La lluvia caía, feroz y fría, y el cielo rugía enfadado sobre las cabezas de todos, iluminándolos con sus fugaces destellos. Bajo el manto gris se hallaba Petyr, quien había apoyado su espalda contra un árbol, sujetándose una de las heridas con la mano, escupiendo aquel líquido carmesí por la boca. Sus dientes se habían teñido ya de rosa, y su vista se tornó brumosa; la Aglaophotis posaba sobre sus piernas. Las lágrimas brotaban de los ojos de Irene, su respiración se tornó temblorosa y titubeante al igual que sus manos. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? No lo sabían...
—Petyr, volvamos a casa —Sollozó.
—¡¡No!! —Rugió Petyr, escupiendo otra estela de sangre— Debo matarlo...
—¡¡Ya basta de toda esta mierda, Petyr!! —Exclamó. El fuego se sintió en toda su voz, como un rayo que anuncia su llegada con su estruendo— ¡El kaly se escapó, y tú estás herido! ¡¿No lo entiendes?! No eres capaz de ganarle, ni siquiera con mi ayuda. ¡Piensa, Petyr! ¡¡¿Tienes que morir para entender que esta no es la solución?!!
—Cierra la puta boca, Irene —Petyr frunció el ceño, tomándola del cuello con su mano ensangrentada. El carmesí manchó la garganta de su hermana, lavándose con las fuertes gotas de lluvia—. No he llegado tan lejos para rendirme ahora. Seguro la ha llevado al hospital, tengo que ir y matarlo ahora que está herido. Así que cállate de una vez y cierra mis heridas con tus raíces.
—¡Por dios, Petyr, escúchate! —Irene se quitó la mano de encima, tomando con fuerza la muñeca de su hermano, quien apenas poseía resistencia en su ser— Hemos arriesgado demasiado y nada ha funcionado, ¿qué no lo ves? Incluso matamos a una inocente. ¡A una inocente que nada tenía que ver con esto!
—Esa chica era... un daño colateral... que no se pudo evitar —Bufó él, preso del dolor—. Irene... estamos muy cerca de matar a ese kaly y liberar a nuestro pueblo. ¿Vas a tirarlo todo por la borda?
—Yo no quise hacer esta mierda, y lo sabes. Y esto es el daño colateral de matar a una inocente —Señaló los agujeros en el torso de su hermano.
—Irene, escúchame, cierra mis heridas —Suplicó, vomitando la vida—. Por favor...
—¿Vas a matar a ese kaly...?
—Sabes lo que haré. Está en mi sangre.
Irene apretó los labios, cerrando con fuerza los ojos.
—Matamos a una inocente, Petyr... —Sollozó Irene. Volteó su mirada, observando aquel libro en el césped, hinchado por la lluvia, deshaciéndose poco a poco—. Mira, esa chica iba a ser una doctora, iba a salvar vidas... y nosotros la matamos. Hoy en la mañana me prometiste que no le harías daño a esa chica, y que matarías al kaly ni bien lo retenga con mis raíces.
—Sabes que era necesario matarla. Sabes que tenía que hacerlo, solo que no querías aceptarlo.
—El kaly se entregó a cambio que la dejemos ir... y tú fuiste tan estúpido de rechazarlo, y mira como terminaste —Dijo con una gran decepción y congojo, ladeando su cabeza—. Ya no voy a formar parte de esto, Petyr. Sanaré tus heridas, y volveré a casa. Vuelve conmigo o muere contra ese kaly, esa ya es tu decisión.
—Ese kaly es un asesino... —Gruñó Petyr de dolor mientras sintió las raíces de Irene en su cuerpo. Las raíces se mezclaron con las suyas, obligando a las fibras de carne a unirse y regenerarse, deteniendo el sangrado y curando los órganos, aunque la falta de sangre le seguía pesando.
—¿Y nosotros qué somos? —Contestó con una voz tan fría como compungida, a la vez que se ponía en pie, dejando en el suelo la daga que una vez empuñó.
Ella comenzó a caminar, perdiéndose cada vez más en los árboles.
—Irene —Le llamó, pero no hubo más respuesta que el ruido de la lluvia contra los árboles—. ¡¡Irene!! —Otra vez, nadie le respondió.
Carlos se sostenía pesaroso en el mármol del baño, parado frente al gran espejo. Su rostro estaba totalmente mojado, y la canilla estaba abierta. A su lado, contra la pared, estaba apoyada aquella vaina. Se había cambiado, poniéndose un uniforme de seguridad; la azulada camiseta, y aquel grueso pantalón. El traje gris, teñido de rojo, se hallaba en lo más profundo del tacho de basura.
—¡Carlos! —Oyó a su izquierda. La voz lo sobresaltó. Se trataba de Luis— ¿Estás bien?
—¿Te parezco que estoy bien? —Carlos suspiró.
—Lo siento —Se acercó a él—. Sé que estás preocupado por esa chica, pero estará bien, Pauling es la mejor cirujana que tenemos, y está haciendo todo lo posible por salvarla.
—Todo esto... toda esta mierda fue mi culpa, Luis. Si yo no la hubiera acompañado...
—No te culpes, amigo. Era imposible saber lo que pasaría. La salvaste y la trajiste a tiempo, eso es lo que importa. Aunque la hayas defendido con ese palo —Miró la vaina con una leve sonrisa. Pero se percató rápidamente de que aquel chiste no le hizo gracia a Carlos—. Ve a tu casa, date un baño. Necesitas descansar.
—¿Cómo quieres que descanse mientras Elizabeth está luchando por su vida? —Bufó, tomando la vaina. Se encaminó hacia la puerta.
Cuando salió, se encontró con Brenda.
—Carlos, Elizabeth ya ha sido llevada a su habitación —Dijo ella—. No te voy a mentir, no está estable, está muy delicada. Sea lo que sea con lo que la apuñalaron, ha logrado hacer demasiado daño, más del que parecía a simple vista. Su riñón izquierdo murió, y tuvimos que extirpárselo —Soltó un fuerte suspiro—. Solo el tiempo dirá si sobrevive o no. Como sea, hemos usado su documento para contactar con su madre, viene en camino. Elizabeth está en la habitación sesentaiocho, por si quieres verla.
—Gracias —Suspiró Carlos. Se esforzó para que las lágrimas no brotaran de sus ojos—. En serio, muchas gracias.
—Gracias a ti —Le posó la mano en el hombro—. Diez minutos más tarde, y habría muerto. Le salvaste la vida, Carlos.
Él asintió, intentando expiar inútilmente la culpa. Luego, se encaminó hasta el ascensor que lo llevaría al piso donde se encontraba aquella niña.