PRINCIPE PRUSIANO
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Esperar.
Analizar.
Tantear el terreno.
Luchar contra el desespero, pues la paciencia no fue un don que se le dio al nacer.
Tiempo al tiempo era de lo poco que no se le daba bien, pese a la rectitud con la que llevaba la vida su Alteza, Federico Antonio , Príncipe de Prusia. Sin embargo, si quería triunfar en sus planes tenía que armarse de paciencia. Después de todo, en esos momentos se hallaba en frente de su objetivo. Tras semanas de recaudar información gracias al Vizconde de Black, que al parecer era más eficiente de lo que aparentaba.
Descubriendo de su rival lo suficiente, para saber que no poseía una maldita debilidad.
La única se había muerto demasiados años atrás, y con la que aparentaba cercanía se la cedía cada que podía, sin importar que fuese su Condesa.
Al principio hallándolo como un punto en contra, puesto que también se puso sobre la mesa el nombre de Lady Luisa de Borja, la hija del Conde de Belalcázar. El ajedrecista y por el ende la reina impuesta, que al parecer resultó ser más letal que toda su familia.
Cosa que, en vez de sumarle, totalmente le hacía mirar para otro lado si quería vivir el tiempo suficiente para solucionar su inconveniente con Berit.
La prima lejana, que nunca miró dos veces.
Esa que desechó como al resto de sus hermanas en su momento, cuando lo único que le apetecía era continuar con su soltería. No precisamente, porque una mujer lo retuviera de hacer su vida. Si no que solo portaba cabeza para los negocios que eran tan prósperos como peligrosos.
Presentándosele como una fachada perfecta, cuando estuvo a punto de caer junto con un embarque en el territorio del que estaba a cargo.
Porque, aunque se lo negase al mundo, también se dejó conquistar por las maravillas que salían de la cabeza del ajedrecista.
Solo que andaba como un fantasma a nadie conocer su participar, pues tenía a un tercero que ponía la cara de su entera confianza.
Por eso. Es que con el tiempo atosigándole, y los berrinches de su flamante prometida fugitiva, es que agotó la que seguramente seria la carta más débil. Al ser lo único delicado que rondaba alrededor de ese lobo letal.
Nada del otro mundo.
Un corderito fugitivo, en busca de refugio, que huía de una pesadilla que pronto volvería a su vida.
Se arregló los gemelos de la camisa, posterior a eso se acomodó el cuello del saco y apretó el pañuelo. Puesto a cumplir con lo que había fraguado con anticipación y era momento de llevar a cabo.
Cruzó la calle poco transitada pese a estar en el centro de la ciudad, y casi a la media noche dirigiéndose a un callejón lleno de hedor, diviso la figura que con esfuerzo compró.
Puesto que, todos los del servicio del rey del averno eran aparentemente incorruptibles, pero el mejor que ninguno sabía que, nada podía resistirse a la cantidad adecuada, puesto que todos tenían un precio.
Y el moreno que se asemejaba a una pared de concreto no era la excepción.
Al verlo entrecerró los ojos con el cuerpo en tensión, mirando para todos lados haciendo que negase divertido por su paranoico actuar.
Si supiese que eso no era nada en comparación con lo que tenía planeado, definitivamente ya hubiese salido corriendo.
Demostrando que los músculos, ni la prominente altura daban la valentía suficiente para hacerse cargo de algo que aceptó por avaricia.
«¡Ahí, divino pecado capital, que tienes al mundo tan corruptible, dándole vía libre al villano vestido de noble para que se salga con la suya sin ser una sorpresa para el hedor que destila el mundo!»
Lástima que el fuese el arma del pecado, pero era lo que se debía hacer si se quería salir ileso.
—¡Patch! —llamó con impaciencia a la mano derecha del individuo de confianza de la ama del lugar —. Soy un hombre de múltiples ocupaciones, así que, otórgame las explicaciones —este negó contrariado debatiéndose, como si aquello frenase que se cobrasen su traición con sangre —. Pensé que habíamos superado la etapa, en donde la patética consciencia del ser humano del común hace mella en el interior.
Lo que tenía que soportar al no portar a su lado a Igor, su hombre de confianza.
Demasiado sospechoso, cuando era un aparente viaje por placer para aplacar el humor por la desaparición de su futura mujer.
—No seré yo quien lo dirija a su destino —enarcó una ceja espesa ante la declaración —. Llamaría la atención verme en el interior cuando mi área encargada esta noche es la entrada —entrecerró los ojos asintiendo en concordancia con sus palabras —. Afrodita lo está esperando, cruzando la puerta —un nombre que daba a pensar cualquier tipo de escenario lujurioso.
No comentó nada al respecto, pero esperaba que le hiciera honor a como se hacía llamar.
Cuando le cedió el paso se adentró sin reservas por el portón oculto.
Topándose de lleno con una belleza de piel tostada con cabellera azabache lacia, que le llegaba hasta el inicio de las caderas. La cual portaba un traje traslucido que le trasparentaba dejando al descubierto sus pezones oscuros, y con un rostro bastante llamativo pese a su nariz chata, y boca más gruesa que el estándar al que estaba acostumbrado disfrutar, pero haciéndose un deleite para la visión, con aquellos ojos pardos que lo ojeaban con descaro, mientras le ofrecía una sonrisa con promesas concisas.
—Después de ti «Charme» encanto —le mostró el pasillo a duras penas iluminado para no tropezar, aquella solo respondiendo con un agite de pestañas para acto continuo dirigirlo al lugar donde necesitaba estar.
No precisamente a la parte delantera del Averno, puesto que por ahí podía entrar sin reservas no llegando a su propósito.
Berit aun no era su objetivo, pues necesitaba demostrarle que burlarse de él no estaba consentido.
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Editado: 24.12.2023