena vida", pensó por última vez, antes de desaparecer por completo, tanto en cuerpo como en alma.
—Odio este ritual, ¿hay necesidad de hacerlos parecer niños? —se quejó Fereniar.
—Oh, no sabía que con la edad llegaba la sensibilidad -sonrió Loran.
—Basta ya -les ordenó Sorel, —empieza a brillar.
Era cierto, el dibujo de Yaziel empezaba a brillar intensamente con una luz blanca cegadora. Después de unos momentos, la luz comenzó a languidecer, hasta finalmente morir, dejando solamente una de las ramas encendida en un tono rojo carmesí.
—Vaya, hasta que al fin es mi turno —dijo el señor de Phirstra.
—Otro torneo lejos de casa, ¿eh? —se lamentó Jazmak.
—Entonces, nos veremos en diez años, espero que para entonces pueda haber quienes nos ganen -se burló Tarwen.
—Eso no es lo importante —respondió Sorel.
—Solamente los perdedores dicen esas cosas —replicó el señor de Elgonia.
Los cinco grandes señores seguían hablando mientras salían por aquellas puertas de madera, dejando solamente la tierra que había derramado Lenior sobre la mesa, la cual, eventualmente, se vería arrastrada por el viento y olvidada por aquellos que la vieron. Justo como su dueño.