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LOS GANGSTERS
Sobre los peligros y consecuencias de comer pasta…
En los días siguientes puse todo mi empeño en aprender cada símbolo de la escritura farlandiana, al grado de que en cuestión de un par de días me encontré leyendo palabras simples a mi alrededor en la calle: panadería, joyería, plaza, y por supuesto, Pizza Farland.
Mis únicas dificultades eran la F y la G, que eran realmente parecidas a la U y la V en el sistema de escritura farlandiano. Muchas veces olvidaba cuál de ellas era la correcta y cuando la hermana de Lily nos ponía a escribir sobre las personas con las que vivíamos, lo primero que hizo fue preguntarme quién era Gransuá.
Quizás se lo estén preguntando, y si no es así, debe ser porque no están siguiendo esta historia, pero en caso de que sí lo estén, probablemente se pregunten si Mairo continuó cerrando temprano. La verdad es que, fuera de los dos días mencionados en el capítulo anterior, Mairo no volvió a abandonar su preciada pizzería. No, Mairo no era así. Para obligarlo a cerrar temprano hacían falta fuertes motivos, y antes de terminar este capítulo explicaré cuáles fueron.
–¡No puedo creerlo!– exclamó con sus habituales balbuceos –Me ausento dos días y estos usurpadores aparecen para hacernos la competencia.
Sin darme cuenta cuándo ni cómo, aquella mañana había aparecido un nuevo local de comida rápida justo cruzando la calle. En ese momento no teníamos idea del terror que nos provocaría el nombre de aquel maligno asentamiento.
–Tacos Bronka– leyó Max el adolescente –He oído que son buenos.
–¡Son estupendos!– admitió Abraham.
–No son lo máximo– opiné, cruzándome de brazos. Ahora recordaba que los había probado en mi visita a Utaunac.
–Sean quienes sean– refunfuñó nuestro jefe –Si pretenden arrebatarnos los clientes, no tardarán en llegar a la bancarrota.
Esto sucedió la mañana siguiente a nuestro encuentro con el alcalde. Les recuerdo que después de esto pasaron algunos días entre nuestra primera clase de farlandiano y los días que me tomó aprender a leerlo, mismos días en los que Abraham y yo continuamos con nuestro trabajo en Pizza Farland, conscientes de que nuestro empleo se había convertido en una batalla contra Tacos Bronka. Batalla que no tardamos en descubrir que perderíamos.
–Las ventas han bajado mucho desde que ese puesto abrió– informó Max algunos días después.
–Me pregunto si tendrá alguna relación con Tacos Bronka– meditó Abraham en voz alta. Le lancé una mirada de reproche. Todos sabíamos que esa era la causa.
–¿Y ahora qué voy a hacer?– preguntó el desconsolado Mairo, quitándose su gorrito y arrojándolo a la mesa –Esa gente terminará por llevarse todos mis clientes.
–Lo siento, señor Gross– dijo Max –Pero tiene que admitir que los tacos son mejores que la pizza.
–¡Patrañas!– exclamó el pequeño hombre –Nada, y lo digo en serio, nada puede igualar el sabor de mis pizzas.
La verdad en todo este asunto era que yo opinaba que Mairo tenía razón, pero no pensaba admitirlo nunca. Sus pizzas eran con mucho la cosa más exquisita que había probado en mi vida. Él tenía una habilidad casi mágica para escoger los ingredientes perfectos y convertir cualquier pizza en la mejor de tu vida.
–¿Pero entonces por qué la gente no viene?
–Sólo hay una forma de averiguarlo– dijo Mairo, y debo decirlo, este hombre tacaño era tan ambicioso y parecido a mi padre que le adiviné el pensamiento a la perfección –¡Espionaje corporativo!
Siempre teniendo exactamente la herramienta necesaria, Abraham sacó unos binoculares de su mochila y desde la ventana espiamos la entrada de Tacos Bronka.
–Miren– susurró Max, que utilizaba la lente derecha de los binoculares –Allá va un cliente. Está a punto de entrar.
–¡Lo hizo!– continuó Abraham, mirando desde la lente izquierda –Leeré sus labios para saber qué está ordenando.
–Déjame ver, muchacho– dijo Mairo, haciendo a Max a un lado y observando.
–Ha pedido dos de suadero y cinco de tripa– narró Abraham –Dice que los quiere sin cilantro, que le molesta que se le atore entre los lentes.
–Querrás decir, entre los dientes– le corregí.
–Dije lo que quise decir. El que pronunció mal fue él.
–Ahora está hablando el vendedor– ladró Mairo –¿Qué dice, Abraham?
–Dice que si pide tres más de suadero le cuestan menos.
–¡Eso es ridículo!– exclamó el obeso cocinero –¿Por qué alguien ofrecería más tacos por menos dinero?
–Se llaman promociones– le expliqué –Se supone que atraigas a la gente con precios bajos o regalando premios a los clientes. La gente te conoce, y te compra más.
–Sigo sin entenderlo– admitió, jalando su bigote con la mirada de alguien que acaba de descubrir que existen los teléfonos celulares –¿Qué es una promoción?
–Mira, Mairo– proseguí –De donde yo vengo, las pizzerías acostumbran ofrecer dos pizzas al precio de una durante un día a la semana.