Abril del año 261 a.C.
Heslín terminó de contar su extraña visión con un suspiro de alivio, sentía que había llevado una carga enorme encima que no le había permitido respirar con normalidad desde el amanecer. Ciertamente, él sabía que lo que había visto era importante, pero no lo llegaba a comprender. Toda aquella serie de imágenes entrelazadas escondía un significado oculto, uno que el joven chico no lograba descifrar. Y la excesiva excitación que sentía por haber tenido su primera visión le nublaba gran parte del raciocinio. Su mentor, que había escuchado el relato de su aprendiz atentamente y había mostrado emociones como el horror en la parte final, se removió nerviosamente sobre su taburete de madera.
– ¡Heslín! ¡El más inepto de los aprendices! ¡No perturbes más mis tareas con tales blasfemias! –lo regañó enfurecido el anciano levantándose de un salto y dirigiendo las manos hacia el techo como si les estuviera pidiendo paciencia a los dioses.
– No son blasfemias mi señor, le juro por los dioses que lo vi, no le mentiría con tal cosa –se defendió el muchacho levantándose también para aparentar más seguridad. Sentía como la llama de su entusiasmo que tanto se había avivado mientras contaba su visión, ahora se estaba apagando, dejando sitio a una dolorosa decepción. Confiaba en su mentor y lo amaba como un hijo lo hace con su padre. Eran extrañas las ocasiones que este actuaba así y siempre que lo hacía el tierno corazón de Heslín se arrugaba con amargura.
El viejo oráculo lo único que hizo en respuesta fue un ademán de exasperación y se encerró en su pequeño cuarto de descanso. En realidad, todo era una actuación por su parte. Quería hacer creer a su aprendiz que aquello fueron simples imaginaciones, porque él conocía aquella visión y sabía muy bien la profecía que se escondía tras ella. El que alguna vez había sido su mejor amigo, murió de una forma horrible por haber tenido el maleficio de descubrirla. Solo deseaba proteger le, le había cogido mucho cariño al torpe y flacucho muchacho como para permitirse perderlo. Pero lo que el anciano ignoraba era que el destino ya había elegido un camino para Heslín y ese no iba a ser a su lado.
Esa misma noche las campanas de alerta del castillo comenzaron a sonar fuertemente despertando al oráculo y a su aprendiz. Lo sabían, alguien se había enterado de la vision de Heslín. El anciano se levanto de golpe de su cama y entró sin miramientos a la habitación de su aprendiz, el que al ver su mentor y la asustada expresión que presentaba su rostro se despojó de sus mantas enseguida.
- Recoge tus cosas, no hay tiempo -le ordenó este con la voz rozándole al desespero mientras comenzaba a meter todo lo que sus manos encontraban en la bolsa de cuero que Heslín había dejado sobre su escritorio.
El chico, contagiado por el pánico de su mentor y algo confundido comenzó a hacer lo mismo sin pronunciar ni una sola palabra. Pero el tiempo tampoco fue suficiente esta vez. La puerta de madera que separaba el resto del castillo del humilde apartado de trabajo y descanso del oráculo y su aprendiz fue aporreada con fuerza. El anciano dejando su tarea del momento se apresuró a encerrar a Heslín de un empujón en el armario y hacerle una seña para que guardara silencio. El joven aún no tenía ni idea de lo que sucedía, sin embargo, obedeció a su mentor. Este último, al asegurarse que su aprendiz era invisible al ojo humano abrió la puerta que estaba a punto de ser echada abajo. Frente él aparecieron dos de los caballeros de la guardia real y uno de sus compañeros oráculos, Edelwise, el mismo que había descubierto al anterior portador del maleficio.
- ¡Está aquí!¡Lo siento! -gritó el acompañante de los caballeros empujando al oráculo y entrando en la estancia.
- No hay nadie en esta casa más que yo -afirmó el mentor de Heslín haciendo que Edelwise se girara hacia él. Por más que quisiera sacrificarse en nombre de su aprendiz, no podía hacer lo. Una vez que un oráculo encontrase el hilo de las visiones de otro, no había manera de confundirlo.
- Eso ya lo veremos, no es la primera vez que escondes a uno de ellos querido amigo -le amenazó el susodicho soltando veneno por sus palabras.
Sin que el anciano pudiera hacer nada, Edelwise se hizo paso hacia la habitación de Heslín, una vez dentro ordenó a los caballeros registrarlo todo. Como era de esperarse no tardaron en encontrar al chico.
- ¿Es este, señor? -preguntó uno de los caballeros llevando al joven aprendiz del brazo a la habitación principal. El oráculo asintió con una extraña satisfacción y malicia en su mirada.
Los caballeros llevaron a Heslín al pilar de la expiración sin importar lo fuertes que fueran los gritos del anciano y tampoco lo desgarradores que fueran sus lamentos. Era su culpa, si hubiera actuado antes, podría haberlo salvado, podría haberle explicado y haberle hecho escapar a un lugar lejano. Se confió, pero, ¿qué sabía?, la última vez su amigo murió porque confió en quien no debía. El hombre estaba seguro de que si nadie más que él se enteraba de las palabras del joven, nadie podría condenarlo. Y ahí surgió una nueva duda, ¿cómo lo sabía Edelwise?¿cómo se había enterado?.
Ataron al aprendiz al pilar de madera, lo llenaron de paja, lo untaron en aceite y llamaron al rey y a su pueblo. El soberano de aquella poderosa ciudad en un largo discurso prometió proteger a su pueblo de los malditos, de aquellos que eran como Heslín y aunque a muchos les escape de la razón como se puede condenar a alguien por una visión, les diré una cosa. Las personas son así, creen que si acallan a aquellos que ven y proclaman una verdad que puede cambiar el curso del mundo esa no se dará.
La paja fue encendida con un fósforo cuando los primeros rayos de sol acariciaron la tierra. El pueblo, cansado e ignorante gritaba horrores hacía Heslín y apoyaba con vitoreos la inhumanidad que se estaba a punto de cometer. Él, por su parte, no podía hacer más que rezar todo lo que sabía y sentir un doloroso ardor bajo sus pies. Y fue entonces, en ese momento, en el que pasó algo que nadie se esperaba.