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PIZZA CONGELADA
Una tarde cualquiera con Abraham Funnyman
Lo que voy a narrar a continuación aconteció en la aldea de Villa Moteada, uno de esos tantos pueblos originales cuyos diseños fueron robados por el resto del mundo, lo que hace parecer al pisarlo que estuvieras en alguna parte conocida del mundo fuera de la isla de Farland, cuando en realidad es el resto del mundo el que copió sus diseños originales.
Villa Moteada en particular, podría ser confundida con un país del medio oriente llamado Arabia, donde los faquires y los encantadores de serpientes son cosas de todos los días. Villa Moteada era bastante similar a los pueblos de los relatos de las Mil y una noches, especialmente rica en artefactos como alfombras voladoras y lámparas mágicas.
–¿Y esta lámpara funciona de verdad?– pregunté al vendedor, bastante interesado en sus productos.
–Por supuesto. Además está como nueva– respondió con una sonrisa que me inspiró confianza –Tan sólo por 40 aurums podrá ser suya. Aprovecha.
Acepté con entusiasmo, deposité las monedas en su mano y corrí para enseñarle a Abraham mi hallazgo.
–Al fin se acabó mi mala suerte– le dije, con los ojos al borde de las lágrimas –Al fin tendré todos los deseos que quiero y merezco.
–¿De qué hablas, Jaime?
–¡De esto!– exclamé, y froté la lámpara. Nada sucedió.
–¡Esta cosa es falsa!– grité, frotándola con más fuerza.
–No lo es– me respondió mi amigo –Es una lámpara. Se supone que la enciendas, no que la frotes.
–El vendedor me dijo que era mágica.
–Lo es– dijo, tomándola de mi mano y pegándole con el dedo en el asa. Inmediatamente se encendió –Prende sin combustible.
–¿Eso es todo? Pero, las alfombras voladoras…
Observé sobre mi cabeza a un faquir que escapaba de la multitud del mercado abriéndose paso sobre su tapete mágico por los aires, mientras tocaba una flauta que hacía mecerse a todas las serpientes que seguían su paso.
–Se supone que vuelen. Están diseñadas para eso.
Furioso, arrojé la lámpara al suelo, lo que la hizo rebotar y estrellarse en la cabeza de un mercader de al menos dos metros de altura, con cara de pocos amigos.
–¿Quién ha hecho eso?– gruñó, sobándose la nuca bajo su turbante y desenvainando un enorme cuchillo.
Al verme, se acercó lentamente, mirándome con desprecio.
–Lo siento, amigo. Fue un accidente. ¡Estas cosas pasan!
–Alto– gritó Abraham, interponiéndose entre el iracundo hombre y yo. Al verlo, el vendedor se sobresaltó.
–¡Abraham Funnyman! ¡No puedo creerlo!
–¿Alí Bobo?– exclamó Abraham, y el mercader dejó caer el cuchillo al suelo para correr a darle un abrazo –Cielos, han pasado años desde la última vez que te vi.
–¡Me ha hecho falta verte, amigo!– exclamó el corpulento hombre, con lágrimas en los ojos –Nunca tuve oportunidad de agradecerte por reunirme con mi padre perdido.
–No es nada, espero que se encuentre bien– respondió mi amigo, encogiéndose de hombros mientras me señalaba a mí, que no podía reaccionar ante la sorpresa –Este es mi amigo Jaime Platas. Ambos nos dedicamos ahora a entregar pizzas. ¿Qué ha sido de ti? ¿Ahora tienes tu propio puesto en el mercado?
–Así es– respondió, acomodándose el turbante e inflando el pecho con orgullo mientras señalaba su tienda –Compra y venta de artefactos de segunda mano. Cualquier cosa que necesiten para sus viajes, yo se las puedo conseguir a un precio inmejorable.
–¡Vaya, qué bien!– respondió mi amigo –Cuando tenga dinero, iré a echar un vistazo.
–Por favor, Abraham– dijo el enorme sujeto, arrastrándonos a ambos al interior de su tienda –Por favor, pasen y tomen lo que quieran de mi tienda. Es lo menos que puedo hacer por el joven que rescató a mi esposa embarazada de aquellos 40 malhechores. Por cierto, mi hijo lleva tu nombre.
–Es un gusto saberlo– respondió mi amigo con poco interés, como si aquello fuera algo que escuchara a menudo –Te tomaré la palabra. Sería muy feo visitar este maravilloso pueblo sin llevarme un recuerdo.
–Escucha esto– me dijo Alí Bobo en voz baja –Llegará el día en que des gracias al cielo por haber conocido a Abraham Funnyman. Ya verás que sí.
–He dado muchos gritos al cielo desde que lo conozco– admití, disimulando –Se lo aseguro.
–Me gustaría llevarme esto– dijo mi amigo, mostrándole lo que parecía ser un equipo de emergencia de pesca –Creo que me será muy útil, para posibles aventuras futuras.
–Excelente elección, amigo. ¿Y tú qué vas a llevar?
Observé a mi alrededor, mirando sin interés una colección de baratijas polvosas, hasta que di con algo que llamó mi atención.
–¿Es eso lo que creo que es?– pregunté, con asombro, descubriendo una alfombra enrollada dentro de una vasija.