Después de aquel incidente el día de San Valentín, Allan ha estado un tanto extraño.
Siempre se la pasaba pegado a mi como si fuera una pulga, pero ahora cada vez que nos veíamos, él se esforzaba por ocultarse. Si nos topábamos en los pasillos, él se apresuraba por tomar el camino contrario al que yo iba, ya no se sentaba a mi lado en literatura, en cambio se sentaba en la esquina mas alejada como si yo fuera la portadora de una peste o algo por el estilo.
A decir verdad, sus para nada disimuladas huidas, estaban comenzando a fastidiarme.
– ¿Qué ocurre? ¿Amaneciste de malas? – preguntó Charlotte bebiendo del cartón de jugo de manzana que había comprado en la cafetería de la escuela.
– No es nada – contesté fingiendo una sonrisa. Realmente no tenía ánimos para contarles a las gemelas la inexplicable actitud de Allan Pemberton y tampoco sabría que decir al respecto; Allan y yo no teníamos una relación muy definida, éramos simples conocidos con una extraña relación de por medio. Siempre era él el que se mantenía a mi lado y yo simplemente me había acostumbrado a eso. Allan no era una mala persona y nunca había hecho algo en mi contra – mas que molestarme –; para que yo lo considerara mi enemigo jurado, pero su reciente actitud de gato asustadizo cada vez que me veía estaba comenzando a colmar la poca paciencia que tenía.
– Si no fuera nada no estuvieras así de pensativa – menciono esta vez Chalse. Ambas hermanas siempre se coordinan para hacer que yo les cuente todo, pero esta vez no iban a lograrlo, no sabía ni como decirles que me sentía enfurecida porque el tonto de Allan me estaba ignorando olímpicamente, ni loca confesaba algo como eso.
– ¿James te dijo algo malo? Porque si es así nos encargáremos de que pida perdón de rodillas.
Chalse asintió repetidas veces apoyando las palabras de su hermana mientras seguía en su tarea de devorar la ensalada que tenía en su charola de comida.
Al escucharlas pronunciar el nombre de James fue como si me hubieran tirado un balde de agua fría para despertarme de mi profundo sueño. Había olvidado por completo que James había dicho que le confirmara si podía ir con él a la fiesta de San Valentín que había organizado su colegio.
Mierda. Lo olvidé por completo.
Me removí inquieta en mi asiento. Soy una completa idiota, ¿como pude olvidar algo tan importante como eso? La respuesta vino a mi de manera espontanea: Allan Pemberton era la principal causa de ello. Y como si lo estuviera llamando con la mente, Allan apareció en la cafetería escolar acompañado por su inseparable amigo y unos cuantos chicos del equipo de baloncesto que los seguían detrás. Cuando nuestras miradas se encontraron, Allan abrió sus ojos con sorpresa y su rostro palideció como si hubiese visto un fantasma para después darse media vuelta y huir del lugar.
Solté un gruñido furiosa al verlo irse despavorido como si yo fuese una especie de mutante o alguna especie extraña que infunde temor. Me levanté estrepitosamente de mi asiento, provocando que las miradas se clavaran en mi al escuchar el rechinido de la silla siendo arrastrada.
– ¿Mad? – preguntó Charlotte confundida por mi impulsiva acción y antes de que pudiera decir algo mas, yo ya había desaparecido de la cafetería detrás de Allan.
|….|
No se el tiempo exacto en el que pase buscando al escurridizo chico. Solo sé que afortunadamente -después de un cansado recorrido-; logré atraparlo en uno de los salones atrás de la escuela.
Ambos jadeamos por la reciente carrera mientras tratábamos de controlar nuestras respiraciones. Allan tenía sus manos sobre sus rodillas mientras respiraba forzosamente, yo lo sostenía por uno de los bordes de su camisa blanca en la misma posición que él, tratando de recuperar el aliento.
– ¿Porqué demonios estas huyendo de mí como si fueras un criminal? – pregunté una vez que el aliento llegó a mi y pude pronunciar palabra.
Allan desvío nuevamente su mirada de la mía. Se notaba cohibido, como nunca antes lo había visto. El arrogante Allan Pemberton lucía indefenso.
Se mordió el labio con nerviosismo, abrió la boca para decir algo pero después volvió a cerrarla arrepentido.
¿Quizá ahora me tenía miedo? Una sonrisa sarcástica se quería escapar de mis labios pero me esforcé en retenerla. No sonaba lógico que él me tuviera miedo solo porque me encontró en el baño de mujeres tirando de los cabellos de esas dos chicas como si fuera una mujer de las cavernas. La simple idea de que Allan temiera de mí por ese simple incidente causo que una situación completamente cómica se ideara en mi mente.
– No estoy huyendo de ti – dijo finalmente. Su postura altiva de siempre había vuelto pero sus ojos aún evitaban mirar los míos.
– Si, claro – rodé los ojos fastidiada.
Allan pareció recuperar la compostura en un abrir y cerrar de ojos. Acortó la distancia que nos separaba y yo solté mi agarre en su camisa en un acto reflejo por retroceder ante su cercanía.
– ¿Me extrañaste pequeña Madi? – preguntó con arrogancia. Esta vez fue mi turno de desviar mi mirada de la suya.
– Ni en un millón de años – murmuré. Él rió divertido ante mi respuesta.
Nos encontrábamos cerca el uno del otro, tanto así que podía sentir el golpeteo de su respiración en mi mejilla. Allan me miraba fijamente a los ojos, como si yo fuera lo único que importaba en este momento. Sus ojos tenían un brillo extraño que provoco que mi corazón comenzara a bombear con mas fuerza, su cercanía me tenía nerviosa y que sus ojos no se apartaran ni un segundo de mi rostro como si quisiera memorizarlo, me ponía los nervios de punta.
Su respiración se comenzaba a mezclar con la mía y sentía que las fuerzas para alejarlo se desvanecían solo con observar hipnotizada su aceitunada mirada. Estaba cayendo. Estaba comenzando a rendirme ante él sin siquiera pensarlo.