—¿Cómo amaneció la chica más popular del Instituto?
Charlotte había entrado a mi habitación sin pudor alguno, aunque no tenía porque reclamar, sólo vivíamos chicas en esta casa y por esa razón nunca tocabamos la puerta de la habitación de la otra para poder entrar.
—¿De que estas hablando?¿Desde cuando soy la chica popular? — pregunte mientras terminaba de subir mi pans gris a mi cintura. Estaba cambiando mi pijama antes de que Charlotte entrará.
—Desde que Allan Pemberton anda alrededor tuyo. Dijiste que habías descubierto su objetivo y que lo pondrías en su lugar, ¿Entonces porque aún sigue a tu lado?
A decir verdad, esa era una muy buena pregunta. Ni yo misma sabía la razón. Allan simplemente era alguien imposible de predecir, no podía interpretar cuáles eran sus verdaderos motivos o cuál era su intención conmigo. Pero fuera la razón por la que lo hace, yo tenía el presentimiento de que Allan no era un mal chico. Incomprendido tal vez, pero no un mal chico.
—No lo se, no le des tantas vueltas al asunto. Además, Allan no es un ser despreciable como todos dicen.
Y lo que decía era verdad, Allan nunca había demostrado ser una mala persona conmigo. Nunca me había tratado mal, ni había sido despectivo conmigo. Simplemente a las personas les gustaba hablar demás de otras, inventando un chisme tras otro sin tener pruebas suficientes.
— Pues no deberías confiarte. Allan Pemberton es un chico impredecible — dijo para después salir de la habitación tan rápido como había llegado, dejándome con una duda creciente en mi cabeza.
Allan no era una mala persona. De eso estaba segura. Quizá aún no confiara del todo en él, pero podía asegurarlo. Me había llevado a una fuente de los deseos en lugar de un bar, ¿No era eso una razón suficiente?
Después de que Charlotte se fue, pude escuchar el sonido de algo pequeño impactar en el vidrio de mi ventana. Si no supiera de quien se trataba, lo más seguro es que entrará en pánico y las gemelas y yo armariamos un escándalo por el supuesto atentado fantasmal. Siempre habíamos sido muy asustadizas y por eso nunca veíamos películas de terror a menos de que la época lo ameritara.
Abrí la ventana de mi habitación con una sonrisa de oreja a oreja, recibiendo la misma sonrisa de su parte.
James había llegado.
Escaló mi balcón como siempre lo hacía desde que éramos unos niños, era tanta su práctica que sólo le tomo unos segundos el estar frente a mi.
— ¿Qué estás haciendo aquí? Es demasiado lejos venir aquí desde donde vives.
—Quería disculparme por no haber podido ir a nuestra cita.
James bajo su cabeza con timidez. Ambos estábamos dispuestos a dar el siguiente paso en nuestra relación y no cabía en mí la felicidad debido a ello. El amor que tanto deseé, por fin estaba siendo correspondido.
James entró a la casa y eso me hizo recordar los viejos tiempos. Cuando él vivía en la casa de a lado y solía entrar a nuestra casa entrando por el balcón, en lugar de entrar por la puerta.
—Mi niño James, ya es un chico grande — dijo la tía Margaret apretujando las mejillas de James quien estaba sentado a mi lado en la mesa. Las gemelas y yo veíamos divertidos la escena, no era una novedad que la tía Margaret lo tratará de la misma forma que a un hijo, pues prácticamente James se había crecido junto a nosotras por el hecho de vivir en la casa de a lado y pasar la mayoría del tiempo en nuestra casa en lugar de la suya.
El desayuno transcurrió con normalidad después de que que la tía dejó en paz las mejillas acaneladas de James que ya habían tomado un ligero color rojizo por los tirones en ellas.
— Tendré turno esta noche en el hospital, quizá regrese hasta el otro día, estaremos muy ocupados está semana así que no me esperan en casa muy a menudo.
La tía Margaret era una enfermera de cuarenta y siete años de edad, era la señora más tierna que jamas habrán visto en su vida y por esa razón, su profesión es la que más va con ella.
El desayuno terminó y las gemelas se apresuraron a irse de vuelta a la escuela a pesar de ser fin de semana. Ellas estudiaban actuación y tenían una obra de teatro que ensañar.
James y yo nos quedamos solos en la casa.
—Como disculpa aceptaré un helado de fresa — dije con una sonrisa.
— Entonces aceptaré mi condena.
Ambos sonreímos y salimos de la casa, yo me encargué de cerrar bien la puerta de la entrada porque la casa se quedaría vacía después de nuestra partida.
No hay nada que un helado de fresa no pueda arreglar. Habíamos perdido una cita pero podíamos recuperarla con otra.
James había sido mi primer amor de la niñez, y no dudaba en que él sería el último. Nuestro amor era cotidiano y sencillo, no habíamos pasado por algún obstáculo aún, y aunque los hubiera, sabía que podíamos sobrepasarlo. Ninguna piedra se interpondría en nuestro camino, de eso estaba segura.
Aunque en realidad, esa piedra sería el obstáculo más grande que nuestro amor no podría sobrepasar.