“Espero curarme de ti en unos días.
Debo dejar de fumarte, De beberte, de pensarte
Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno.
Me receto tiempo, abstinencia y soledad”
Jaime Sabines.
Desecha, si pudiera describir como me sentía en ese momento esa era la palabra que me describía a la perfección, desecha, completamente. Después de que simón se fuera y me dejara pensando en hacerme monja, entre a la casa con una llave de repuesto que guardaba debajo de una maseta. Cuando me encontré sola en el refugio de mi hogar y lo encontré vacío y frio, solo pude hacer una cosa, me recosté en la puerta y me deslice lentamente hasta que mi trasero toco el suelo y desde esa posición tan patética, solloce, sin afanes, sin vergüenza, hasta hacerme un ovillo y formar un charco con mis lágrimas. Llore por el amor no correspondido-quien pudiera decir que doliera tanto-llore porque a mis padres le importaba más el trabajo que yo… y llore sobre todo, porque me di cuenta de todo esto en mi cumpleaños, donde se suponía que era un día especial para mí, donde celebro mi vida, pero mi vida en estos momento era un desastre. Cuando termine con mis sollozos y puede respirar, me levante y me fui a mi habitación, solo tenía fuerza para quitarme los zapatos y recostarme en la cama, quizás si dormía podría imaginar que todo esto era una pesadilla.
No lo era, desperté con la misma sensación con la que me acosté, vacía. Mi cabeza se sentía ligera y mi boca tenía un sabor raro, no vuelvo a tomar más martinis en mi vida. Pestañe varias veces y cuando restregué mis ojos una mancha negra adornaba mis dedos, genial, olvide desmaquillarme anoche, seguramente parecía un mapache, gire mi cabeza hacia mi mesita de noche y mi reloj despertador marcaban apenas las 7, tenía misa a las 8, menos mal esta alma pecaminosa no lo había olvidado. Levante mi perezoso trasero hacia la ducha, me desvestí y me quede mirando los azulejos del baño por bastante tiempo, tenían una forma rara y ese color ¿era azul cielo o celeste? conté cuantos pétalos tenia cada flor, de hecho creo que conté cuantas flores había en cada azulejo, luego como un acto mecánico y un poco de sentido común abrí la ducha porque de todos modos tenía que bañarme, el agua recorría mi cuerpo lentamente, tuve un intenso deseo de que ojala el agua pudiera borrar todo el dolor de mi cuerpo y se los llevara todos por el desagüe, pero sabía que eso no pasaría, porque si fuera así, todo la humanidad pasaría en la ducha.
No tenía ánimos para trenzas, saque mi vestido morado de tirantes que me llegaba hasta las rodillas, tenía un bonito encaje en la parte superior y un bonito lazo que adornaba el frente, nada que ver con el vestido que utilice anoche, me puse las bailarinas del mismo color y un poco de base de maquillaje para esconder las ojeras, me hice una coleta y me miré al espejo, tenía la mirada perdida, pero solo si mirabas con atención te darías cuenta de ello, pero era yo, y nadie miraría con atención mi alma. Estaba a salvo.
Baje a la sala a tiempo que mi mamá servía el desayuno, la escuche llegar a eso de las 2 de la mañana, pero estaba demasiado entumecida para que me importara.
—Ahí estas, te hice el desayuno. Siéntate—dijo
Me senté como una mera formalidad, no tenía hambre pero mi madre no tenía por qué saberlo.
—Y cuéntame ¿Qué hicieron anoche? —preguntó mientras pinchaba un trozo de fruta con el tenedor y se lo llevaba a la boca.
Le sonreí con infantil ingenuidad
—Fuimos al parque a comer helado.
La observe detenidamente, midiendo su reacción, esperando que viera a través de mi mentira.
Mírame, mamá estoy mintiendo, mírame por Dios, mírame, ve a través de mí mentira.
Pero solo sonrío y volvió a su desayuno, no podía culparla, había ganado su confianza hace 16 años y era una hija ejemplar, con buenas calificaciones y con un comportamiento intachable, incluso iba a la iglesia, por Dios.
Mire mi desayuno, papaya, banano, fresa y una barra de granola, vaya parecía que estuviera en dieta.
—Me alegra que te hayas divertido anoche—murmura mientras sigue comiendo.
Levanté bruscamente mi cabeza, La ira carcomía mis entrañas, de pronto me entraron un ganas de decirle que no, que no me había divertido, que había ido a un bar, que bebí licor, que coquetee con un desconocido, que me habían llamado fácil y que por ello golpee a alguien, que había perdido mi cartera, pero sobre todo que me habían roto el corazón. Quizás me castigaría, estaría más pendiente de mí, quizás mi padre venga personalmente y me castigue, pero si dijera eso me estaría convirtiendo en esas niñitas que hacen de todo para llamar la atención, y yo no caería tan bajo.
Salí de la casa sin levantar la vista del suelo, camine tan rápido como mis piernas me lo permitían, llegue a la iglesia en menos de 20 minutos que es lo que normalmente me tomaría si hubiese caminado despacio. En cuando divise a un monto de jovencitas con vestidos coloridos, sonreí, Susana llevaba gafas, sin duda para disimular un poco la resaca, en cuanto me vio se abalanzó encima de mí.
— ¡Pensé que estabas muerta! —me gritó
—No lo estoy, pero tú lo estarás muy pronto—la zarandee por los brazos—Me abandonaste en el bar, ¡ME DEJASTE SOLA!
—Técnicamente no te abandone, solo te di espacio para que pudieras tantear el terreno desconocido, después he de confesarlo, me distraje con un jovencito de ojos azules.
— ¿cómo pudiste dejarla sola en un bar, Susana? —pregunto molesta Bárbara a mi lado.
—No la deje sola, la tenía vigilada. Pero después desapareciste y ahí si entre en pánico.
—Si te contara todo lo que pasó—dije en un murmullo
— Pues cuéntame. Te perdí entre el Martini y chico de ojos azules—dijo acomodándose los lente.
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Editado: 06.03.2022