Oí la voz de mi madre resonando por el teléfono. Estaba tirada en mi cama, con el pijama más cómodo, rebuscando en alguna página con la idea desesperada de encontrar una serie que me entretuviera un poco. Pude oír cómo mi madre me estaba contando la última pelea que había tenido con su amigo especial, sí, dejémoslo así. La escuché con atención, aguantando la risa ante las múltiples quejas de la mujer que me había dado la vida.
—Tiene los chakras bloqueados, su energía no fluye —me reí ante el comentario de mi madre—. Quizás ha tenido un mal día —intenté buscar la lógica a lo que había pasado.
Según cuenta mi madre, Alex, su amigo especial, la había hecho un comentario que provocó que los dos se pelearan. Mi madre, que adoraba la tranquilidad, no era muy partidaria de las discusiones y a menudo las intentaba evitar; claro, Alex parecía ser muy distinto a ella.
—Bueno, cariño, después de contarte mis problemas, ¿qué tal estos días en la universidad?
Medité lo que le iba a decir. Había pasado tres días desde que estaba en la universidad. No tenía mucho que contar; las clases eran normales y los compañeros también. De repente, se me vino a la mente el chico de ojos tristes. ¿Dónde estaría? No lo sabía. Desde que pasó eso en la cafetería, no había dado señales de vida. Quizás no lo hubiera visto porque, al final, la universidad era muy grande y era normal no ver a ciertas personas.
—Bueno, mamá, tuve un altercado con unos chicos, pero nada del otro mundo —nada más decir eso, mi madre chilló, queriendo que le diera los detalles de lo que había pasado.
Rodando los ojos y con una sonrisa, le relaté todo lo que había sucedido. Tenía mucha confianza con ella; le había contado siempre todo y no había secretos entre nosotras, del mismo modo que pasaba con Mariam, nuestras tres éramos muy buenas amigas y siempre nos decíamos lo que nos pasaba, por muy vergonzoso que fuese.
—¿No lo has vuelto a ver? —preguntó con mucho interés. Me reí.
—No, pero bueno, es normal; la universidad es grande y dudo que lo vea —dije con tranquilidad.
Estuve un buen rato hablando con mi madre. Después de despedirme y de decirle que también llamaría a Mariam, colgué. Suspirando, tiré el móvil en el colchón y seguí en mi búsqueda de películas cuando, la puerta de mi cuarto se abrió. De manera inconsciente me levanté sobresaltada. Vi que se trataba de Shanon, que entraba en su cuarto y, para mi mala suerte, no venía sola. Nerviosa, miré a todos lados; no sabía qué hacer. En esos momentos, quería que la tierra me tragase, pero no dije nada. Cuando vi que se disponían a quitarse la ropa, tosí un poco, haciendo que las dos personas se girasen con la respiración agitada. En esos instantes abrí los ojos de par en par. Vi que delante de mí estaba el chico de la cafetería, al que le di con la bandeja.
—Vaya, Alice, no sabías que estabas aquí —dijo Shanon con evidente molestia.
Alcé la ceja. Claro que sabía que estaba aquí; es más, se lo había dicho cuando se estaba arreglando para la fiesta. Pero como no quería problemas, sonriendo, vi que el chico me miró de arriba abajo. Me ruboricé; iba con mi pijama más viejo y con mi cabello enmarañado.
—Bueno... voy a la cafetería a ver si puedo coger algo de allí —maldije por no haberle dicho que me negaba a irme de mi cuarto.
—¡Vale, preciosa! —dijo Shanon, mirando con ojos llenos de deseo al chico.
Cogiendo mi chaqueta, me la estaba poniendo. Me puse tensa al notar la mirada del chico puesta en mí. Le iba a decir algo, pero opté por callarme; debía de hablar con Shanon de ciertas normas de la habitación y decirle que no me parecía bien este tipo de situaciones. Poniéndome los zapatos, me disponía a irme cuando sentí que alguien me agarraba del brazo. Girándome, vi que se trataba del chico.
—¿Vais a ir así? —no sentí que lo decía con burla, sino más bien con diversión.
—Sí, no me voy a poner el vestido de gala para irme a la cafetería —dije con el mismo tono de diversión que él.
Este soltó una pequeña risita, haciendo que Shanon nos mirase mal. Ladeando la cabeza y cogiendo las llaves del cuarto, salí. Ya en el pasillo, pude oír las risitas de mi compañera de habitación con lo que supuse que, quizás, era su novio o un amigo con derecho.
Bajando las escaleras, caminé por los vacíos pasillos. No había nadie por los alrededores, y quizás porque estaban en alguna fiesta universitaria; cada día anunciaban una distinta. No es que fuera la persona más fiestera del mundo. No recuerdo muchas fiestas en mi adolescencia. Hay que decir que no era una persona que hubiera disfrutado mucho de esa etapa. Quizás debía haberla disfrutado, pero el trabajo y los estudios me ocupaban parte de mi tiempo. Si es cierto que había quedado con mis amigas y había oído las innumerables historias que me habían contado de sus locuras en fiesta, yo no lo había experimentado de primera mano. Era rara, lo sabía; no me consideraba mejor por eso. A veces, me planteaba mi existencia, si con el paso del tiempo esto me iba a recompensar. Y sí, me recompensó; accedí a la universidad con una beca que me cubría la mayoría de los gastos y había ahorrado bastante para poder pagarme parte de la residencia sin necesidad de tener que pedírselo a mi madre. Mi madre me solía reñir por eso, alegando que era joven, que no podía estar perdiéndome los mejores años de mi vida, que debía disfrutar. Mariam, por otro lado, me animó a que me desmelenara un poco en la universidad, y lo había sopesado, sí, pero aún no tenía amigos para salir a tomar algo o para ir a alguna fiesta. Shanon solo era mi compañera de habitación y los círculos en los que se movía no eran precisamente de mi estilo. Le había visto estar borracha y drogada en más de una ocasión; en los tres días que llevaban, eran todas las noches así. Me apenaba verla en ese estado, pero no era nadie para aconsejarle que no podía seguir con ese ritmo de vida.