El corazón del Dragón Dorado

Capítulo X

   Pyotr había vuelto a sus tierras en Gabe y, como Guarda Abanderado que era, nadie preguntó por su ausencia. Irrelevante. Hasta entonces, con los dedos de tan solo una mano contaba las veces que tuvo que excusarse con alguien. Y para mayor gracia, dos de esas veces fue a su madre, dos a sus amantes y una ante las deidades de las que se habría vuelto a burlar de no ser por las circunstancias en que se encontraba el mapa. Desde temprana edad se había ganado su posición como Sir de sus dominios, sobre todo sirviendo lealmente a Prigona dentro de la Guardia Abanderada, bajo la comprometida vigilancia del Rey Vonoreón, Alteza de Lephilyón. Sin embargo, ahora, tras tomar sus caballos y viajar con cuatro de sus fieles hombres a Barkev, todos sus antecedentes de fidelidad al Rey se volverían irrelevantes comparados a la traición que estaba por comenzar. Y no solo a Vonoreón, sino que, lo que era peor, a Eufemor, Rey de Reyes. No obstante, era necesario. Un precio justo dadas las demandas que exigió y las promesas que le hicieron Sir Carsis, Ludcian y Aureo, la musa.

  Tras el largo viaje en alta mar desde Prigona a Lephilyón, el estratega tuvo tiempo suficiente para sentar cabeza. El primer día, aunque no lo demostró, lo inundaba la duda, inclusive él mismo desconfiaba de cuáles eran sus verdaderos propósitos. Los siguientes tres ya comenzó a preocuparse por las tormentas mar adentro y al quinto día, ya en las costas de Ellieb, EN Lephilyón, únicamente se limitó a poner en marcha la contienda que había pactado con el mercenario y sus aliados. 

  Viajó a caballo durante medio día, con sus cuatro guerreros hacia Barkev. Una vez en la capital del pueblo de los mercenarios, los salvajes del norte, como les llamaban a lo largo del mapa, Pyotr admiró la punta de la montaña, donde se coronaba el reino con su rústico palacio. Se condujeron cumbre arriba, siendo observados por las cabezas enterradas en las picas regadas por todo el camino a modo de advertencia. En tan solo un rato, el estratega se vio frente al robusto castillo de piedra, buscando intimidarlo más que invitándolo a entrar. 

  Pateó suavemente con el estribo al corcel, acercándose a los guerreros que custodiaban la entrada. En cuanto estuvo a unos cinco metros de distancia, estos apuntaron a los cinco con sus lanzas, colocándose en posición de ataque. Pyotr hizo un gesto a sus hombres para que no se inmutaran. Continuó cabalgando a paso lento hasta quedar a un metro de distancia. No les apartó los fieros ojos verde de encima.

        —Vengo a hablar con Su Alteza Vonoreón. Nos abriréis el paso o las próximas cabezas que adornen el camino hacia acá serán las vuestras—expuso Pyotr, con tono amable, como si no fuera una amenaza la que seguía a su demanda.

  Los bárbaros se miraron entre sí, soltando una ronca carcajada en cuanto terminó de hablar. Había algo que parecía hacerles sincera gracia, ya que, no se molestaron en apurar el cese de sus secas risotadas. Ya sacada la diversión de sus semblantes, volvieron a mostrar una cara llena de demencia, salvajismo y altivez. Sir Pyotr agradeció haber vivido una buena parte de su vida en el reino de los bárbaros, pues, de ser distinto, posiblemente no contaría con la confianza para desenvolverse con esos salvajes, mucho menos para saber manipularlos e ignorarlos.

        —¿Y quién sois? ¿Por qué le seríais útil al Rey? A que sois otro imbécil que viene a fanfarronearse con noticias que ya se han regado por todo el mapa. No valéis ni siquiera un dragón de bronce. Mejor sería daros a los perros, hace días que no comen—anunció uno, picando suavemente las botas de uno de sus hombres, quienes se mantenían firmes, rectos, sin dejarse intimidar por los precarios modales y las malas apariencias que inspiraban los seguidores de Vonoreón.

        —Sir Pyotr, mi señor, podría convenir que ilustrásemos a estos hombres con su título. El poder de un Guarda Abanderado no es menor—escuchó a Didier a su lado, su mano derecha. Rápidamente, levantó una mano para que callase. Sin embargo, fue tarde. Sin previo aviso una flecha impactó en la barriga del caballo que montaba Didier. Pyotr se contuvo para no mirar hacia atrás, escuchando cómo relinchaba de dolor el potro, cayendo con estrépito al piso. Solo esperaba que Didier se encontrase bien. Los demás animales se asustaron e inquietaron, mas como buenos jinetes lograron domarlos nuevamente en cuestión de segundos. Había esperado una reacción así, por lo que no se sorprendió.

