¿UN CONsEJO DE QUIÉN?
–Liam –aclaro mi garganta y me presento de la forma menos torpe que se me ocurre. La verdad no empezamos como tenía en mente. Aunque si pienso bien, no sé qué tenía en mente exactamente. El sector femenino de la escuela sabía mi nombre y si no, me lo preguntaban de forma estúpida mientras intentaban hacerse las interesantes. Sabine no me había preguntado mi nombre. De hecho, ni siquiera hablamos que íbamos a ser compañeros para la monografía. No hablamos nada hasta ese momento que la clase había finalizado y estábamos recogiendo nuestras cosas para irnos. Solo pude observarla tomar apuntes a una velocidad increíble mientras la profesora hablaba. Yo solo había puesto la fecha en el margen superior derecho y había pasado las dos horas dibujando las pirámides de Egipto. No me miró una sola vez, aunque yo sí la había visto. En dos horas pude notar que el rojo de sus mejillas se había ido pero me percaté que sus ojos estaban hinchados, como si hubiese estado llorando y el delineador que siempre usaba estaba corrido un poco por debajo de la línea de sus ojos dándole un aspecto bastante dark. Contrastaba perfecto con su tez demasiado blanca.
Me mira con el ceño fruncido hasta que se relaja solo un poco cuando entiende que me estaba presentando.
–Lo sé –responde sin más, encogiéndose de hombros. Se pone de pie y cuelga su mochila al hombro.
–¿No me vas a decir el tuyo? –fue una mezcla de
pregunta y afirmación.
–¿Para qué? –me dice mientras dobla su campera de jean y la cuelga sobre su brazo–. Ya lo sabes. Todos lo saben.
Era verdad. Quizá era yo que vivía aislado del mundo y no me enteraba de nada. O realmente era verdad lo que decían de mí, nada me resultaba realmente interesante o digno de mi interés. Pero todos conocían a Sabine y no por un buen motivo.
Resulta que el año pasado, cuando mi hermano y yo estábamos en Londres, Sabine se había ausentado por un período de tres meses al comienzo de clase. Había intentado suicidarse y permaneció meses internada en un centro de rehabilitación de jóvenes y adolescentes. Hubo charlas entre quienes fueron sus compañeros de clases para ver si alguno conocía el porqué. Como era de esperarse, nadie sabía nada. En ese tiempo, Nissan, André y Fénix pasaban los recreos en el despacho del psicólogo como apoyo para su amiga.
La encontré fumando un cigarrillo en las gradas. Yo tenía un recreo corto antes de Química y ella estaba sola. Aproveché mi momento y me acerqué lentamente para no asustarla. Me senté a su lado y si ella notó mi presencia no me lo hizo saber. Entonces saco un cigarro de mi cajetilla y busco el encendedor por todos lados. Ya me estaba poniendo de mal humor cuando un brazo extremadamente pálido se cruza por mi rostro ofreciéndome fuego. Ya tenía la mecha prendida y yo solo atino a acercar mi cigarro para encenderlo.
Nos quedamos unos minutos en silencio hasta que escuché su voz.
–Si quieres la beca, déjame trabajar a mí.
Si bien tenía razón, no había nada que yo pudiera aportar, sus palabras dichas de forma brusca tocaron un poco mi ego.
–No es necesario que nos juntemos –continúa–, luego veré qué se me ocurre para que tu español suene un poco más a español y no a un mono en celo.
–Auch. Eso dolió –le digo de forma burlón–.Te lo agradezco, no creo que mi ego haga lo mismo.
A continuación, escucho su risa. Nunca la había visto ni siquiera sonreír. Por Dios, conocía a esa chica desde hace cinco años y nunca la había visto hacer una broma. Y de repente se estaba riendo.
–¿De qué te ríes? –no estaba ofendido en lo más mínimo pero intentaba disimularlo.
–De lo patético que son los grandiosos chicos del instituto cuando no hay nadie que los idolatre –de nuevo palabras llenas de verdades. Sabine me mira con sus ojos color café. De repente estaba seria y no había rastro de la risa de hace segundos en su mirada.
–Acostúmbrate a que me ría de lo patética que me resulta la raza humana con sus intentos vanos de sentirse bien y vivir en una realidad paralela. Vas a conocer muchas personas que se rían de vos y vos seguramente te rías de otras tantas. Esa es la cruda realidad. Es la única forma de sobrevivir. Vive con eso. Tómalo como un consejo.
–¿Un consejo de quién? –solo atino a decir.
–De la presidente del Club de los Suicidas –contesta antes de tomar su mochila y alejarse.
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Editado: 16.05.2021