Un día se volteó hacia mí y dijo:
— ¿Sabes? Tu nombre no podría ser más correcto. — apartó un mechón de cabello que caía sobre mi rostro y miró directamente mis ojos. Aparté la mirada ruborizada.
Con delicadeza, como si tocara una pieza valiosa me alzó la barbilla para que lo mirara a los ojos.
— Eres como una supernova. Solo me miras y siento como si tus ojos empezaran a brillar y brillar y solo veo la luz rodeándome. Y me pierdo en esa luz. Tu eres esa luz.
Entonces yo sentí como el agujero negro que vivía dentro de mi pecho desaparecía, cegado por esa misma luz. Pero mi luz era él.