El corazón del Dragón Dorado

Capítulo VIII

« —Ps... Vulno, despierta—susurró Amelíe con urgencia. Buscó a tientas el cuerpo del caballero a su lado, con la esperanza de tocarlo y cerciorarse de que él estaba acostado junto a ella sobre la fría piedra—. ¿Dónde estás? —inquirió asustada, irguiendo la mitad del cuerpo para poder sentarse.

La doncella se abrazó a sí misma, sobando sus brazos en busca de calor. Se encogió ante la fría brisa a sus espaldas, proveniente desde las profundidades frondosas del bosque del Sur de Rhodes.

Dirigió la mirada hacia todo a su alrededor, mas fue un anhelo en vano el intentar vislumbrar aunque fuese alguna silueta. La oscuridad dentro de la fría cueva era absoluta, formando un ambiente sobrecogedor.

—Vulno, despierta, por favor—insistió cuando, quizás a causa de la paranoia, escuchó el eco de un goteo en la lejanía, allá donde el corazón de la cueva absorbía el aire, fatigándola con la sensación de asfixia.

Amelíe, intimidada por la oquedad de la caverna, cerró los ojos en un inútil intento por salir de allí. Se había despertado con la apremiante sensación de que alguien la observaba mientras dormía, sintiendo una presencia que con su aparente omnipotencia producía una asechanza hasta en lo más profundo de su ser, de su alma. Sentía que la contemplaban para juzgarla. Y saberlo, aún más con la culpa que la torturaba en el sueño, era algo perturbador.

La observaban. Y el instinto le decía que aquella penetrante mirada, cuyo dueño desconocía, provenía desde más adentro de la cueva.

Sin saber de dónde sacaba sus fuerzas, la doncella se puso de pie, caminando hasta donde recordaba que se toparía con las paredes de la cueva y, cuando sus manos tocaron con cuidado la helada y rocosa superficie, se puso de espaldas a ella, buscando algo, a alguien.

—Vulno, esto no es gracioso—soltó la doncella con un tono de voz que no llegó a sonar tan seguro como le hubiera gustado—. Soy tu Ama y debes hacer lo que yo ordene—terminó por decir tras un rato, con una convicción que dado el temor que sentía no parecía propia de ella—. Háblame—ordenó seguidamente, aunque sonó más a un ruego—. Vulno...—volvió a murmurar, sin agallas cuando pudo distinguir agudamente unos pasos acercándose hacia su dirección—. Vulno, ¿eres tú?

—Sí.

Amelíe sintió un escalofrío recorrer su espalda. Y también su conciencia.

—¿Q-qué piensas hacer?

—Lo mismo que has hecho tú, Amelíe.

La noble tocó su vientre por sobre la ropa, donde estaba segura que el nombre de Vulno—escrito en la lengua de los dragones— estaba grabado en su piel, distinguiéndose las letras negras por la piel que se había quemado desde sus entrañas cuando hizo el contrato de sangre con la musa.

—Prometiste que mi hijo nacería. Dijiste que me ayudarías a protegerlo de los sicarios del Rey Thale—le reprochó con histeria la mujer.

—Habéis deseado algo y me exigiste un contrato. Los mortales siempre dan sus deseos por hecho cuando se topan con una divinidad. No es nuestra responsabilidad ayudaros. Y da la casualidad que no siempre soy un buen cómplice.

—¿Matarás a mi hijo cuando nazca? —musitó descorazonada, embriagada con una pena inmortal.

Vulno negó con una escalofriante sonrisa de diversión. En algún momento lo había pensado, pero eso no solucionaría las cosas. Los Reinos de Aranza y Malva estaban en guerra gracias a esa doncella, o más bien, gracias a la cría que iba en su vientre. Pero él ya había decidido qué hacer, y para su satisfacción, no rompería con su palabra en aquella ocasión.

—No haré eso—profesó con tono desinteresado, acercándose a la doncella y, sintiendo cómo esta se tensaban cuando acarició su rostro con la punta de sus garras, siguió el camino de su cuello, bajando por él hasta el abultado vientre, deteniéndose en el ombligo, donde presionó suavemente, sin dañarla.

La mujer apenas podía visualizarlo, por lo que Vulno, agradecido de su forma natural, como una sombra que acecha en el desamparo de la noche, sonrió para que ella pudiera ver sus puntiagudos dientes entre la penumbra, cerca de su rostro.

—Han pasado nueve lunas llenas. Me resignaré a cumplir con mi parte de los hechos y te ayudaré a que esa cría nazca—susurró cerca de su rostro. Y acto seguido, rasgó la piel de la encinta dama, abriéndole la panza desde la parte baja hasta el pecho.

Amelíe bramó un demencial alarido que retumbó por toda la caverna, y ante su espanto, sabiéndose bañada y rodeada por la sangre que no paraba de emanar de ella misma, notó con horror cómo unas manos se hundían en sus entrañas antes de escuchar un llanto virgen unirse a sus gritos de desesperación y sus gemidos de dolor.



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En el texto hay: tragedia, drama, aventura

Editado: 21.07.2020

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