El chico equivocado

La fiesta...

... de la que Eveline alardeó no era más que una reunión aburrida sin siquiera música. Bueno, había algo pero estaba en un volumen demasiado bajo. El ambiente era el mismo que el de un club de ancianos, el murmullo de voces no era escandaloso a pesar de las risas chillonas que había escuchado al llegar y la gente se encontraba formadas en grupetes arrimados contra los rincones. No eran muchos, se notaba que la reunión no solo era aburrida sino que también muy íntima, obviamente habían hecho una selección de invitados bastante exclusiva, como siempre. Allí todos se conocían. La única que parecía estar de más era yo.

Todos los invitados se encontraban en una sala grande ubicada en el segundo piso. No tardé en identificar a Stephanie. Si bien no llegaba a verle el rostro, supe que se trataba de ella porque unos cuantos rodeaban un sillón de lectura en una de las esquinas del cuarto.

Nos acercamos un poco más, lo suficiente como para ver a la chica con la cabeza echada hacia atrás y a Toby intentando introducir una especie de arete considerablemente ancho en su nariz. Torcí el gesto con impresión. No necesitaba ver su rostro para saber que aquella era una mala idea de la cual se arrepentiría en cuanto estuviera sobria.

—Vaca a las siete en punto —murmuró Michelle. Eveline soltó una risa, pero la disimuló tapándose la boca—. Ven, quiero contarte algo —dijo de pronto, tomándola de la mano y alejándose de mí.

—Vaya fiesta —murmuré.

Avancé por la sala, observándola a detalle. Junto a la ventana llegué a ver a Mateo. Sus fantásticos pectorales se traslucían bajo una camiseta blanca ajustada. Era el capitán del equipo de fútbol, alto y de apariencia ruda, considerado uno de los chicos más populares del instituto. Estaba rodeado de varias chicas babeando por él, como era usual.

A su lado se encontraban sus mejores amigos, el encantador Nick que sonreía mostrando sus deslumbrantes dientes blancos, y Brad, un rubio de dos metros que siempre tenía algún chiste, o anécdota graciosa para contar.

Seguí pasando mis ojos por la gente. Casi todos esos chicos eran deportistas, o tenían mucho dinero. Una sensación familiar me atravesó por un largo instante, arrastrándome a momentos similares del pasado.

Un grupo de chicas pasó delante mío sin tener cuidado a quien empujaban y no pidieron disculpas. A pesar de burlarme internamente de cada uno de ellos, no pude evitar recordar la época en la que yo formaba parte de ese grupo de gente. Sí, eran tontos, superficiales,y en el fondo, pocos se podían considerar verdaderos amigos, pero yo había sido parte de ello, sabía lo dura que podía ser la secundaria y lo bien que se sentía pertenecer a un grupo.

Soltando un suspiro y aceptando la idea de no caerle bien a nadie allí, bebí de un vaso cualquiera que agarré de la mesa. El sabor agrio me hizo escupirlo de vuelta, no estaba acostumbrada a beber alcohol, ni siquiera me gustaba. Pero ¿qué mas daba? Después de todo mi mejor amiga me había abandonado y estaba segura de que no entablaría conversación con nadie.

La mesa estaba llena de bocadillos colocados de forma ordenada. Algunos se veían deliciosos y me tentaba probarlos, pero se notaba que desde que los habían colocado allí nadie los había tocado y no iba a ser la primera.

Un chico se acercó a la mesa a prepararse un trago y me preguntó si quería uno. Sin pensarlo mucho, acepté. Una señora de mediana edad vestida con uniforme entró a la sala cargando una bandeja con dos platos de canapés. Unos llevaban camarones y otros salame. Si traían más bocadillos significaba que sí se comía en aquella fiesta, así que aguardé a que los dejara en la mesa y alguien diera el primer paso. Cuando tres chicas se acercaron a probar los de camarón, agarré dos fosforitos y con mi vaso en la mano, salí al balcón.

A pesar de la presencia de los futbolistas y sus fanáticas, encontré mas calma allí que adentro. Sopesé la idea de quedarme escondida en ese lugar hasta que fuera el momento de irme.

—¿Maggie? —Me giré, encontrando un chico guapo y alto dirigiéndose a mí—. ¿Estoy borracho, o realmente eres tu?

—Hola, Brad. Lamento decírtelo, pero soy yo. —Sonreí.

El muchacho se llevó una mano a la frente y sacudió la cabeza.

—¿Qué demonios haces acá? No te he visto desde...

—La fiesta de Rocco.

 —Ah, sí. Fue un fracaso.

—¿Cómo has estado? —pregunté, ansiosa por poder conversar con alguien. Él me mostró su brazo enyesado y me explicó la historia de cómo se lesionó en una práctica. Brad tenía el cabello rubio claro y unos clásicos ojos celestes, era de corpulencia robusta y de grandes músculos. Nos habíamos hecho amigos cuando el año anterior recurrió a mí para que lo asesorara con Literatura. Siempre nos pareció gracioso porque él estaba un año más arriba que yo—. ¿Viniste con Anna? —pregunté.

—Anna y yo ya no estamos juntos.

Mi cara se desfiguró.

—¡Lo siento mucho! Que metida de pata, madre mía.

—No te preocupes. Fue antes de que comenzaran las clases y no es como si hubiéramos hecho un anuncio público para que todos se enteraran.

—Entiendo.

—Lo malo es tener que contarlo cada vez que alguien me pregunta, y ver la misma cara que tienes tu ahora. —Ante eso, intenté cambiar mi expresión, consiguiendo que Brad se riera—. Ya metiste la pata, no intentes arreglarlo.

—Soy una boba —mascullé, muriendo de vergüenza—. ¿Tú como estás?

—Bien. —Se encogió de hombros—, creo que fue lo mejor. Cuatro años es mucho tiempo para nuestra edad, llegado a un punto necesitas respirar otro aire. —U otras bragas, pensé—. ¿Y tu qué? —inquirió entonces, después de darle un sorbo a la cerveza que llevaba en la mano.

—Estoy bien, las materias se me han puesto algo difíciles, pero aún queda el resto del año y tengo la sensación de que será interesante. Tal vez sea la fiebre pre-graduación.

—¿Sales con alguien? —Su repentino cambio de tema me tomó por sorpresa.




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