Su soberbia.
Esa cualidad en especial era su perdición.
Las curvas de su cuerpo el detonante perfecto para hacerse preso de todos sus deseos.
Los gemidos retumbando en sus oídos, mientras la estancia se llenaba de ellos con cada estocada certera que daba en su interior, siendo el complemento perfecto para hacerlo perder los estribos.
Poseerla su mayor delirio, algo para lo cual nunca se halló preparado para sobrellevar.
Esa mujer siendo su desastre terrenal, una que no era ni por asomo parecida a la que alguna vez amó y lo continuaba haciendo pese a que ese cuerpo perfecto era el objeto de su poca lucidez.
Su cama impregnada a ella y su piel difícil de quitar la sensación de sus dedos cuando su boca es adicta al sabor de su cuerpo.
Ese cuerpo tan perfecto como desecho.
Demostrando que su físico no es solo lo atractivo, porque nadie como el para apreciar la belleza en la monstruosidad que quedo reducida un alma que no porta el consuelo de ser remendada, pero él lo intentaría.
Lo quería hacer.
Por ella.
Por él.
Por los dos.
Solo... solo necesitaba encontrarla y decirle que se apropió del órgano vital de la bestia y para sorpresa de el mismo ya no puede vivir sin su bella.
Una bella que resultó opuesta a la anterior que ocupó su puesto, porque comprendió que esa rubia con cuerpo de escándalo era la única que en realidad llenaría las expectativas marchitas de su corazón.
Ese que ahora ocupa sin ánimos de salirse, porque es la indicada.
Solo esperando que no sea demasiado tarde para que entienda.
Que la bestia no puede existir sin su verdadera bella.
La que en esa vida le otorgaron.
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Editado: 24.12.2023