El color del cambio

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[...]me siento por completo agotado. El dolor se apodera de mi cuerpo casi vacío de su color. Las fuerzas me fallan, y apenas logro permanecer en pie. A pesar de todo, estoy decidido a hacer mi esfuerzo por seguir adelante así que, casi a rastras, me dirijo hacia la mesa de controles donde se encuentra ese interruptor que brilla en un millar de colores. Sin embargo, al llegar allí me doy cuenta de que no me encuentro solo.

Frente a mi se encuentra nuestro enemigo, quien vuelve a amenazarme con su daga de cristal, y entonces temo por mi vida.

—Por favor, hijo, detente —solicita.

—No… no lo haré —respondo casi sin aliento.

Él cierra sus ojos y exhala pesaroso y lleno de resignación.

—No me das más opciones —se lamenta, y levanta su mano para asestar un fatal ataque.

Me preparo para recibir el embate que me llevará a la muerte, pero resulta conveniente que allí cerca se encuentra Floresta, quien hace un esfuerzo por detenerlo un momento. No tarda en llegar la oficial Scarlett en compañía de León, y ambos le ayudan, lo sujetan y despojan de su peligrosa arma para después apartarlo de allí.

—¿Qué esperas? —grita Cyan en la distancia—. ¡Presiona el botón negro y desactiva la máquina! —ordena desesperado.

Floresta se acerca a la mesa de controles y extiende su mano hacia el interruptor de color negro.

—Detente, no lo hagas —pido con lo que me queda de aliento mientras aparto la mano de Floresta de dicho control.

—¿De qué hablas? Si lo hacemos, la máquina se desactivará y la guerra se terminará —responde ella desconcertada por sus palabras.

—En eso… tienes razón… esta guerra terminará… pero las cosas… no serán diferentes para ti… para León o incluso para mí —respondo.

Entonces, con mis últimas fuerzas, presiono el interruptor que parpadeaba en multitud de colores antes de caer al suelo.

—¡No! —grita Cyan.

Inerte, veo cómo Cyan se acerca al tablero de controles y procede a presionar todos los botones que encuentra a su alcance. Floresta, por su parte, se acerca a mi cuerpo y comienza a tratar la herida por la que el color se me escapa.

—Resiste, por favor —pide ella mientras sostiene mi cabeza por la parte de atrás y con fuerza presiona mi herida con una pieza de tela.

La máquina comienza a hacer un ruido extraño, como una suerte de zumbido fuerte, y Cyan mesa sus cabellos en desesperación.

—¡¿Qué es lo que has hecho?! —reclama.

Eso es lo último que recuerdo escuchar, pues instantes después cierro mis ojos y quedo por completo inconsciente.




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