Hasta que un día cuando llegué el estaba ahí. Me senté, cauta y tímida, a su lado y dejé que mi mirada se perdiera en el cielo. Aún así pude sentir la intensidad de su ojos recorriendo mi rostro.
— ¿Cómo te llamas? — dijo en un susurro apenas audible como si tuviera miedo de hablar más alto y espantarme.
Lo miré. Las pecas en su nariz se me hacían estrellas en el firmamento.
— Nova. — contesté con el mismo tono.
Él sonrió. Nunca había visto a alguien más bello.