Cuando entré a casa lo primero que hice fue esconder la cubeta de
plástico en el pequeño armario de limpieza afuera de la lavandería y
luego entré a la cocina con expresión seria, tratando de no parecer
culpable; mi mamá me esperaba allí, mirándome como si supiera
exactamente lo que había hecho. Tenía las manos ocupadas porque
estaba preparando lo que parecían bizcochitos, metiéndolos en el
horno.
—¿Hablaste con el vecino? —preguntó limpiándose las manos en
su delantal celeste. Su cabello marrón igual al mío estaba anudado
en lo alto de su cabeza. Me mostró una sonrisa satisfecha.
Mamá amaba hacer postres y pasteles, era uno de sus pasatiempos
favoritos y a mí me encantaba ayudarla cada vez que hacía. Solo
que en esta ocasión había desistido solo para cometer mi venganza.
Y no había salido tan bien como lo esperaba.
—Sí —respondí sin mucha convicción.
—¿De verdad? —Mamá parecía muy sorprendida. Ella sabía lo
tímida que era, pero hoy estuve más abierta que nunca; no había
titubeado ni un poco al hablar con ese chico. Estaba un poco
satisfecha conmigo misma, aunque mi verdadero cometido no se
hubiera realizado. Ahora debía ahorrar el dinero que me daban mis
padres para comprarme el libro. Mientras tanto, dejaría que se
secara en el sol, y si eso no funcionaba lo leería online.
—No me pagará mi libro. Ese idiota lo arruinó y no me quiere
comprar otro. Dijo que volviera a su casa más tarde o mañana, pero
sé que es mentira... —Me di cuenta que cometí un error cuando
mamá gritó de alegría.
—¡Genial! —Señaló el horno—. He hecho unos bizcochitos bien
ricos para regalárselos a los nuevos vecinos. Puedes ir tú.
—No —refunfuñé, negando con la cabeza e implorando con mi
mirada—. Ni loca volveré allí.
—Ruby... —me regañó—, son nuestros nuevos vecinos. Debemos
darles la bienvenida.
Yo ya le había dado la bienvenida al tal Kem, arrojándole un balde
con agua. Estaba segura que ya no quería nada más de mí, ni
siquiera los bizcochitos deliciosos que mi mamá preparaba. Apuesto
que iba a aventármelos a la cara si se los regalaba. O tal vez los
pisoteara. Cualquier cosa que fuera para vengarse. Había visto en
sus ojos el mismo odio que sentí yo cuando observé mi libro mojado
y arruinado.
Kem iba a cobrárselas, de eso estaba segura.
—Tal vez deberías dárselos tú, mamá, ya que tú los preparaste.
Me miró con una sonrisa conocedora.
—Nuestros nuevos vecinos tienen tres hijos de tu edad, tal vez
deberías ir allí y hacer amigos. Trata de olvidar el asunto del agua y
conócelos mejor. —Se encogió de hombros—. Pueden ser amigos e
ir al cine o salir a pasear un poco. Solo conoces a Amber, ya es hora
que hagas más amigos. ¿Qué mejor oportunidad que ésta?
En realidad era la peor oportunidad, pero no iba a discutir con mi
madre. Era una pérdida de tiempo.
—Como sea, mamá —acepté reacia, sin otra salida—. Cuando
estén los bizcochos me avisas.
Me alejé de la cocina para leer en mi habitación, pero cuando me
acerqué al balcón vi el desastre que el agua había ocasionado. Mi
precioso libro de tapa dura estaba todo mojado, seguía sin secarse
a pesar de haberlo dejado bajo el sol. Las páginas se encontraban
todas arrugadas. Mi desilusión se hizo enorme.
Ese idiota de Kem era el único culpable.
Mientras más lo pensaba, más segura estaba de ello. Tal vez habría
parecido confundido, pero eso solo afirmaba su culpabilidad.
Además, ¿por qué su hermana habría mentido? Ella fue quien me
dijo que había sido Kem el culpable. Lo había delatado. Eso me
tenía que bastar.
Cuando mamá apareció en mi habitación, fue para avisarme que los
bizcochos ya habían salido del horno. Por muy reacia que estuviera
a ir a la casa de los vecinos, nada podía salvarme de esta situación.
Tenía que obedecer a mi madre a toda costa porque era probable
que si me negaba una vez, sería ella misma quien me jalara de las
orejas hasta la puerta de Kem y aumentar mi humillación.
Cogí la bandeja que mamá me tendió con una sonrisa.
—Ya están fríos, así que llévalos cuanto antes. —Me sentía como
una niña siendo forzada a hacer amigos en el jardín de infancia.
Mierda. Realmente iba a volver a ese apartamento.
Había pasado solo una hora y yo rogaba para que Kem no
estuviera. Al parecer iba a salir y esperaba de corazón que lo
hubiera hecho.
—Ya vengo, mamá —dije con retintín en mi voz para que pareciera
alegre, cuando realmente estaba molesta.
Mi mamá me palmeó el hombro al pasar mientras se quitaba del
cuerpo el delantal para hornear. Me había cambiado de ropa
minutos atrás a algo mucho más cómodo que un vestido, ya que
estaba por anochecer escogí ponerme un short veraniego y una
camiseta sin mangas. Mi cabello estaba anudado en lo alto de mi
cabeza; esta era mi ropa usual para estar en casa antes de dormir.
Con las pintas que estaba subí al apartamento de arriba y toqué el
timbre. La bandeja en mis manos contenía diez bizcochitos con
chocochips, todos elaborados por mi mamá. Estaba tentada a comer
uno pero mamá sabiamente había hecho más para comerlos en la
familia. Papá y yo éramos fans de sus postres, especialmente de
estos bizcochos que eran su especialidad.
Esperé unos segundos más antes de que abrieran la puerta.
Joder.
Mi sonrisa elaborada pasó a ser una mueca de rabia.
—¿Tú otra vez? —pregunto Kem mirándome con diversión. Lo
primero que vio fueron los bizcochitos en la bandeja y luego giró el
rostro fuera de la puerta buscando algo—. ¿Ya no traes agua para
tirarla de nuevo?
Entrecerré mis ojos.
—Si tanto quieres que te arroje agua de nuevo, espérame un ratito
que ya vuelvo.
—No hace falta —contestó luego de rodar los ojos—. Una vez fue
suficiente.
—Ni que lo digas —murmuré recordando mi libro mojado.
Nos quedamos en silencio un rato, nivelándonos con la mirada. De
toda su familia, solo él podría haberme abierto la puerta. Gracias,
joder.