Dos días antes de las elecciones en el instituto, Liliane tuvo que mudarse a casa de la Inspectora Melanie para alejarse de aquel infierno en el que se había convertido la suya. Enrique nunca tuvo la suficiente valentía para acercarse a Soledad y confesarle que estaba engañándola y Soledad tampoco sacó fuerza de voluntad para sincerarse con su esposo. Supo, antes de abandonar el hogar, que ellos ya no dormían en la misma habitación o comían juntos en la mesa. Ya casi ni se dirigían la palabra, y cuando lo hacían, saltaban chispas incandescentes que podían derretir el hielo al más mínimo contacto.
— Espero que ese sofá no haya sido tan incómodo para dormir... —dijo Melanie adentrándose en la sala—. ¿Cómo amaneciste?
— Estoy bien —respondió Liliane apartando el móvil de su vista y quitándose las sábanas de encima—. Ha sido una noche algo dura, pero estoy bien.
— Resistirás —Melanie apretó la mano de la joven—. Eres una chica muy fuerte. Lo sé, porque te conozco lo suficiente para reconocerlo. Todos estos años...
— No me presentaré a las elecciones del viernes.
— ¿Qué? —inquirió Melanie levantándose de golpe—.
— Después de las desgracias de los últimos días, no se me hace justo que tenga que asumir más responsabilidades, comprometerme con una nueva causa que exige el máximo tiempo y esfuerzo de mi parte. Sobre todo, ahora que llevo el peso de la desgracia lastimándome los hombros.
Liliane agacha la cabeza y llora. No es un llanto profundo o lleno de desilusión y rencor, es un sentimiento extraño y oscuro que nace de lo más recóndito de sus entrañas y quema sus venas como lava ardiente que escupe un feroz volcán sobre el pasto verde que lo rodea.
— No puedes renunciar así por así —añadió Melanie incrédula, conteniendo ciertas palabras indebidas que prefirió guardarlas en el fondo de su corazón—.
— ¿Usted no entiende verdad? ¿Es que acaso es más importante un estúpido concurso de belleza antes que el bienestar psicológico de aquella persona a la que considera supuestamente una amiga?
— No me malinterpretes Liliane, pero es que solo... solo intento ayudarte. Sé cómo te sientes y cómo lo estas llevando. También me tocó vivir algo parecido hace pocos años. Sé cómo duele, te lo aseguro...
La muchacha se aferra a su cabello entonces y empieza a tirar de él con rabia. Tan fuerte es el tirón, que logra arrancarse un puñado. Se lo mete a la boca ansiosa y mastica con dificultad, haciendo saltar las alarmas de Melanie, quien la obliga a recuperar la cordura a base de sacudidas y pequeños golpes en la cara.
— Lili, por el amor de Dios, ¿me escuchas? Vamos, por favor... ¡Responde!
Los ojos de la muchacha están en blanco y su cuerpo de tensa.
Al cabo de unos segundos abre los brazos y arroja a Melanie con violencia contra la pared, dejándola inconsciente. Traga de su propio cabello por accidente y se atora. Intenta encontrar la manera de auxiliarse y evitar la muerte, pero se agita y pierde la respiración de prisa con cada movimiento. Clava sus uñas en el sillón y se marea.
Unos instantes después, cae inconsciente también.
El sonido del impacto violento de un objeto contra el suelo despierta a Liliane abruptamente. Escucha su respiración entrecortada y apenas puede enfocarse. Intenta levantar la cabeza para corroborar su ubicación, pero la siente tan pesada que sus intentos no tienen éxito. Trata de mover los brazos para descifrar el entorno, pero estos parecen sujetos a la madera. ¿Madera? Se preguntó enseguida. ¿Dónde estoy?
— Vaya, vaya... —dijo una voz femenina familiar—. Miren nomás a quien tenemos despierta. Creí que la futura reina del instituto no sobreviviría a sus propios actos suicidas.
Liliane recupera la respiración, al mismo tiempo su sentido de la vista y confirma que se encuentra bien atada de pies, manos y cuello a una silla de madera. Silla que, por cierto, no recuerda haber tenido en su casa. ¡Esta no es mi habitación! Reflexionó entonces.
— Hola preciosa —dijo la mujer agarrándola de la barbilla y poniendo su mirada maquiavélica sobre ella—.
— ¿Scarlett?
Una sonrisa diabólica se dibujó en el rostro de su archirrival enseguida.
— La misma que viste y calza, a sus órdenes —dijo Scarlett haciendo una reverencia—.
— Qué... ¿Qué demonios haces aquí? ¿Dónde estoy? ¿Y la Inspectora Melanie?
Editado: 04.12.2019