El chico equivocado

PRÓLOGO

                 

 

Se dice que en la vida las personas tienen que cumplir con tres objetivos: plantar un árbol, escribir un libro y... bueno, de la tercera no me acuerdo, pero espero haber cumplido cada una de ellas. Lo de plantar árboles me lo pasé haciendo toda mi vida desde que era apenas una cría, después de todo vivía en una zona agraria y no hay mucho que se pueda hacer durante las vacaciones, o en los ratos libres; en la escuela es lo primero que te enseñan. ¿Germinar porotos? No, no, eso no vende, por lo menos no en Cuesta Verde. De todas formas, nunca se plantan demasiados árboles ¿cierto? Tal vez vaya por unas semillas de manzano cuando termine de contarles mi historia, y ustedes podrían hacer lo mismo.

En cuanto a lo del libro, nunca me gustó escribir, pero siempre me gustó imaginar cómo reaccionarían las personas si leyeran la historia de mi vida, o por lo menos, los momentos más relevantes: mis llantos, mis enfados, o discusiones, los momentos más felices. Quiero saber lo que opinarían, o las muecas que expresarían en ciertas situaciones, ¿se enfadarían tanto como yo lo estuve?, ¿me querrían golpear por las decisiones estúpidas que alguna vez tomé? Sí, sé que suena raro, pero en mi defensa aclaro que esto se me ocurría cuando atravesaba pequeñas crisis de vulnerabilidad, en esos momentos era cuando más sola me sentía y necesitaba imaginar que alguien estaba conmigo viviendo todo eso también. 

Sin embargo, no creo que un libro sobre mí llegara a ser muy popular, sería un ejemplar más del montón colocado en alguna repisa secundaria de la vidriera, hasta que una joven se interese en él por su portada, lo lea en sus aburridas vacaciones y al finalizarlo, lo deje tirado en en su armario. Tal vez, incluso, llore en ciertas partes, o rabie. Tal vez no le provoque nada en lo absoluto. O puede que ame la historia, sí ¿por qué no lo haría? Pero a nadie le va a llegar tanto como a mí. Nadie la sentirá como yo la sentí. A nadie le hará replantearse toda su vida como me tocó hacerlo alguna vez.

Así que voy a empezar de cero. Contaré todo sin tapujos, sin misterios, sin trampas, ni alteraciones. Y tampoco avalaré la actitud de ninguna de las personas que nombre, mucho menos las mías. Pueden criticarme, por supuesto, pueden pensar que fui una zorra (bendita palabra, se convirtió en mi alias), pueden odiarme, o ponerme en el lugar de la víctima. No soy ninguna de esas cosas. Yo sé muy bien quién soy: una mujer que cayó en las redes de la vida y el destino —esos pilluelos que tanto les gusta jugar con las personas como si fueran peones de un tablero—. No me siento feliz con muchos hechos ocurridos, pero esos llevaron a tantos otros de los que no me arrepiento, porque sino no me habría convertido en la persona que ahora soy.

No me toca juzgar esta historia, tampoco a ustedes, pero lo harán de todos modos. Lo sé.  Y está bien, están en todo su derecho de opinar lo que les venga en gana, total todos lo hicieron. Ahora me toca mostrarles mi punto de vista, contar lo que no se me permitió en ese entonces.

                   Ahora me toca mostrarles mi punto de vista, contar lo que no se me permitió en ese entonces




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