... menuda y torpe de quince años. Caminaba segura, a pesar de que mis pechos no eran tan grandes como los de otras chicas, ni mis caderas tan prominentes como quería. Todos decían que mi cuerpo seguiría desarrollando y creciendo hasta los veinte, pero yo sabía que me quedaría estancada en el metro cincuenta y cinco de por vida.
Hacía un frío de los mil demonios cuando Eveline me llamó aquella noche de marzo. La temperatura descendió tanto que se rumoreaba que podía llegar a nevar, ¡en pleno comienzo de otoño! Recuerdo ese momento a la perfección porque acababa de ver a Luli, la chica sexy del pronóstico, de quien todos los adolescentes estaban colados, anunciarlo en el noticiero de la tarde.
El teléfono sonó y subí corriendo las escaleras con los pantalones arremangados y la voz de Anabelle gritándome que me calzara los pies si no quería coger un resfriado. Al entrar a mi habitación fui recibida por una ráfaga de viento que me puso la piel de gallina. Tomé el teléfono de mi escritorio y me dirigí a la cama, cerrando la ventana de un manotazo al pasar. Me lancé sobre los mullidos almohadones, enredándome con el cable de mi teléfono decorado con pegatinas y me cubrí con la frazada hasta el mentón. Volví a marcar el número, puesto que había perdido la llamada y aguardé.
—Hola enana —me saludó aquella rubia dicharachera, sonando ahora apagada.
Fruncí el ceño. Los años de amistad me habían provisto de un sexto sentido capaz de identificar hasta el mínimo cambio de humor en Eveline.
—¿Todo bien, Eve? —pregunté, palpando el terreno. Hubo una pausa y me convencí todavía más de que no tenía intención de ponerme al día con algún chisme jugoso, como los que Eveline Genové solía recolectar.
—sí, solo estoy cansada. No sabes lo espantosa que fue la clase de hoy —me contestó, soltando un suspiro.
—Creí que estabas emocionada por aprender a tocar el piano.
—Pff, quiero viajar al pasado y golpear a la tonta Eveline que dijo eso. La profesora es lo más plasta que existe, ya le dije a mamá que busque otra, o no iré más. Tuvimos una pelea regresando del club.
Eveline continuó un rato más rezongando sobre sus clases de piano, las cuales había comenzado hacía un mes tras estar todo el verano haciéndole berrinches a sus padres para tomarlas. Ellos, tan condescendientes como lo habían sido siempre con su única y adorada hija, luego de considerarlo positivo para incluirlo en su solicitud académica, buscaron una forma de hacer espacio en su apretado itinerario semanal y, con la advertencia de que eso no interfiriera en sus otras actividades, le permitieron ir a las clases de una reconocida profesora que consiguieron gracias a las influencias de Violeta Genové, su madre.
Me pareció un poco exagerado, Eveline solo había dicho que estaba interesada en aprender a tocar el bendito instrumento, no en convertirse en una profesional y tocar en el teatro junto a Martha Argerich. Pero ellos eran así, iban por todo o nada, les era difícil aceptar que su hija mayor pudiera hacer algo solo por mera diversión.
Continuamos hablando de todo un poco, especialmente del instituto y los compañeros que nos habían tocado ese año, a los cuales todavía no nos acostumbrábamos. Era la primera vez que no estábamos en el mismo curso, debido a un rollo administrativo que había llevado a reacomodar a todos los estudiantes en distintos salones. Yo permanecí en el mismo en el que estaba desde el primer año, pero Eveline no corrió con la misma suerte.
Confieso que fue difícil adaptarme a estar sola, no porque no pudiera crear vínculos con los demás, de hecho no tardé en encontrar compañera de banco. Pero seguía siendo extraño, no era lo mismo estar seis horas consecutivas con mi mejor amiga que vernos un par de minutos en los recreos, ¡ni siquiera teníamos el mismo turno del almuerzo! Claro que para ella fue más llevadero, resultó que la pusieron con un grupo de chicos con los que solía juntarse después de clases debido a que sus familias eran también miembros del club de golf.
Eveline no paraba de contarme a cada oportunidad lo que hacía con sus amigos, así como las bromas que Charlie planeaba para los profesores y las burlas hacia los chicos nuevos. También recalcaba todo el rato lo genial que iba a ser ese año. A mi también me habría parecido genial si tuviera a todos mis amigos en el mismo salón, ¿quién no estaría feliz con eso? Lamentablemente, Liliana era poco conversadora; aunque una ventaja de sentarme con ella era que hacía todas las tareas, y si el profe borraba la pizarra antes de tiempo, me prestaba sus apuntes. También estaba Marcos, bastante simpático, se sentaba atrás mío con Agustín y ambos se divertían fastidiándome cuando la clase se tornaba aburrida (en secreto, esos dos me divertían mucho).
Adelante mío se sentaban Gimena, Florencia y Jannina, que siempre estaban pegadas como las tres Marías y conservaban el mismo novio desde los trece, con quiénes de seguro se casarían al graduarse. Los primeros años había tenido buena relación con ellas, pero luego de que Eveline se peleara con Jannina en la clase de deporte, dejaron de hablarme. Todo empezó porque Michelle y sus amigas, solían molestarla siempre y un día la chica explotó. Eveline era gran amiga de ellas, especialmente de Michelle Saavedra, la cual compartía con Eveline y las demás la característica de pertenecer a una de las familias más adineradas de Cuesta Verde.
Del resto de los compañeros no tenía nada que decir. La única queja que tenía era que Fred y su banda de trogloditas eran uno de los chicos más odiosos del instituto, siempre buscaban a quien joder, generalmente chicos tímidos e inhibidos que se esforzaban en no destacar mucho. Acostumbraba a escapabar de clases y esconderse detrás de las gradas de las canchas de fútbol para fumar y beber. Fueron suspendidos muchas veces, pero por lo general los directivos se los dejaban pasar porque sus padres eran personas muy influyentes que aportaban al instituto sustanciosas cantidades de dinero y eran miembros del Consejo Escolar.
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Editado: 21.04.2023