San Carlos de Bariloche. 1950
Dicen que la realidad tiene distintos matices: lo que vio uno, lo que vivió otro, lo que realmente pasó. Al menos tres puntos de vista que conforman en total una historia que puede o no contradecirse en varios fragmentos.
Esta es aquella que contó la tía Helga en una visita a su sobrino Pierre en el hospital salesiano. Alicé la oyó con oídos inocentes de mentiras y con la atención de una joven ante una señora mayor. Pero alguien, a posteriori, deberá decir que las narraciones son muchas veces cuentos que la gente se inventa para poder sobrellevar la realidad.
Pierre Noel Roux era hijo de una alemana de nombre Editha Wagner. Ese era el apellido de soltera de Helga, quien narraba la historia de su hermana menor.
Editha viajaba con su familia, como era costumbre desde antes de nacer incluso, al pueblo francés de la Compiègne. Allí disfrutaba la familia los veranos, en la confluencia de los ríos Oise y Ainse, cerca de los bosques donde los jóvenes se reunían a esconderse y encontrarse. También a tener citas amorosas.
Louis Marie Roux era un joven mayor con ideas de mecánica, la industria donde trabajaba. Vivía solo, pues había quedado huérfano de padre y madre a edad temprana. Ello no menguaba su felicidad. Era sencillo, de gustos económicos y soñaba con aquello que todo hombre puede querer: una buena mujer con quien casarse y tener niños.
Fue en el verano de 1920 que las hermanas Helga y Editha tuvieron la mala suerte de que su auto quedara varado en el camino. Ellas no reconocían nada que tuviera que ver con esos cacharros franceses, más que los colores con que los distinguían. Ese día, manejaban (o más bien esperaban junto a) un Citroën azul. Era uno de los ejemplares dignos de la industria francesa.
A lo lejos, volviendo a casa en una bicicleta, las alcanzó Louis Roux. Su medio de transporte se oponía a su trabajo en la automotriz pero hacía las veces de ejercicio y transporte.
—Bonjour, mesdames! Ça passe quoi?[1]
—Notre voiture a faillie. Connasez-vous un homme de la mecanique?[2]
Louis rio. Claro que conocía a alguien que trabajara en la empresa mecánica.
—Bien sûr! Moi même. Laissez-moi me conduire.[3]
Entonces sucedió algo que cambiaría las vidas de Louis y de Editha para siempre. Sus miradas se encontraron y se sonrieron. Louis pensó que era la sonrisa de más bellos dientes blancos jamás vista por sus ojos. Ella creyó que los alemanes no tenían nada que envidiarle a un hombre francés de voz de tenor y ojos de diamantes.
Louis no solo arregló con gran atino el auto de las hermanas sino que también las acompañó en su camino, sentado tras el volante, para asegurarse de que llegaran sanas a casa.
—¿De dónde son? —preguntó el hombre. Ya tenía los treinta cumplidos y no podía ser llamado un simple muchacho.
—De Berlín, pero venimos aquí cada verano. Mi padre trabaja para una fábrica de autos en Alemania. Tiene contrato con ustedes.
—¿Nosotros?
—Daimler-Benz —se sonrojó Editha.
—Claro. La industria automotriz está en boga. Muchos países extranjeros quieren meter mano y sacar su porción de torta. Hay murmuraciones que dicen que General Motors quiere hacerse con Opel y Ford Motor Company, con Ford-Werke.[4]
Las hermanas quedaron en silencio. La verdad es que poco era lo que entendían de los negocios paternos y no querían quedar como dos muchachas tontas ante un joven hombre alemán.
—Entonces… —Intentó Helga volver a hacer sonar las voces—. ¿Cómo es su nombre, señor?
—¿Señor? ¿Me veo tan anciano?
La risa de las jóvenes distendió el ambiente dentro del auto. Hacía calor y las ventanillas las llevaban bajas. Los cabellos oscuros de las hermanas se ondulaban sostenidos apenas por pañoletas.
—Pues sí, ya que no podemos llamarlo de otra manera sin faltarle el respeto —aventuró Editha.
—Pues bien, señor será. Je m’apppelle monsieur Louis Marie Roux. Et vous, mademoiselles?[5]
—Yo me llamo Helga Wagner —apuró la respuesta la mayor.
—Yo soy Editha. —La voz suave de la muchacha llegó a los oídos de Louis y supo que no quería que ese día terminara. Por eso, cuando llegaron a Compiègne y a la casa donde paraban las muchachas, el francés usó de excusa su práctica con los autos y pidió pasar nueva revista al motor del Citroën antes de tomar la bicicleta y partir.
El motor del auto solo fue un pretexto para conocer a herr y frau Wagner. Tan amena fue la conversación que siguió en el patio, donde habían instalado para hacer salchichas alemanas asadas.
Las salchichas alemanas dieron pie a un último café, pero también a una promesa de volver a encontrarse para hablar, como era de esperar, de motores y autos. Era el verano de 1920 y pasaría otro año hasta que Editha tuviera la edad suficiente y la entereza necesaria para decir a sus padres que ya no volvería con ellos a Berlín. Su vida estaba junto a Louis Roux, quien la esperaba en un Citroën blanco con la esperanza de recibir la bendición de los Wagner.
[1] Bonjour, mesdames! Ça passe quoi?: voz francesa. Buen día, señoras. ¿Qué le sucede? (al auto).
[2] Notre voiture a faillie. Connasez-vous un homme de la mecanique?: voz francesa. Nuestro auto ha fallado. ¿Conoce algún hombre de la mecánica?
[3] Bien sûr! Moi même. Laissez-moi me conduire: voz francesa. ¡Claro que sí! Yo mismo. Dejen que revise.
[4] Se han alterado las fechas de las concesiones y fusiones de las marcas de automóviles como conveniencia para el relato.
[5] Je m’apppelle monsieur Louis Marie Roux. Et vous, mademoiselles? Voz francesa. Yo me llamo señor Louis Noel Roux. ¿Y ustedes, señoritas?