Y ahí llega el hombre de la noche.
Kelsen señaló a un gran Lord que entró en la estancia, acompañado por una comitiva mixta de siervos, vasallos y señores menores de familias afines a la suya.
-Erskine -adivinó Ehogan, arremolinando de manera inconsciente el vino en su copa.
Kelsen asintió.
-Ese es Chapelle -reconoció Ehogan al hombre bajo y fuerte, de piel almendrada, curtida que llevaba del brazo a una dama que captaba en la sonrisa dentada, el brillo del centenar de lámparas que alumbraban el salón.
-Va con doña de Proenza -apuntó Kelsen- y supongo que esta tercera aparición pública confirma lo que nos temíamos: Los hilanderos comen en la misma mesa que los ganaderos.
-La vieja nobleza y la nueva -Ehogan asintió - Orión y Nueva Orión. Aunque no veo qué es lo que esto implica.
-Las telas y los animales componen un tercio de la economía -Kelsen explicó cansinamente-. Se nos arma un bloque con demasiada influencia. Gracias a los dioses que Chapelle es buen amigo.
-Y moruk -Ehogan añadió.
Kelsen asintió.
-Lo que genera más antipatía en ambos bloques: Nuestros Ancianos teniendo que reconocer a este hombre mestizo, sin abolengo, con miras a dar una descendencia con la misma sangre mala. Y los Continentales viendo a otro rival fuerte de amenazante tono de piel.
-¿Y qué es lo que harás al respecto?
-Ya lo he hecho -Kelsen rió- agitar un poco más el río revuelto.
Ehogan golpeó tres veces la madera que recubría la pared contra la que se apoyaban, al lado derecho del cuerpo, para espantar al mal.
-Los anfitriones.
Kelsen le apuntó hacia un caballero y una dama que socializaban con Erskine en el centro de la sala, debajo de un pesado candelabro de vidrio, colgado de una gruesa cuerda hilada en azur-grana, los colores de la Casa en la que se hallaban.
-Lord Torsten ascendió hace medio año, y desde entonces ha cometido todos los errores que te puedas imaginar. Se habla de una sucesión apresurada a favor de su prima, la muchacha de allá, esa toda flaca frente a la escultura del cervatillo.
Ehogan siseó una risa.
-¿Tan mal le va? -preguntó, luego de vaciar la copa de un trago.
-Peor -contestó Kelsen-. ¿No reconoces a su prometida?
Ehogan entrecerró los ojos, fijándose en la mujer que iba con Torsten. Era visiblemente mayor que su pareja. Era hermosa y parecía saberlo, por la forma en la que mostraba la línea del cuello como una invitación hacia el revelador escote, por la forma en la que se inclinaba al reír, medida y ensayada, como el rubor "natural" que le pintaba las mejillas tostadas por el sol. Ehogan la vio soltarse de su prometido para recargarse en el antebrazo de Erskine mientras le reía una broma, regalándole una caricia en el rostro con la domada tormenta de su cabello...
-¿Blanco? -Ehogan preguntó- Es demasiado joven para tenerlo blanco.
...que acomodó detrás de la oreja, disculpándose atolondrada, mientras su caballero dejaba caer la mano hacia la empuñadura del sable.
-¡Oh, joven es! -dijo Kelsen-. Más de lo que aparenta. Pero tiene tras de ella más leyendas que Don Azor aquí presente, y eso que ese es casi una figura folclórica.
El caballero al que Kelsen se refería desapareció del campo de vista de Ehogan, que continuaba con los ojos prendidos en la mujer de cabello blanco.
-¿Qué habrá dicho Erskine? -preguntó distraído.
-Alguna estupidez. Es bastante idiota. Pero Torsten lo es el doble, míralo ahí, acariciando el pomo de la espada. Dioses, el muchacho tiene una diplomacia terrible.
-¿Cómo se llama la mujer? -Ehogan preguntó.
-Su nombre es Iceni, es de Rue. Hija natural del antiguo rey.
Ehogan resopló.
-Quizá no debí hablarte de ella - Kelsen bromeó-. No con tu costumbre de caer sobre todas las mujeres que pueden llevarte a la horca.
-A esta no, hermano, a esta nunca.
-Ah, ¿al fin le temes a la muerte?
Ehogan negó con la cabeza. Completamente serio.
-No a la muerte, sí a la locura.
Kelsen se carcajeó.
-No exageres. Y borra esa tonta expresión de tu cara que es nuestro turno con los anfitriones.
Kelsen echó a andar, esquivando a las mesas y a las gentes, deteniéndose a saludar a algunos conocidos. Ehogan, muy a su pesar, lo siguió.
-Piadosa le sea la noche, Lord Torsten -saludó Kelsen inclinando la cabeza hacia el joven señor y luego hacia la mujer que iba con él-. Y leve le sea a su señora.
Ehogan también inclinó la cabeza dos veces, pero no dijo nada.
-Ah,... -Torsten dudó- Helsen... Buena noche.
Kelsen miró a Ehogan de reojo. "¿ves?" pareció preguntar su sonrisa velada.
-Kelsen - corrigió, besando la mano que la mujer le ofrecía.
Ehogan hizo luego otro tanto, con mucha menos maña. A ella le chispearon los ojos cuando sus miradas se cruzaron. De cerca era aún más hermosa, su sonrisa era perspicaz, pero agradable, tenía los dientes rectos y blancos, y sus labios eran de un natural rojo oscuro a juego con el tono almendrado de sus ojos, que parecían tasarlo de pies cabeza, midiéndolo en unos términos que solo ella parecía conocer.