El chico ojos de fuego

13. Mi pequeño problema peludo

Las gotas de lluvia golpeaban la ventana de mi habitación, creando una suave melodía que no hacía más que adormecerme.

Pero sabía que este no sería un día de flojera. No. Ya había intentado eso ayer y ya vieron como salieron las cosas por fingir que mi vida era normal. Ya era hora de que acepte que nada volvería a ser normal para mí y que debía poner toda esta locura en orden; comenzando por contarle toda la verdad a Lucas.

Intenté levantarme con la mayor suavidad que pude, pero aun así la herida en mi brazo hizo que me recorriera un relámpago de dolor por todos mis nervios. Había creído que esto de la licantropía hacía que me cure más rápido, pero al parecer que no funcionaba de la misma manera con los objetos benditos. ¿De dónde había sacado Lucas un cuchillo bendito? ¿Quién bendecía los cubiertos?

¿Qué más da? Mejor me ponía en marcha.

Por suerte, la lluvia había espantado un poco el agobiante calor de verano; por lo que pude ponerme una remera mangas largas que tape mi brazo vendado y no morír de calor en el intento.

En cuanto entré al comedor, mi mamá me recibió con una sonrisa.

—¿Un amargo? —preguntó, ofreciéndome un mate.

—No, guáchala —contesté con una mueca exagerada de asco y me dirigí a la heladera en busca de algo dulce.

Ella se encogió de hombros sonriendo y agregó:

—Te levantaste temprano.

Miré el reloj de la cocina que me decía que apenas eran las ocho de la mañana. Demasiado temprano para un sábado.

—No tenía sueño —contesté del otro lado de la barra que separaba la cocina del comedor.

—Vos siempre tenés sueño —comentó mi mamá entre sorprendida y acusadora, y quizás también algo de sospecha. Me pregunté si sabría lo que me estaba pasando. Quería creer que eso sería imposible, pero últimamente estaba comenzando a dudar de las imposibilidades.

Aparté esa idea de mi mente. Ya demasiado tenía con mi padre; no quería saber que mi mamá también me estaba ocultando cosas. ¿Hablando de eso?

—¿Y papá? —pregunté casualmente, con la vista fija en los tuppers de ensalada de remolachas y compota de manzana.

—Salió a pescar durante el fin de semana —contestó con un suspiro—. Ese hombre nunca aprenderá a escuchar al meteorólogo.

Con la boca llena de compota de manzana, miré al ventanal del comedor que mostraba un patio cubierto por una parra, todo borroso a través de la lluvia. El cielo seguía oscuro, como si el sol tuviera pereza de salir.

Normalmente no hubiera encontrado nada raro en eso. A mi padre le encantaba pescar. De vez en cuando se iba solo a la cabaña que teníamos en una de las islas del Río Paraná. Pero había algo sospechoso en el hecho de que mi papá desapareciera justo cuando comenzó toda esta locura. Mi padre sabía lo que me estaba pasando; tal vez incluso más. ¿Por qué había desparecido justo ahora?

De algo estaba seguro, cuando vuelva de su viajecito, íbamos a tener una seria charla de padre e hijo.

—Entonces —dijo mi madre, sacándome de mi ensimismamiento—, ¿tenés algo planeado para hoy? —Había algo en su voz, al igual que en su expresión pícara, que mostraba genuina curiosidad.

—Nop. Nada.

«Excepto ser interrogado por mi mejor amigo» agregué para mí.

—¿Sabés cuánto tiempo se quedará Sofi? —Hay estaba de nuevo esa picardía en su voz aparentemente desinteresada.

—No —respondí concentrándose en no ponerme colorado como un tomate. Pero me di cuenta que de verdad no tenía ni idea de cuánto tiempo vería a Sofi. Tal vez era mejor así. Si tenía miedo de lo que Lucas piensa de mí ahora, no me imaginaba lo aterrador que sería que Sofi se enterara de lo monstruoso que era.

—Sara me dijo que su sobrina estuvo preguntando por vos... mucho.

Me volví en redondo para mirar a mi madre con sorpresa. Ella solamente me dedico uno de sus encantadores encogimientos de hombros.

—¿Qué te sorprende? —dijo como si se estuviera refiriendo a una obviedad de la que yo no me daba cuenta—. Nahuel, sos un chico encantador, inteligente y buen mozo. Cualquier chica sería afortunada de tenerte como...

—¡Mamá! —Exclamé—. ¿De qué estás hablando?

Entre molesto y avergonzado, devolví el tupper a la heladera. Si había algo peor que nunca haber tenido novia, era que tu mamá intente conseguírtela.

—Me voy a lo de Lucas —dije, y salí sin esperar una respuesta.

 

—Hola —me sonrió una Sofi adormilada, recibiéndome en la puerta de la casa de Lucas.

Totalmente embobado, y mojado, me quedé mirándola. Aún me costaba acostumbrarme a la presencia de Sofi, y más cuando la veía con solamente un short extremadamente corto y una remera de tirantes.

«¡Reaccioná, tarado!» dijo una voz en mi cabeza.

—Ho-hola —logré tartamudear.

—¿Qué hacés parado en la lluvia? Pasá. —Sofi me tomó del brazo y me introdujo en la sala. Como siempre, su contacto me provocó una oleada de calor que recorrió desde mi brazo hasta mi pecho.

Desde uno de los sillones, una bola de algodón blanco me gruñó. Era nada más ni nada menos que La Bestia recibiéndome con su habitual y nada amistoso saludo. El caniche de Lucas me odiaba. Y el sentimiento era mutuo.

—No, Goku. No se gruñe a la gente —lo regañó Sofi ante de volverse a mí—. Venís por Lucas, ¿verdad? Está durmiendo. Era de esperarse, anoche llegó a la madrugada. Mi tía casi lo mata. Obviamente, está castigado hasta que el infierno se congele. ¿Qué pasó? ¿Por qué tardaron tanto?

No sabía muy bien qué decir.

—Nosotros... creímos ver algo —comencé a mentir—, y nos internamos en el monte más de lo que debíamos. Nos perdimos.

—Está bien —dijo Sofi con un suspiro. Ella no me creía para nada—. ¿Querés que llame a Lucas?

—No, dejá. Yo lo despierto —respondí con una sonrisa maliciosa apareciendo en mis rostro—. Tengo mis métodos.

—Okay—. Ella se encogió de hombros y se encaminó hacia la cocina.




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