        —¡Aquí no hay señores de nadie! ¡Ni Guarda Abanderada sin Reino Madre! ¡Los bárbaros somos hombres libres otra vez!—rugió uno de los arqueros sobre la muralla, quien por cómo levantaba el arco, presumiblemente era quién había matado al caballo de Didier. Unos momentos después, escuchó levantarse a este último. Podía adivinar su rabia.

  Pyotr ignoró las imprudencias e inconvenientes.

        —Vengo desde Prigona—anunció en voz alta, permitiendo que tanto los arqueros sobre las murallas como los soldados que custodiaban el puente lo escucharan, además de evitar que Didier usara la espada que había acabado de desenvainar—. La garantía de nuestras vidas reside en la información verídica que os revelaré. Soy parte de los asaltantes de la corona de Prigona y le traigo un trato al Rey que podría beneficiar demasiado a Lephilyón.

  Los hombres dudaron un momento, pero terminaron por aceptar y desplegaron las puertas. Pyotr sacudió las riendas de su corcel, instándolo a entrar en la fortaleza. Los demás jinetes le siguieron el paso.

        —¡Eh, tú caminas, lamebotas!—bramó uno de los guardias, empujando a Didier cuando éste quiso subirse al lomo del cuadrúpedo de uno de sus colegas.

  Indignado, Didier los miró con garbo por sobre el hombro, caminando al lado de sus compañeros con dignidad, aún cuando las cancerosas risas de los bárbaros debido al alcohol lo seguían. No era propio de él mostrar poca resiliencia, menos perder su orgullo y elegancia.

  Subieron lo que quedaba de la empinada colina y tras dejar en los corrales a los cuatro potros que habían sobrevivido a la bienvenida, Sir Pyotr y compañía fueron conducidos al salón real en cuanto bajaron de sus caballos. Pyotr agradeció internamente que el pueblo bárbaro no impidiera ni el porte ni el uso de armas, pues, para ellos era una muestra de poder, decencia y, sobre todo, honor. En el fondo también era un aviso, una manera de informar que cada quien se salvaba el pescuezo. La ley del Ithis.

  Pyotr, tal como había informado a sus hombres, rememoró el consenso al que habían llegado con Ludcian y Carsis. El plan prometía ser sencillo: entrar al castillo, conseguir una audiencia con el Rey Vonoreón, seducirlo con la idea de cazar musas en Ozcedell, aliarse con Dero para luego manipularlo y, si llegaba hasta allí, confiar en sus enemigos.

        —Así que tú eres el traidor de la corona de Prigona, ¿no?—escuchó una voz varonil a penas entró al salón de piedra. 

  En el trono, acomodado a sus anchas, permanecía sentado el Príncipe Dero, la tercera cría de Vonoreón, con la cabeza de este enterrada en su espada, la que alzó cual botín de guerra. Luego, le sacó la corona con violencia, arrojando la cabeza de su padre a los pies del estratega y los demás. Acto seguido, Dero se envainó la ensangrentada espada y se colocó con ceremoniosidad la corona sobre su espesa mata de cabello negro y enmarañado. Pyotr se fijó que conservaba un par de rastras y algunas trenzas adornadas con cuero, piedras preciosas coloridas y trozos de huesos que, por alguna inquietante razón, esperaba no fueran humanos.

        —El Rey Vonoreón perdió un combate a muerte con su propio hijo—Con ello, Pyotr lo comprendió todo. Negarse a luchar era algo indigno para la cultura de los bárbaros—. Asumió las consecuencias. Lo bueno es que en el Ithis no tendrá que preocuparse por el crudo invierno que se avecina—relató como si nada, soltando una estoica risa ante su ironía. Luego, señaló con los brazos abiertos a los mercenarios en el salón, quienes asintieron con un solemne movimiento de cabezas, las cuales por ahora mantenían—. Rey Dero de Lephilyón. Recuerda mi nombre pues será el que te atormente incluso más allá de la muerte si no me complaces en cuanto abras la boca. Habla.

  Pyotr tragó saliva, desafiando al Príncipe Dero con la mirada. Sí, el plan tendría que cambiar, al igual que el bando al cual pertenecía. Por ahora primaba sobrevivir.

 



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En el texto hay: tragedia, drama, aventura

Editado: 21.07.2020

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