La hermosa y heroica ciudad de Cartagena de indias, situada al norte de Colombia recibe a unas muchachitas impacientes por sus primeras vacaciones juntas. Era la ciudad más bella y turística de Colombia, “el corralito de piedra” así le llamaban y era más que obvio que las jovencitas quisieran pasar sus vacaciones allí, habían ahorrado cada centavo para poder costearse el viaje: rifas, limonadas, mesadas, de todo habían hecho esas jovencitas para poder conocer al corralito de piedra. El vuelo en avión fue emociónate para algunas pero para otras aterrador.
Se alojaron en el hotel Caribe uno de los hoteles más lindos y elegantes de Cartagena, las jovencitas habían sido acompañadas por una de las madres de las niñas y estaban más que impacientes por conocer la ciudad.
— ¿Cuándo podremos conocer la plaza de Santo Domingo?—pregunto Liz, una muchachita hermosa de ojos oscuros y semblante saludable
—Yo quiero conocer el Castillo de San Felipe—inquirió una joven delgada con prominente cabello largo y nos incandescentes e inquietantes ojos grises que hacía que más de uno se voltearan para mirarlos dos veces y preguntarle si eran reales.
—Ya tendremos tiempo de eso, pero primero visitaremos las playas—Indicó Susana, una alegre muchachita con viveza de mujer no mayor de 15 años, que con ojos oscuros como la noche y sonrisa de ángel le bastaban para expedir sensualidad.
—Ya niñas cálmense, lo único que yo quiero es un baño de espuma y acostarme a dormir luego de ese viaje. —dijo cansada la señora Edith, madre de Bárbara, la cual había peleado a muerte con las otras madres para poder acompañar a las niñas, claro que ahora lo estaba dudando dado el horrible dolor de cabeza y al traumático viaje en avión.
Bárbara miro a su madre y maldijo su suerte, no quería que su madre las acompañara, era demasiado sobre protectora y temía enormemente que le dañara las vacaciones, cuando cumplió 10 años no pudo tener un castillo inflable porque era peligroso, cuando cumplió 11 no pudo tener un mago porque ellos utilizaba fuego y trucos con cartas filosas Pensó Bárbara amargamente. La jovencita ya mostraba signos de una hermosura innata, cabello cobrizo, sonrisa encantadora y su cuerpo que a pesar de ser muy joven ya manifestaba signos de una idónea figura de reloj de arena, sin duda seria una hermosa mujer.
Luego de que la señora Edith tomara su baño de espumas y descansara un poco, las chicas pudieron ir a la playa pero no sin antes embarrotar a Bárbara de protector solar hasta quedar completamente blanca.
Las playas de Cartagena son perfectas para cualquier turista exigente, limpias, con ambiente delicioso y mujeres hermosas. Nuestras jóvenes turistas están tomando el sol a una distancia prudente de los bullicios de la gente a sugerencia de la encantadora madre de Bárbara, bikinis decentes propios de unas señoritas entrando a la pubertad, sombreros hermosos propios al estilo de Sarah Jessica Parker y sobre todo mucho entusiasmo, eran lo que estas chicas tenían.
Pero A pesar de estar de estar en una distancia prudente, alguien las observaba entre sombras, alguien que desde el primer minuto en que entraron a la playa no les quitó el ojo de encima.
— ¡Alex!, ¿Qué estás haciendo niña?—exclama Susana después de ver a la muchacha sentada en la silla playera con la cara hundida en un libro.
La chica aparta la vista de su libro y enarca una ceja confundida, sus ojos brillaban con la luz haciéndolos más hermosos. Le gustaba leer, no era un pecado y menos un secreto, había traída 10 libros y pensaba leérselos todos.
—Estamos de vacaciones—le dice Susana mientras toma el libro por una esquina entre el pulgar y el índice como si fuera un pedazo de tela mal oliente—VA—CA—CI—O—NES—pronuncia despacio mientras deletrea cada silaba para dar a entender mejor su punto, luego coloca el libro sobre la silla de al lado y se dirige con determinación a su amiga—así que ven a la playa, el agua esta deliciosa.
Alex suspira y observa a su amiga, quien está totalmente mojada, sabe perfectamente que no puede negarse, vinieron de vacaciones y aunque el agua de mar casi no le guste tanto, las olas le cachetean la cara y el cabello se le ponga como paja, que era eso en comparación con pasar un rato de vacaciones con tus mejores amigas, así que se incorpora entusiasta y corren juntas hacia el mar.
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Inhala fuertemente una bocanada de humo de su cigarrillo y enseguida tose, el doctor le recomendó que dejase de fumar pero él no consideró la idea, de todas maneras de algo se tiene que morir la gente. Observa la imagen que tiene delante de él y en su rostro se dibuja una sonría perezosa, esas muchachitas habían alegrado su tarde, especialmente la de cabello cobrizo, la que tiene más curva; sí; esa era la mejor y ahora que estaban en la playa expuestas y mojadas, las deseo más, sus risas lo atraían, sus cabellos mojado lo excitaba y cuando la de cabello cobrizo sonrió y bateo sus pestañas, se decidió… ella era su elegida, ella debía ser suya. ¿Cuánto fue la última vez que tuvo una mujer entre sus brazos? Suspiro. Fue hace ya mucho tiempo. Su picara sonrisa se desdibuja y es reemplazada por una línea recta, Tenía que idear un plan para acercarse a ellas, pero ¿cuál? Solo era un vendedor de refrescos y gafas, pero… que idiota era, claro, Les ofrecería algo y si compraban era el doble de mejor.
Hacía calor y tenía sed, vaya que si tenían sed, Bárbara aparto su cabello de su cuello y abanico su nuca, estaba mojada y acalorada, la había pasado más que bien con sus amigas pero ahora quería un refresco y algo de comer.
— Señorita gusta un refresco
Levantó la mirada y se encontró con un señor poco menos de 30 años, con aspecto limpio, ojos saltones y cejas pobladas ofreciéndole una gaseosa.
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Editado: 06.03.2022