Milagrosamente, el fin de semana había llegado.
Los cansados días en los que había estado nadando en centenares de libros, por fin habían llegado a su fin y podía tomar un respiro de ello.
El techo blanco en mi habitación me hacían recordar los viejos tiempos. Me hacían recordar aquella infancia donde trataba -desesperadamente- de recordar a mi madre. Siempre miraba el techo de esa habitación que siempre había sido mía y me preguntaba, ¿como había sido ella? ¿como había lucído su rostro y cuál era el aroma que ella emanaba? Nunca lo supe. Y quizá nunca lo sabre.
No puedo ahogarme en sentimientos de aflicción a causa de su muerte porque no tenía ni un solo recuerdo de ella. Nunca la conocí, lo único que tenía en la vida, era ese techo blanco donde me refugiaba y a mi tía y primas conmigo, no había una familia a parte de ellas. No podía sentirme triste de la partida tan temprana de mi madre porque nunca fui capaz de ver su rostro, porque fue arrebatada de mi lado mucho antes de que yo pudiera conocerla. No podía entristecerme por el recuerdo de una familia feliz porque ésta nunca existió.
Sentía mis ojos picar por el atisbo de las lágrimas que sabía que no caerían. Seguí observando el techo, tendida en mi cama con las sábanas color blancas cubriendo mi cuerpo mientras buscaba un recuerdo que sabía que no encontraría.
– Madi.
Oigo la voz de Charlotte y me apresuro a quitar la lágrima que amenazaba por salir de mis ojos. Me incorporo en la cama y le sonrió al par de gemelas que se abren paso en mi habitación con una caja de donas en sus manos.
– Mamá estará ocupada en el hospital, así que tendremos la noche entera para nosotras – dijo una entusiasta Chelse, quien se arrojo a la cama haciendo que ésta rechinara debido al impacto de su cuerpo contra el colchón.
– Lo dices como si fuera la primera vez en meses que nos quedamos solas.
Chelse prefirió ignorar las palabras de su hermana y se arropa con las mismas sábanas con las que yo estaba cubierta hace unos instantes.
– Será noche de películas – sigue diciendo Chelse con actitud infantil. Les sonrío a ambas, ellas eran lo más preciado para mí. Gracias a ellas pude entender el concepto de familia. Pude sentir el calor del hogar que de no haber sido por ellas, nunca lo hubiera sentido.
Esa noche, había perdido la noción del tiempo por tantas películas que habíamos vistos. Las risas habían inundado esa habitación que ellas me habían otorgado, los comentarios de Chelse le daban ese toque humorístico a la noche, sin saber, que mientras yo reía, él estaba llorando.
Yo estaba disfrutando de la noche ordinaria que se me presentaba, mientras veía comedias románticas que eran relativamente malas, mientras reía junto al par inseparable y comíamos donas glaseadas que nos quitarían el sueño por tanta azúcar que contenía. La tía Margaret siempre decía que si comes cosas dulces antes de dormir, te darían pesadillas. Y después de esa noche lo comprobé, había tenido una pesadilla, pero él había vivido esa pesadilla en carne propia.
|…|
– ¿A donde vas? – preguntó Charlotte viéndome bajar de las escaleras lista para salir. Los fines de semana siempre andábamos en pijama por toda la casa, sin importarnos la hora, la pijama de dormir era nuestro outfit favorito de fin de semana.
– Iré a dejarle un cambio de ropa a mi tía, ella llamó hace unos segundos pero ambas estaban dormidas así que yo contesté el teléfono – contesté para después agarrar un trozo de pan que Charlotte estaba comiendo.
– Bien, no vuelvas tardes. Es sábado de chicas así que James tiene prohibido cruzar esa puerta – dijo Chelse quien venía bajando de las escaleras con el cepillo de dientes en la boca.
– ¿Porque sales de esa forma? Ve a terminar de lavarte los dientes en el baño – reprendió Charlotte con una mueca de asco hacia su hermana que me hizo sonreír. Ahí iba otro fabuloso día de discusión.
– Traten de no convertir la casa en un campo de batalla en mi ausencia.
Terminé de llevarme el pan a la boca para tomar mi abrigo color beige del perchero, me senté en el pequeño escalón de madera del pasillo y me dispuse a atar mis botas color negro que estaban en la pequeña zapatera de a lado, mientras escuchaba la pequeña discusión que se estaba desatando en la mesa.
Salí de la casa con una sonrisa en el rostro. Las gemelas nunca dejarían de pelear como si fueran perros y gatos pero aunque pelearan, siempre serían tan inseparables como una goma de mascar.
Había llegado justo a tiempo, ya que a penas salí de la casa, el autobús venía en el momento justo en el que yo había llegado a la parada y pude tomarlo sin la necesidad de esperar mucho tiempo por el.
Me subí después de pagarle al conductor y me senté en el asiento de atrás que se encontraba vacío, por suerte no habían muchas personas dentro, cuando eso pasaba era un completo fastidio, parecíamos sardinas enlatadas por estar amontonados dentro del transporte.
Los minutos pasaron mas rápido de lo que había calculado, en cuestión de segundos, ya me encontraba en la parada que estaba frente al hospital. Salí del autobús después de que un par de señoras bajaron antes que yo.
El frío clima había empezado a controlarse poco a poco y suponía que se debía al hecho de que la primavera ya se estaba acercando. La época de invierno estaba pronta acabar y muy pronto la primavera llegaría a nuestras vidas. Esos cielos grises serían reemplazados por el brillante azul que iluminaba el cielo en primavera.
Froté mis manos entre sí para disipar el frío en ellas, había sido una mala idea no haber traído unos guantes conmigo y las consecuencias de ello era que mis manos se congelaran.
Ajuste el gorro rojo sobre mi cabeza ya que se había desacomodado un poco debido al viento, para después entrar al hospital, prestando atención a las personas a mi alrededor para así encontrar a mi tía. La tía Margaret había dicho que estaría muy ocupada y que debía de buscarla por todos los pasillos del hospital porque no sabía donde se encontraría cuando yo llegara. Comprendía la razón por la que mi tía estaba muy ocupada, había mas gente que la acostumbrada en el hospital.