Cuando la puerta del consultorio se abrió, las tres personas que estaban dentro miraron con los ojos muy abiertos a la sonriente enfermera que entró. Era una chica delgada, de hermosos ojos color avellana apenas maquillados con una delgada línea negra sobre sus párpados superiores.
—¡Hola! —saludó con voz cantarina—, ¿me buscaba, doctora?
—¿Olivia Lagos? —preguntó la galena.
—Así es. —La chica cerró la puerta, poniendo en ello el cuidado de quien está moviendo un cristal.
—No es ella —dijeron María y Lorenzo al unísono, evidenciando su desilusión en los hombros, que cayeron levemente.
La recién llegada no sobrepasaba su treintena, llevaba el cabello recogido en un rodete, sujeto con una varilla de madera de la que colgaban bolitas de colores. Los miró interrogativamente con una inquieta sonrisa bailoteando en los labios.
—Sí —aseguró, arrastrando la segunda letra. Y al decirlo, sonó divertida, suave, como cuando se intenta hacer comprender algo a un niño pequeño—. Soy Olivia Lagos. —Señaló con un su largo índice la plaquita que colgaba de su pecho y que lo confirmaba.
Carina López se tapó la boca con una mano y negó con la cabeza. Algo estaba muy mal en aquel asunto y, aunque no podía precisar qué era, intuía que ninguno de los presentes alcanzaba a dimensionar lo que en verdad estaba sucediendo.
—¿Habrá alguna otra Olivia Lagos? —se atrevió a preguntar Lorenzo, aunque en el fondo dudaba que pudiera darse semejante coincidencia dentro del hospital.
La chica movió su cabeza de izquierda a derecha y las bolitas de colores que pendían de la varilla que sujetaba su pelo, se movieron con gracia.
—No—dijo—. Me habría enterado enseguida si hubiera otra enfermera y, o, doctora que se llamara igual que yo. Soy muy sociable. —Sonrió mientras tamborileaba con los dedos sobre el desvencijado escritorio. Lorenzo miró sus uñas, perfectamente recortadas y con una delgada capa de brillo. «Esta sí parece una enfermera», pensó, recordando a la otra Olivia, con las manos recargadas de anillos, las uñas largas y rojas y ese inadecuado color estridente en los labios.
López inspiró con fuerza y miró a la pareja.
—¿Están seguros que no es ella? —preguntó. Los dos afirmaron con un gesto—. Bien, querida —suspiró, volteando hacia la enfermera—, gracias por tu tiempo, podés volver a tus...
—¡No, esperá! —exclamó Lorenzo poniéndose de pie y apostándose frente a la chica—. Una mujer como de cincuenta años... medio gordita, más o menos alta como vos, que anda siempre con los labios pintados de rojo, pelo corto, rubio no tan claro, la vi una vez con unos anteojos de marco negro colgando en el bolsillo del delantal... ¿la conocés?
La chica se llevó un dedo a la boca y levantó la vista al techo, en actitud pensativa.
—¿Enfermera, decís?
—Sí. De voz medio grave, como de fumadora...
—Hay varias, en oncología está Greta, que encaja en la descripción, pero tiene voz de pito...
—Maternidad —interrumpió López—, tiene que estar en maternidad, neonatología, obstetricia...
Olivia Lagos frunció el entrecejo y negó con la cabeza, con el índice en el mentón.
—No, en general las enfermeras de esas áreas no llegamos a los cuarenta —dijo con gesto dubitativo—, en nursery puede ser... ¡Sí! —Sus ojos brillaron como si hubiera hecho un gran descubrimiento— ¡Emiliana encaja en ese perfil! ¡Y está en nursery! ¿Quiere que la llame? —preguntó a la doctora, que asintió con entusiasmo.
—¿Está hoy?
—Sí, la ví hace unos diez minutos.
La médica dudó unos segundos, ante las miradas expectantes de su paciente y su marido.
—No. No quiero alertar a nadie más en el hospital. ¿No lo acompañás a que la vea —señaló a Lorenzo—, sin que la mujer, Emiliana, se de cuenta?
Olivia miró a los tres con gesto de extrañeza, lo que la llevó a fruncir sus labios.
—¿Pasó algo malo? —preguntó en voz baja.
—No, no —respondió con rapidez, la galena—, es que quieren...
—Agradecerle —intervino María con fingida sonrisa—, queremos agradecerle su amabilidad.
—De...de acuerdo —repuso la joven, luego de un corto silencio, dudosa—. Pero ¿de dónde sacaron mi nombre?
Carina López levantó las cejas mientras enlazaba sus dedos sobre el escritorio.
—Una confusión —zanjó, y para no dar lugar a más cuestionamientos, volvió a preguntar—: ¿Lo acompañás?
—Sí, sí, claro —contestó la chica, no muy convencida. De pronto su rostro se iluminó—. ¿Tienen un bebé en la nursery?
—¡Enfermera! —reclamó la doctora—. ¿No le enseñaron que no tiene que meterse en la vida de los pacientes?
—Perdón —murmuró Olivia, bajando la vista, llevando las manos hacia su espalda—. A veces soy un poco indiscreta. ¿Vamos? —le preguntó a Lorenzo.
—Sí, sí, vamos. —El chico besó a su mujer en los labios—. Ahora vengo. —Luego miró con gesto adusto a la doctora, que asintió con la cabeza y le hizo una seña para que no comentara nada con la enfermera.
*
—¿Hace mucho que trabajás acá? —preguntó el muchacho mientras esperaban el ascensor.
—Cuatro años.
—Ah, es bastante... ¿Conocés al doctor Carriego?
Olivia se sonrojó ligeramente y asintió con la cabeza.
Una vez dentro de la cabina, la joven apretó la tecla con el número cuatro y se quedó muy quieta, estrujando sus manos unidas al frente.
Lorenzo se perdió por un momento en sus propios pensamientos, luego, aprovechando que estaban solos, se atrevió a seguir interrogando:
—¿Qué edad creés que tiene? Carriego.
La chica estiró la boca hacia abajo. —Unos... treinta y cuatro, creo yo...
El joven sintió una oleada de furia subir hasta sus sienes, lo que le hizo apretar puños y dientes. El doctor Carriego que él había conocido era un hombre que rondaría los sesenta años, cabello cano y ojos claros.
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Editado: 01.12.2022