-¡Harry!
-¡El cofre, rápido dámelo!
Las cosas empeoraban, la tercera de ellos estaba luchando con tres espectros a la vez, era extraño y macabro para ser verdad pues esas cosas no cedían y ellos daban todo lo que tenían. El sonido del viento les perforaba los oídos como si fuera un taladro enorme y no contaban con mucho tiempo y el tal Harry estaba dispuesto a terminar con aquello y era el mayor sacrificio para su compañero.
-Está bien.
-Tú ayuda a Julieta- Harry sentía como el viento sonaba como si resurgiera una bestia o el mismo dios Tifón.
Él corrió sacando su daga pero el cayó cuando sintió un temblor y Julieta cayó junto a él.
-¿¡Qué sucede!?
-No sé...
-¿Dónde está Harry?
-Tiene el cofre...
-No...
-Jóvenes débiles- decía el espectro mientras les cerraba el paso y las pieles de ellos oscurecían ante su presencia- sólo mueran, esa cosa nunca nos atrapará. Ríndanse.
El espectro tenía una voz suave, como si fuera una persona tratando de decirles amablemente que se dejaran matar.
De pronto, una fuerza invisible y poderosa empujó a Julieta, seguida de su compañero, como si un gigante los hubiera empujado y cayendo inconscientes, sintiendo la hierba fría y sucia por los rostros pero sobre todo el frío que inundaba el ambiente que poco a poco se apaciguaba pero ya no supieron de lo que había ocurrido.
Nadie del pueblo de Little Werther agradeció el sacrificio de los tres jóvenes, sin embargo ya se sentían a salvo y pudieron enterrar a sus hijos pequeños. Odiaban a los chicos por lo que los envolvía y pretendían vivir en paz, una paz que prometía ser de lo más duradera posible.
Nadie lamentaba nada. Nadie reparaba en ellos.
AÑOS DESPUÉS...
Little Werther era un pequeño pueblo alejado de la civilización y había cambiado drásticamente. Las casas parecían árboles caídos y grises, el ambiente era frío pero eso no impedía las tareas de los pueblerinos. La hierba ya no era verde como aquellos tiempos sino amarilla, áspera y así lo era porque un niño sacaba su canica brillante y sacó lo poco que tenía en su casita.
Su madre salía a espantar a las gallinas que querían entrar a la casita.
-Vamos, fuera- decía mientras con un trapo las espantaba y éstas corrían por el patio.
-Jude- la mujer metió el trapo al bolsillo de su delantal sucio- ¿Qué hacías?- no era la primera vez que ella hacía una pregunta a su único hijo.
-Sólo recogía mi canica.
El niño, Jude enseñó la canica a su madre aunque tenía restos de pasto seco en las palmas.
-Ya te dije que te lavaras antes de enseñarme tus manos. Anda a lavarte- suspiró algo cansina. Tal vez porque estaba cansada de repetirle lo mismo a su hijo de 13 años.
Ya con 13 años Jude seguía jugando en lugar de hacer las cosas que hacen los niños de su edad pero es que en realidad casi no había nadie así. Jude tenía las manos heladas mientras el agua purificaba sus manos, el sonido era algo solitario mientras las gotas caían en la cubeta de metal, estaba acostumbrado a eso pero esta vez no era igual pero no sabía el porqué.
Los ojos castaños subieron hacia el tendedero en donde estaba colgado una toalla mugrienta e hizo una mueca, su madre había dicho en repetidas ocasiones que la lavaría en cuanto pudiera pero como estaba ocupada en lavar la ropa de las mujeres que no podían valerse por sí mismas o atender el gallinero no lo hacía, asi que procedió en secárselas sacudiéndolas sufriendo calambres y el tiempo no mejoraba en nada.
Mientras más las movía sentía la brisa recorrer sus manos húmedas y trataba de resistirse en secarse en esa toalla y volverse a ensuciar las manos y regresar a su casa donde estaba su madre cocinando y con eso mantenía la casa caliente. Su madre se mantenía ocupada en lo que duraba el invierno en el pueblo, ayudando a ancianas, era una buena mujer.
-¿Te puedo ayudar en algo?- sus manos estaban frías pero ya no tan húmedas que harían estremecer a alguien desnudo.
-¿Eh? Ah, no Jude. Ya casi acabo. En lo que sí quiero que me ayudes en que le entregues esta ropa a la señora Ryder- dejó lo que hacía y cargaba una gran canasta de ropa blanca y limpia. Jude sabía que su madre era buena dejando ese tipo de ropa impecablemente limpia y con un buen aroma- Le dices que no me debe nada.