El corazón de Amelia.

Capitulo 2. Parte 2.

A las afueras de la capital, un angosto sendero de tierra se abre paso entre la vegetación. Pequeñas piedras en forma de flores emiten un tenue resplandor azulado, como si guiñaran el ojo a cada viajero que se atreve a seguirlas. Al final del camino, una mansión de tres pisos se alza imponente, medio oculta tras muros de piedra lisa que parecen resistir incluso al tiempo. Una barrera invisible tiembla suavemente en el aire, como una advertencia silenciosa. La casa, construida con mármol pulido que brilla bajo la luz de la luna, exuda elegancia y poder. Las columnas en la entrada muestran rostros tallados con meticuloso detalle, todos idénticos: un hombre de rasgos finos, sonrisa confiada y mirada altiva. Ese rostro, inmortalizado en piedra, pertenece al teniente Pakon, cuya vanidad parece haber encontrado un hogar eterno en cada rincón de su dominio.

—Vamos mujeres, apresúrense. Que no ven que todos esperan impacientes para apreciar mi belleza. —En una de las habitaciones del tercer piso se encuentra un hombre siendo atendido por cinco mujeres. Una de las sirvientas está cepillando con extremo cuidado el cabello rubio de su amo, mientras que otra maquilla con cuidado los ojos verde claro. También hay otra que parece echarle en el cuello un poco de perfume, mientras que las otras dos, las más afortunadas, sostienen un espejo frente a él y le sueltan varios cumplidos. —Esa camisa le queda muy bien, señor. Usted vuelve cualquier prenda un artículo de lujo muy hermoso.

El hombre de altura considerable y cuerpo esbelto es Pakon, quien tiene una camisa blanca con volantes ligeramente abierta para presumir sus pectorales, mientras que una de sus sirvientas le coloca un precioso collar de oro.

—Lo se, tanta belleza debería ser un crimen. Pero que se le puede hacer, fui bendecido por los dioses con lo más importante. —Comenta Pakon sus labios torciéndose en una sonrisa un tanto peculiar.

Las sirvientas solo pueden mirarse entre si. No pueden negar que Pakon es hermoso, pero su actitud mata cualquier belleza que tenga. Aún así sonríen y lo halagan, puesto que les paga muy bien para eso.

Para Pakon arreglarse es un ritual que dura cercas de tres horas, dado que tiene que probarse tres vestuarios diferentes para elegir cuál llevará. Pero en esta ocasión solo llevó dos horas y media, ya que le gustó mucho el segundo y solo tuvo que ver su guardarropa tres veces para estar seguro.

En una enorme habitación, casi del tamaño de una casa de dos pisos, están esperando sentados en varias mesas circulares con manteles blancos un montón de soldados con uniformes negros. Muchos de ellos están hablando entre si y algunos ya están comenzando a beber un poco. Hasta que, en un balcón de mármol con barandales de madera oscura, se abren unas puertas de madera que parecen chocolates enormes, mostrando la figura de Pakon, quien de inmediato comienza a hablar llamando la atención de todos los presentes. —Ya llegó el alma de la fiesta y la personificación de la belleza.

—Si, que bien.

—Ya me estaba cansando de esperar.

—Hasta que por fin.

El oído de Pakon es endulzado por los cumplidos de sus hombres, su pecho inflándose cómo su ego y sus labios torciéndose en una sonrisa que no puede evitar. Claro que los soldados lo dicen por el alcohol, pero es fácil engañar a Pakon que solo escucha lo que desea oír.

—Doy por iniciada está fiesta, para celebrar mis más grandes hazañas y mi belleza. —Pasando una mano por su cabello y liberando un leve gemido, Pakon pronuncia esas palabras, haciendo que todos los soldados se emocionen y comiencen a beber la mayoría.

También la música comienza, una orquesta de instrumentos que acompañan las canciones de Pakon. No es un mal cantante, incluso es bueno entre más alcohol tomes.

Entre toda esa multitud que parece divertirse con risas y bailes, nos encontramos con Jessamine, quien, con la excusa de ir unos momentos al tocador, se liberó de aquellos soldados que competían bebiendo más alcohol para ver quién podría pasar la noche con ella. Ni siquiera se dieron cuenta que ella ya no está con ellos y ahora está buscando a los niños secuestrados.

Tan solo al salir del salón principal, un enorme pasillo con cientos de puertas a los lados reciben a Jessamine, quien con un suspiro comienza a revisar habitación por habitación. Durante su larga búsqueda encuentra a algunos sirvientes, quien logra engañar diciéndoles que busca el baño. Hasta que logra encontrar unas escaleras que parecen estar envueltas en oscuridad, mientras que un viento frío eriza su piel, haciendo que sus brazos tiemblen.

Al bajar dichas escaleras con cuidado, mientras que de su pequeña mochila que no parece ser más grande que su mano, saca una pequeña lámpara para no tropezar, iluminando los escalones de piedra hasta lograr llegar a un sótano con tubos de hierro que dividen la habitación por la mitad, convirtiéndose en una prisión para cientos de niños.

Cada uno de los niños cierran sus ojos ya arrugados de tanto llorar al sentir la luz de la lámpara. Algunos están hechos bolitas, mientras que se puede observar un ligero temblor, quizás del miedo por no saber que les harán, en cada uno de esos niños. También hay otros que lentamente se arrastran hasta Jessamine, sus ojos aún parecen reflejar la esperanza de ser rescatados.

—Debí de suponer que estarían hasta aquí. Solo un pendejo haría una fiesta en el mismo lugar donde tiene a sus víctimas. —Comenta Jessamine mientras que mueve la lámpara para observar a cada uno de los niños, sus ojos abriéndose ligeramente al encontrarse con una niña que conoce muy bien. —Ahí estás, Saskia. No te preocupes, los rescatare a todos.

Con un movimiento da media vuelta y suelta una patada voladora a los barrotes, lo suficientemente fuerte para destrozarlos, haciendo un hueco tan grande para que pase un par de niños a la vez. Solo que el metal siendo golpeado hizo un ruido tan fuerte, que unos sirvientes lo escucharon y bajaron al sótano, encontrando a una mujer liberando a los niños.



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En el texto hay: magia y aventura, fantasia épica, shounen

Editado: 19.05.2025

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