LEER LA NOTA FINAL
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ÁNGEL CAÍDO
(Schlehdorf – Alemania)
Convento de Monasterio de Schlehdorf.
Finales de enero de 1808…
Pudo haber terminado con aquello desde que pisó tierra alemana hace quince días, pero necesitaba saber que terreno transitaba averiguándolo por sus propios medios.
No podia simplemente confiarse de una carta, cuando lo que lo obsesionaba estaba en riesgo.
Se sentía desesperado, pero tenía que andar con pies de plomo, intentar apaciguar el infierno que vivía en su interior, porque no ayudaba que Alicia fuese idéntica a Aurora, pese a que tan solo era una niña y eso le calentaba la sangre y le espesaba la saliva.
Sabía de antemano, y sin remordimiento aceptaba que era un ser diferente al montón, pero a veces se cuestionaba si la obsesión con Aurora era la única culpable para que hubiese caído en ese círculo vicioso que lo hacía delirar, hasta el punto de ver en cada cosa que lo rodeaba alguna semejanza de la mujer que le hacía desquiciar con el pasar de los segundos un poco más.
Se pasó la mano por la boca tratando de centrar su cabeza, y enfocarse en lo que realmente lo tenía esperando frente a esa maldita puerta como si fuese un don nadie.
Regalando su sonrisa más amable, que arrancaba suspiros a las monjas que pasaban por su lado y amablemente le ayudaron cuando mostró una preocupación que estaba lejos de ser genuina por un ser que le arrebataron de los brazos sin siquiera dejárselo gestionar.
El recelo con el que en un principio lo miraron fue reemplazado por empatía, cuando demostró que lo único que quería era volver a tener entre sus brazos a su hija al demostrar una preocupación que estaba lejos de experimentar, por lo menos por las razones que manifestaba sin cortarse.
Sin embargo, esperar le estaba sentando fatal cuando en el lugar se sentía un ambiente cargante, casi lúgubre, como si una amenaza se estuviese extendiendo por los pasillos, hasta el punto de llenar la poca luz que le quedaba de una abrumadora oscuridad.
Soltó el aire lentamente por la boca sonriendo de medio lado, recordando lo que tenía al monasterio en un grado de agitación que le daba la distracción perfecta para sin mayores esfuerzos acercarse a su comodín, y sacarlo sin siquiera sudar pese a que el pulso le temblaba, no precisamente por el miedo a ser descubierto, porque técnicamente estaba diciendo la verdad, y nada lo asociaba con la terrible tragedia que estaba invadiendo ese santo lugar.
Miró hacia el cielo de la estancia con aire dramático, volviendo a su pose de ser alado cuando apreció que finalmente la puerta cedía, mostrando el rostro ceniciento de dos monjas realmente nerviosas, que portaban los ojos enrojecidos, e hinchados, tratando de recomponerse para atender al inoportuno visitante.
—Dispense los modales buen hombre, pero estamos viviendo una tragedia que nos tomó por sorpresa, y no nos sentimos en óptimas condiciones para atender a los viajeros cuando nuestra superiora está desaparecida —abrió sus ojos avellana con sorpresa, mientras estrujaba el sombrero de copa que tenía entre las manos pareciendo realmente consternado —. Sin embargo, no podemos poner las adversidades como parte primordial cuando un hijo de Dios corre en busca de nuestra ayuda —asintió bajando la mirada solemne —. La hermana Gertrudis —señaló a la delgaducha de rostro amargo, y arrugas acentuadas en la frente, que asintió respaldando sus palabras —, me comentó que venía en busca de algo, o en este caso de alguien que le habían arrebatado.
Le obsequió una sonrisa melancólica como respuesta, haciendo que se removieran incomodas por su actitud.
—En efecto, hermana —utilizó su voz complaciente que las hizo contener el aliento —. Vengo desde muy lejos en busca de mi mayor tesoro —de alguna manera era cierto —, y si es verdad lo que me informaron no me iré de aquí si no es con el —se envararon ante su tono determinado.
—Este no es un tema que debamos tratar en un pasillo —dijo la de aspecto regordete que estaba haciendo de vocera en la situación, seguramente siendo el reemplazo de la superiora a esta no aparecer desde hace una semana.
El mismo tiempo en el que habia estado yendo, con la diferencia que en esa oportunidad no aceptaría una negativa por respuesta.
Le mostraron una de las sillas frente al escritorio, mientras la monja robusta de nombre Bruna ocupaba la principal, y la hermana Gertrudis se ubicaba a su costado con las manos en la espalda como si fuese su guardia personal.
Se acomodó en su lugar con pose relajada esperando que dejasen de compartir miradas y alguna se dignara a hacerle de abadesa antes de que perdiera los estribos, y estaba seguro como la mierda que ninguna quería conocer su lado menos compasivo.
Dos segundos antes de mandar su fabulosa actuación al carajo, Bruna carraspeó volviendo su atención a él, regalándole una sonrisa que no le llegaba a los ojos portando los hombros tensos.
—Según sus palabras en días pasados, es un Conde inglés —tenía que controlarse o lo iba a estropear.
—Lord Edmund Harris —asintió pidiéndole paciencia al creador —, Conde de Warrington —jamás negaría su procedencia, porque le costó lo suficiente hacer que el titulo fuese valedero.
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Editado: 24.12.2023