Lunes 8 de Marzo, 2022.
8:00 a.m.
–Lo siento, ya no te amo. Estoy saliendo con otra persona.
¡Que bajeza!
Sin apartar la mirada del celular llevo la cuchara con cereal a mi boca y como con lentitud.
–Lu, apúrate ¡No puedes llegar tarde el primer día de clases!– dice mi padre desde el salón.
Pongo en pausa el video.
–¡Le queda un minuto al capítulo!– respondo con la boca llena.
Vuelvo a darle play. Veo como la hermosa e intrépida asiática le da un golpe a Kenji en la mejilla, para después dar media vuelta e irse corriendo mientras llora.
–No te merece Akina. Mejor cásate conmigo– susurro con pena.
El capítulo termina, los créditos aparecen y, al mismo tiempo, tomo lo último de leche que me queda en el plato.
–Maldito suspenso...ahora tengo que esperar hasta el Lunes.
–Tienes que dejar de ver esa Xina, la Princesa Guerrera versión koreana, te hace hablar solo como un verdadero loco– dice mi hermana entrando a la cocina.
–Akina no es una princesa– me levanto y levanto los trastes sucios –Ella es la hija de una sirvienta y no es koreana, sino japonesa. Además yo no hablo solo. Pienso en voz alta.
Ante mi respuesta ella comienza a reír, se sienta en la mesa y me señala con el dedo índice.
–Como digas, ya vete. Papá es capaz de dejarte para que vayas caminando.
–Ah, sí, sí– corro hacia la silla donde estaba, me cuelgo la mochila al hombro y guardo el celular en mi chaqueta –Bye.
–Bye niño grande ¡Suerte!
–ADIÓS MAMÁ– grito tambíen hacia ella, aunque no me había visto, y sin esperar más salgo de la puerta. Corro hacia el auto de mi padre, que había empezado a tocar bocina, y me subo en el asiento delantero.
Esquivo con dificultad a los emocionados estudiantes que hay en la entrada de la universidad. Al pasarlos suspiro, acomodo mi mochila y continúo.
–Hola Bart– saludo al conserje, a lo que él me levanta la mano mientras se mueve al ritmo de la música que está oyendo con auriculares.
Durante la caminata por el pasillo observo como cada estudiante tiene al menos a tres personas con las cuales charlar. No sería mi caso. Si bien el año pasado intercambiaba algunas palabras con varios compañeros, ya sea porque me pedían prestado algún apunte o porque debíamos hacer un trabajo en equipo, no considero a ninguno de ellos como un amigo.
La barrera entre la amistad y el compañerismo para mí es amplia. No me agrada cuando una persona que me acaba de conocer me llama amigo, siento que se desvaloriza el sentido de la palabra. Es por ello que soy muy selectivo a la hora de elegir amistades, no siempre fui así...Antes era más sociable.
–Jóven Noboa, que gusto verlo nuevamente– saluda el profesor en el instante en el que ingreso al aula. Su materia es la de "Problemáticas Culturales", sin embargo la mayor parte del tiempo habla sobre problemas en su propia casa.
–Igualmente profe– levanto mi pulgar y voy directo a sentrame en el último banco de la segunda fila.
Mirando de reojo mi entorno cuento los estudiantes presentes. Somos cinco y solo reconozco a dos chicas con las cuáles compartí algunas materias el año pasado.
La clase comienza con el típico discurso motivador carente de palabras reales, no ensayadas hacía quince minutos.
De repente el profesor se calla al ser interrumpido por otra voz.
–Perdone...¿Esta es la primera clase de la carrera de periodismo?
Mis ojos se abren de par en par, mis cejas se elevan sin que lo controle, mi pulso se acelra abruptamente, y me quedo estático analizando su rostro. Han pasado años pero podría reconocer esas facciones en donde fuera.
Ojos marrón, cabello más claro de lo que recordaba, tez ligeramente bronceada, mandíbula en forma de oval, labios notorios, y un pequeño hoyuelo en la mejilla derecha al sonreir.
–Sí, señorita. Puede tomar asiento donde quiera.
–Gracias– no lo piensa mucho y toma asiento en el primer banco de mi fila.
Definitivamente es ella. Charissa Clayton.
Ella se gira, haciendo el amague de sacar algo de su bolso, a lo que rápidamente bajo la mirada avergonado. No quiero que se de cuenta que la habia estado mirando por demasiado tiempo.
Las palabras del profesor dejan de ser mi prioridad y solo puedo dejarme llevar por los recuerdos.
–¡Lu! Espérame, estoy cansada– se oye un quejido a mis espaldas.
Dejo de correr y me giro preocupado. Observo como la niña de cabello hasta la cintura me mira a uno metros con expresión de agotamiento. Rápidamente empiezo a caminar hacia ella, al estar a su lado oigo su respiración agitada.
–Charly ¿Estás...?– antes de que termine de hablar, ella comenzó a reír y pasó a gran velocidad por mi lado.
–¡Caíste tonto! ¡Te voy a ganar!
La carrera había sido saboteada. Eso me molestó, por lo que arrugé el entrecejo y corrí tras mi amiga decidico a darle una lección por mentir. Mamá siempre dice que hacerlo es malo.
Mis cortas piernas de tan solo ocho años de uso intentaron alcanzarla; mientras tanto Charrisa tocaba el gran árbol de manzanas victoriosa. Había llegado a la meta.
Frustrado quise saltar hasta su lado, pero no vi una pequeña rama que estaba en el camino y caí. Cerré mis ojos asustado cuando mi cara se estampó contra la tierra semi húmeda, mis lentes volaron unos centimetros lejos y mi naríz se sentia caliente Al abrir los ojos mi visibilidad fue borrosa unos instantes.